"Jerusalem from Mount Olive" de la serie Images of The Holy Land**, de Mohammed Zakaria

Decir y pensar una vida más allá de lo que el colonialismo de asentamientos ha hecho*

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El texto que compartimos a continuación fue originalmente publicado por Samera Esmeir el 14 de octubre de 2023. Compartimos su traducción al castellano, porque aunque han pasado dos años, su lectura continúa siendo necesaria. “Los signos de la aniquilación aparecen primero en el lenguaje” escribe Samera; la catástrofe comienza ya cuando la distinción entre civilización y barbarie aparece en nuestra lengua. Aportando un enfoque crítico hacia la figura del civil y la normalidad civilizada tal y como es construida por el Estado-nación colonial para oprimir y exterminar a los pueblos sin estado, el texto de Esmeir nos deja una pregunta hoy ineludible: ¿cómo confrontamos la justificación de la aniquilación que sostiene el imperativo civilizador constitutivo a los Estados-nación que modela la vida ciudadana y que está vivo en nuestras lenguas? Su reflexión nace de lo que sucede en Gaza, pero puede ser extendida a los países de América Latina, a todo el planeta, pues como señala el filósofo chileno Rodrigo Karmy, vivimos un tiempo atravesado por el devenir nakba del mundo.

La Tierra se cierra sobre los palestinos de Gaza. Mientras escribo estas líneas, Israel sigue bombardeando a más de dos millones de palestinos, refugiados y descendientes de refugiados confinados en la asediada Franja de Gaza, de apenas 365 kilómetros cuadrados. Más de 300.000 soldados israelíes se preparan para una invasión terrestre.Israel también ha ordenado a 1,1 millones de palestinos que se desplacen del norte al sur de la Franja de Gaza, y se están llevando a cabo gestiones diplomáticas internacionales para sacar a los palestinos de Gaza fuera de Palestina, es decir, para realizar una limpieza étnica de Gaza. Mientras tanto, la destrucción desde el aire se intensifica: devastación, ruinas, cadáveres bajo y sobre los escombros. No hay escapatoria. La franja es demasiado pequeña, demasiado devastada, ya inhabitable.

En previsión de su muerte, algunos palestinos de Gaza están publicando sus súplicas de perdón por si alguna vez han hecho daño a alguien. Si pensábamos que había un límite empírico al alcance de la destrucción israelí de Gaza, debido a las limitaciones de una estrategia militar, vemos que ese límite no existe. Cuando leemos «He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible. Todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia», no estamos recibiendo las palabras de un ministro israelí que habla de una estrategia militar que responde a una situación concreta. Por el contrario, estamos escuchando la voz de una colonia de asentamientos que reafirma su dominio sobre la tierra, que afirma su supremacía sobre la población palestina autóctona. Estamos en presencia de un conquistador que rechaza las revueltas de los conquistados, exigiendo que declaren su derrota. Estamos en presencia de un deseo de erradicar a los palestinos, si no de la tierra, sí de la política de la tierra. Estamos en presencia de una campaña que intenta destruir lo que escapó a la destrucción durante y después de anteriores rondas de conquista y devastación, rondas que comenzaron en 1948. Estamos en presencia de un deseo colonialista de borrar a los nativos.

Los signos de la aniquilación aparecen primero en el lenguaje. De ahí que los Estados civilizados y las organizaciones internacionales, los liberales y los conservadores,  los rectores y donantes de las universidades estadounidenses se hayan alineado para participar en este discurso. Su orden colonial es claro: no contiene ni una sola referencia dignificante a los palestinos. No se trata de una coincidencia. Antes de ser aniquilados, los palestinos deben ser transformados discursivamente en monstruos bárbaros. Este discurso no se limita a criminalizar a Hamás por sus acciones. Para eso ya tenemos el imaginario jurídico de los crímenes de guerra, de la persecución, del castigo individual. Por el contrario, este discurso colonial internacional afecta a algo de mucho mayor alcance de lo que permite el imaginario jurídico. Condena el propio ser de los palestinos, su propia existencia. Este orden del discurso, que Occidente (entendido no como un conjunto de Estados o un lugar, sino más bien como un proyecto moral que sigue universalizándose violentamente) ya ha elaborado sobre otros pueblos colonizados y esclavizados, considera a los palestinos intrínsecamente culpables. Este orden de discurso los configura como el enemigo de todos, un enemigo que debe ser aplastado en lugar de negociar políticamente con él. En la medida en que este discurso, mantenido e impuesto por los Estados civilizados y los medios de comunicación liberales, engendra la pérdida de mundo (worldlessdness)  de los palestinos, su efecto es genocida. Sabemos por otras historias  que el lenguaje que construye la distinción entre lo civil y lo bárbaro es un lenguaje de exterminio.

