En 1964, la empresa de juguetes estadounidense Hasbro creó la figura de acción GI Joe, un juguete que cambiaría la industria. Sus partes móviles y múltiples accesorios, en particular uniformes y armas, permitieron a los niños estadounidenses ser «parte de la acción». Fueron inmensamente populares. Pero a finales de los 60, con el sentimiento antibelicista creciendo en Estados Unidos, el juguete se dejó de fabricar. Se reintrodujo a finales de la década de 1970 y volvió a florecer con la desregulación de Ronald Reagan en la década de 1980 (lo que permitió la comercialización a través de plataformas, en particular con los dibujos animados televisados). Su reintroducción formaba parte de la esperanza de las empresas y los políticos de que los estadounidenses superarían lo que se había denominado «el síndrome de Vietnam». Esta «enfermedad» que afectó al pueblo estadounidense a finales de los sesenta y principios de los setenta consistía en creer que la guerra de Vietnam –y por extensión la guerra imperial en general– no sólo era un error, sino que era moralmente incorrecta.
La apuesta salió bien. En la década de 1990, los GI Joes se equiparon para el «teatro del desierto», incluyendo la opción de trajes Hazmat, ya que la industria de juguetes seguía de cerca las renovadas intervenciones militares estadounidenses en el Golfo Pérsico. De hecho, para entonces, la multimillonaria industria del juguete y la multimillonaria industria del armamento trabajaban en colaboración, con ideas e innovaciones que fluían en ambas direcciones. El fusil M16, por ejemplo, se basaba en un diseño que la empresa Mattel producía para sus soldados de juguete. El periodista William L. Hamilton, escribía en el New York Times en 2003, que las pistolas de agua «supersoaker» inspiraron las armas de asalto de carga rápida, las maquetas de aviones inspiraron el diseño de los drones y los paneles de control de los juegos fueron los modelos de los vehículos robóticos no tripulados. Y luego añade: «Como la nueva generación de soldados creció jugando con juguetes y juegos electrónicos, la simbiosis entre ambos es casi genética. Las tropas de hoy recibieron su entrenamiento básico siendo niños». Los diseños de juguetes no sólo son útiles para la adaptación y el desarrollo de equipos militares, sino que tienen la ventaja de ser familiares. Eso fue en 2003. Hoy, los niños soldados estadounidenses están aún más inmersos en su entrenamiento.
Mi hermano y yo teníamos soldaditos de juguete verdes en nuestra colección, una colección que incluía soldados del imperio romano, de los Bersagliere italianos y de la revolución americana, así como varios luchadores «fronterizos» como Davy Crockett. Los GI Joes, mucho más grandes, no encajaban en nuestros planes de batalla, sobresaliendo por encima de nuestros hombrecillos verdes. En medio de nuestros fervorosos despliegues de tropas nunca nos detuvimos a preguntarnos qué dice esto de una sociedad que militariza a sus hijos varones de esta manera, incluso en hogares pacifistas como el nuestro. Nunca nos detuvimos a pensar lo que significaba, como niños estadounidenses, ser criados en una sociedad belicista, donde estar en contra de la guerra se consideraba una enfermedad, un síndrome. Así que crecimos como niños estadounidenses sanos.
En 1989, Israel empezó a entrenar a sus propios niños soldados con Intifada, un popular videojuego en el que un soldado israelí –armado con balas de goma y gases lacrimógenos– se enfrenta a manifestantes palestinos. En 2024 salieron al mercado las primeras figuritas de acción militar de Israel. Los juguetes llevaban uniformes «realistas» de soldados de las Fuerzas de Defensa israelíes. Se llamaban «Giborey Israel» –héroes de Israel. Los creadores explicaron en la prensa que los juguetes estaban diseñados para ayudar a los niños a sentirse seguros y, presumiblemente, sanos.

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Dejé Estados Unidos definitivamente en 2002. Estábamos en guerra, pero siempre estábamos en guerra, incluso en tiempos de paz, como cuando era niño y Nixon nos dio «paz con honor», que resultó ser más guerra. Y en cualquier caso, en una sociedad belicista todo, incluso los juegos de niños, es una preparación para la guerra. O es la guerra misma.
Las sociedades belicistas no necesitan enemigos, y mucho menos ejércitos enemigos. No necesitan enemigos porque los adquieren. Mi hermano y yo aprendimos la historia de la Última Batalla del General Custer, una batalla de las «Guerras Indias». Aprendimos que los vietnamitas llamaban a la guerra de Vietnam, “la guerra americana”. Mientras jugábamos, no sospechábamos que era nuestra sociedad belicista la que invadía tierras con todo nuestro entrenamiento y preparación bélicos y llamaba guerra a la resistencia. Las sociedades belicistas adquieren muchas guerras: guerras contra las drogas, guerras contra la pobreza, guerras contra el terror, guerras frías. Estas adquisiciones sólo necesitan encontrarse con una honda para declararse. Los vietnamitas la llamaron la Guerra de los Estados Unidos no porque fuera su perspectiva, sino porque sólo las sociedades belicistas hacen guerras. Las sociedades belicistas adquieren guerras declarándolas en todas y cada una de sus adquisiciones, como todas y cada una de sus adquisiciones. Y al hacerlo, las sociedades belicistas nos muestran que toda adquisición es la imposición de la guerra a lo adquirido.
Lo que veo en la fascinante obra de Mohammed Zakaria es la resistencia a la adquisición, el rechazo a ser adquirido como guerra por los belicistas. Lo veo también en la resistencia de la sofocada instalación de Muriel Koch, y en la solitaria y poderosa performance de Anan Ashour que rodea la obra de Zakaria.
Pero ante la incesante adquisición, estas obras no son meros gritos de paz. Frente a las sociedades belicistas, la paz tiene pocas posibilidades de ser otra cosa que paz belicista. Por el contrario, estas obras reclaman algo más y algo diferente. Estas obras pueden entenderse como un llamamiento a la abolición de la adquisición sobre la que los belicistas construyen sus sociedades.
Desde que dejé la sociedad belicista de Estados Unidos, la última oleada del largo movimiento abolicionista recorrió el país, dándonos algunas pautas sobre cómo podría ser la abolición de adquisición de la guerra como tal. Esta joven generación de abolicionistas –y los ancianos que los inspiran– parten de la premisa de que la abolición de las prisiones y de la vigilancia policial requiere la abolición de una sociedad que necesita prisiones y vigilancia policial. De hecho, sugieren que las prisiones y el mantenimiento del orden son síntomas de una sociedad distorsionada y perturbada, una sociedad belicista. Los abolicionistas trabajan por el fin de esa sociedad y el nacimiento de una nueva, una nueva que ya se está gestando en los abajocomunes de lo adquirido. Trabajan por sociedades en las que la policía y las prisiones sean obsoletas. Estos trabajos urgentes –de Zakaria, Muriel y Ananz– nos recuerdan que esa sociedad también tendría que ser una sociedad en la que la adquisición de tierras, de pueblos o de cosas ya no fuera necesaria.
No hay fin a la adquisición para una sociedad belicista, como no hay fin a la producción del criminal dentro de una sociedad belicista. Pero la abolición de la adquisición llegará un día para los adquiridos, y las sociedades guerreras se derrumbarán como soldados de juguete.
25 de enero de 2025
Agradecemoms a Mohammed Zakaria el habernos autorizado a compañar el texto con imágenes de su obra Jabbar. Para ver más sobre su trabajo artistico compartimos su sitio web: https://www.zkria.com/
Traducción Angélica Muñoz, Fernanda Carvajal
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