Existe una dimensión del trabajo que es solitaria, que implica un esfuerzo individual, pero en el pensamiento avá guaraní, la conjugación del verbo trabajar y la noción que se tiene acerca del trabajo tiende a asumir una dimensión colectiva. Se trabajará, con el esfuerzo individual es cierto, pero alguien prestará su ayuda en el trabajo. La obtención del bien no será individual.
Un concepto nuclear en el pensamiento guaraní es el jopói [“manos recíprocamente abiertas” o “manos ofrecidas mutuamente”]. La economía guaraní se basa en esta dinámica de reciprocidad en que se toma del otro aquello que se necesita, pero también se ofrece al otro aquello que, según se observa, este necesita. En guaraní paraguayo, esta consciencia de las necesidades del otro se denomina techakuaa [saber ver]. Desde la perspectiva avá guaraní, el jopói se configura como una forma de trabajo para alcanzar algo, para la obtención de aquello que pasará a integrar la vida.
En su obra etnográfica Sociedad contra el Estado (1974), Pierre Clastres reflexiona acerca de la relación de los guaraníes con el trabajo de subsistencia y, asimismo, con los modos de percepción coloniales de los guaraníes a partir de dicha categoría. Con base en las observaciones del autor, el tiempo de dedicación a tareas como la agricultura, la recolección o la caza era de aproximadamente tres horas al día, mientras que el resto del tiempo era dedicado a actividades “no-productivas”. Parte de esta asignación de tiempo al trabajo está relacionada, primero, con la disponibilidad de recursos en el monte: alimento susceptible de recolección y caza, remedios; mientras las huertas eran capaces de proveer batata, porotos, mandioca, sin mucha dedicación de tiempo. La segunda razón de este marco temporal del trabajo está relacionada con la ausencia de un sentido de acumulación. La acumulación no se justifica en estos contextos de abundancia percibida.
Poner las manos juntas para alcanzar el alimento. La palabra jopói es, asimismo, polisémica: jopói, hacerse con, obtener, ofrecer, alcanzar.
Hay una división social del trabajo, en términos tradicionales. Parte de los trabajos del niño avá guaraní consisten en hacer trampas con sus padres: para cazar venados o cerdos. Las mujeres se dedican al cuidado de los niños y la huerta. En ocasiones se realiza pesca. Los hombres aran la tierra, las mujeres cuidan la huerta.
En el mes de abril, se escuchan sones en la comunidad. Cualquiera diría que son de fiesta, y lo son, pero proceden de un sentimiento que asume la forma de una fiesta larga, pero implica mucho más: las personas bailan y se alegran, se practica el kotyũ (ritual de baile-canto-oración que marca un tiempo del ciclo agrario), y se bautiza a los niños. Todos son bautizados, reciben la imposición del nombre. El kaguĩ (bebida alcohólica a base de maíz fermentado) es una alegría de la comunidad, pero que tiene una dimensión visionaria, no apenas celebratoria, puesto que permite, por ejemplo, que los enfermos y los abuelos puedan ser curados a través de él: el kaguĩ permite ver qué les pasa.
La fiesta es un componente o una dimensión importante en la concepción guaraní del trabajo. Cuando el tiempo es bueno y se producen excedentes en la cosecha, este es honrado con la fiesta, con el kaguĩ (o chicha). Y luego está el mes de abril, en que la fiesta es una ocasión de alegría y tristeza. Una ocasión para sentir. No es un festejo apenas. Es disponerse a sentir para que los padres estén mejor, para que los muertos nos reciban mejor.
Pero cuando los colonizadores europeos ven a los guaraníes y su relación con el trabajo, asumen que no quieren trabajar o trabajan poco. Existe un modo de ver distinto el mundo cuando el objetivo es acumular. Pero, ¿quién acumularía en el monte? ¿Quién acumularía en un arroyo?
Dado que el padre nos envió a la tierra luego de crearla, el monte y el agua no deben ser tocados, no deben ser alterados. Porque fuera de estos elementos, no existe la cura, fuera de su cerco, no se puede bailar para expulsar los males fuera de sí. El monte huele bien y cuando el monte está sano se vuelve una zona en la que la enfermedad no ingresa.
Pero la diferencia radical en los modos de percibir este espacio, y que es el que condiciona una manera de entender el trabajo, es la relación con el deseo. El extranjero desea, mientras que el avá, que vive en el monte no desea aquello que tiene al alcance.
Y esa configuración extranjera del deseo sobre los territorios guaraníes es introducida también otra noción extranjera: la de la propiedad. Pero la propiedad extranjera se superpone sobre la pertenencia guaraní al territorio. Cómo pedir permiso para extraer algo del monte. Por qué esconder algo que no puede pertenecer.
Y he ahí otra diferencia. Existe una idea de que el trabajo era poco. Es cierto, para el cultivo de la batata, de la mandioca, no se requiere de mucho trabajo. Tradicionalmente, los avá eran cosechadores, porque lo teníamos todo en el monte.
Sólo se cultiva aquello que no existe.
Pero hoy el panorama del trabajo guaraní en el Paraguay es desolador. Los guaraníes están atados, mantenidos en un tambo. Incluso si liberados de esta atadura, los guaraníes no tienen adónde ir. No tienen cobijo: No existe el Estado para los guaraníes. ¿Qué queda por hacer en las comunidades? En muchos casos, ni siquiera hay cómo entrar. ¿Se podrá salir del cerco de la propiedad privada? Es difícil, además, porque el monte enfermó, y con él enfermamos todos.
Especies exóticas son introducidas, y con ella se envenena el suelo y el agua. El río Curuguaty’i era profundo y se secó. El bosque desapareció. El suelo se erosionó. Los animales del monte murieron.
Y, de pronto, los guaraníes son empujados a una forma de trabajo diferente, que les obliga a hacer lo que sea que les pidan, recibiendo en contrapartida lo que sea que se les ofrezca. Se instituye así una dinámica de apropiación del territorio en que los guaraníes también son apropiados, pierden su voluntad en tierras alquiladas, traicionados por líderes también apropiados, no reconocidos por la comunidad.
En Paraguay, las instituciones como el INDI (Instituto Nacional del Indígena) son conniventes con los capitales privados y facilitan el arrendamiento de territorios tradicionales guaraníes al agronegocio que deforesta el bosque para el cultivo de soja, trigo y otros. Con frecuencia, mediante presión policial, el amedrentamiento de matones y capangas, la destrucción de viviendas, bienes, templos y escuelas, el capital privado impone sus intereses. La empresa no dará lo que se demande, pero la comunidad no podrá decidir.
Por eso sólo trabajan con quien se deja manipular.
La tierra está pelada en Curuguaty. No hay nada. Si se cultiva, no sale nada. Entonces no hay cómo trabajar. Es lo que mantiene a la gente enferma.
Los cultivos extranjeros desplazaron la belleza de cultivar al borde del bosque lo que de hecho ya existe en el bosque. Porque el bosque es también un territorio que fue cultivado por los ancestros, y los cultivos de las huertas guaraníes no son otra cosa que una prolongación de esa vida.
Pero hoy alcanzar esa tierra es difícil. ¿Cómo restituir el bosque a través de su cultivo? Sólo grandes inversiones de esfuerzo podrían operar esa forma de restitución, pero es un esfuerzo, un trabajo, que no es lucrativo.
Muchas familias abandonan las tierras peladas y se dirigen a las ciudades, en Asunción, en Ciudad del Este. Salen a vivir en la calle, enfermos. Y después de todo eso, los paraguayos se dirigen a los guaraníes y les dicen: ustedes no quieren trabajar, sólo quieren venir a Asunción a pedir limosnas. Pero hay un contexto.
Todo esto ocurre hoy. Todo esto ocurrirá. Y ocurrirá aún más.
Es posible que todos los guaraníes salgan del monte, y quizás no haya forma de detenerlos ni de contenerlos.
Pero el dinero tampoco se puede detener.
Es diferente la perspectiva de vida y de trabajo incluso entre los guaraníes. Los ava, los mbya, los páĩ.
Los mbya están más expuestos a vivir en la intemperie, en la calle. En zonas de Caaguazú, el veneno de la soja es rociado sobre las comunidades. Los mbya fueron expuestos a una precariedad y destrucción muy grande. Les quitaron todo y les dejaron en un espacio inhóspito. No existe nada allí. Por tanto, no hay qué comer. Las drogas y el alcoholismo sustituyeron la fiesta.
Bartomeu Melià decía que, en el pueblo guaraní, cuando se destruye el tekoha, el territorio, puede producirse un fenómeno que él denomina “suicidio cultural”. Salir a la vida civilizada, vivir en sus orillas, narcotizados, y abandonarse. Dejarse morir.
Los ava, por su parte, todavía tienen algún resquicio de tekoha [territorio o lugar donde la vida y la cultura son posibles]. En el tekoha, todavía existe el tembiapo [trabajo] comunitario, todavía se alcanza el jopói [las manos recíprocamente abiertas], para alcanzar un bien y hacerlo partícipe de la vida de uno, de la familia, de la comunidad.
Entre los ava guaraní de Canindeyú no hubo buenas cosechas de maíz en el último año. Los peces fueron escasos, así como los animales de caza. Por eso se ha bailado, cantado y orado, para que el año siguiente los niños estén sanos, y haya alimento.
Pero muchos van cayendo enfermos, y les ha alcanzado la necesidad.
En el monte está la vida. Pero, si no hay monte, ¿adónde irán los guaraníes?
Algunos líderes guaraníes denuncian que, en 2017, políticos y empresarios paraguayos sugirieron que los guaraníes de los territorios fértiles del bosque atlántico del Alto Paraná podrían ser trasladados a alguna extensión de tierra en el Chaco. Si un animal es implantado en otro hábitat, muere.
Los guaraníes deben vivir donde sean felices, porque la infelicidad mata.
No hay felicidad en la ciudad.
Pero en la ciudad existe la posibilidad de trabajar para que al menos los niños alcancen algunas de las ventajas de los blancos. Quizás el estudio les salve la vida en un contexto en el que ya el monte no les dará de comer. Nadie les dará de comer. Los niños también están presos.
En guaraní paraguayo existe la expresión ñe’ẽ poty [“palabra florecida” o poesía]. El poty o el florecimiento es una forma guaraní de aludir a lo artístico. El trabajo artístico florece.
Estas son palabras que tienen fundamento.




Talla en madera hecha por Apolonio
La talla en madera forma parte de la cultura guaraní. Una de las maderas nobles con las que se confeccionan banquetas y piezas es el ygary o cedro. Se trata de la madera de un árbol divino y sagrado. El ygary es nuestro cuerpo. Él es el que llama el nombre propio, el que otorga el nombre de modo que nada malo ocurra a una persona. El ygary es un remedio.
Los chamanes extraen la piel del ygary y la ponen en una calabaza con agua. Tocan el agua e imponen la mano sobre las cabezas para asignar nombres. Se extrae la vida del ygary.
Se elabora una bebida con el ygary. El chamán canta, el chamán escucha, mira y siente para ver el nombre. Si uno porta un nombre que no le pertenece, enferma. Ahora la gente anda por ahí sin nombres, a la espera de que cualquiera la bautice. Pero no basta con ser conocedor de la palabra para estar en disposición de transmitirla.
Asunción, abril de 2025
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