La producción occidental de la pérdida de mundo (worldlessness) de los palestinos es omnipresente. Mientras que abundan los registros de los horrores que ha provocado Hamás, no existen registros semejantes en relación con las acciones israelíes. Esto no se debe a que la destrucción diaria, rutinaria y estructural del Estado colonial sea imposible de enumerar y catalogar. Es porque la respuesta emocional del Occidente liberal sólo puede provocar horror ante atrocidades muy concretas. El bloqueo continuo de la población palestina cautiva no causa consternación. Los bombardeos, una y otra vez, no provocan tristeza. El asedio no incita a la reflexión ética. La violencia militar y de los colonos necesaria para mantener la ocupación en Cisjordania no provoca preocupación. ¿Qué explica esta indiferencia ante el sufrimiento del indígena colonizado y el horror ante el dolor del colonizador? ¿Por qué los sentidos están tan desigualmente repartidos? ¿Se trata simplemente de una cuestión de doble moral? ¿A qué se debe entonces su abrumadora coherencia? ¿Hasta qué punto esta disparidad radical genera obstáculos a la lucha palestina? ¿Puede ser realmente que tantos fuera de Israel deseen secretamente que desaparezca la resistencia palestina para poder evitar las llamadas tragedias, arreglar el «desorden» y restaurar el orden colonial internacional? Y, además, ¿acaso esa deseada desaparición no reforzaría únicamente la gramática de la obliteración?

Hay muchas respuestas a estas preguntas. Una nos lleva a la guerra de 1967, cuando la victoria de Israel sobre los ejércitos árabes y la ocupación de Cisjordania y la Franja de Gaza fueron recibidas, dentro y fuera de Israel, como milagrosas y mesiánicas.

También está el apoyo británico y la facilitación de un Estado sionista de colonos en el siglo XX. Está el inquebrantable apoyo estadounidense a Israel, la profunda afinidad entre la colonia de asentamientos de Oriente Próximo y las colonias de asentamientos en el Continente Americano.

Quiero centrarme en otra respuesta, la que se fija en las atrocidades que dieron origen a la Franja de Gaza, la destrucción que ha sido indispensable para la creación del territorio israelí y las expulsiones que han sido necesarias para la creación de civiles israelíes y el debilitamiento de los sujetos palestinos. Me parece que ahora disponemos de herramientas críticas para rastrear y condenar la desestabilización de la categoría jurídico-política del civil, una desestabilización que ha permitido la matanza de sujetos inocentes e intachables, ya sea en Afganistán, Irak, Siria o Yemen, por mencionar sólo algunos ejemplos recientes. Pero quizás necesitemos pensar más sobre la creación de la figura del civil y la noción de normalidad civil, las condiciones territoriales y discursivas que intervienen en el cultivo de las vidas civiles y su distribución desigual. Propongo que la conquista colonial de asentamientos y la territorialización de la tierra no son simplemente el contexto de los acontecimientos actuales, sino fuerzas que producen y estabilizan categorías específicas, incluida la del civil. Hay un poder implicado en la creación y la destrucción del civil, no sólo en su condición de blanco de la violencia. En Palestina, este poder es un ejercicio de territorialización de un asentamiento colonial, ya que se ha entrelazado con el continuo traslado, asesinato y encierro de palestinos.

Permítanme desgranar este punto volviendo a la Franja de Gaza, escenario de renovados intentos de aniquilar a los palestinos y territorializar un Estado sionista llamado Israel. Recordemos que Palestina no tenía una zona llamada Franja de Gaza antes de 1948. Existía, sin embargo, una zona mucho mayor llamada Distrito de Gaza. Durante la guerra de 1948, las fuerzas sionistas conquistaron la mayor parte del Distrito de Gaza, destruyeron 49 pueblos y desplazaron por la fuerza a la población. Sólo 365 kilómetros cuadrados se salvaron de la conquista. Colocada bajo dominio administrativo egipcio, esta franja de tierra pasó a conocerse como la Franja de Gaza y acogió a 200.000 refugiados palestinos que habitaron ocho campos de refugiados. En 1950, Israel expulsó a quienes vivían alrededor de los campos en el territorio que ahora era de Israel, despobló la aldea palestina de Majdal y empezó a rodear la franja estableciendo asentamientos para bordearla y cercarla. Estos asentamientos fueron el terreno de los acontecimientos de este fin de semana. Ya entonces, los palestinos intentaron regresar a sus hogares y tierras. También intentaron ataques armados contra los asentamientos construidos en las tierras de los refugiados. Para mantener su dominio territorial sobre los asentamientos, Israel recurrió a la violencia. En 1953, por ejemplo, se inició una gran operación militar e Israel masacró a cincuenta personas. En 1956, Israel ocupó la franja por primera vez. En Jan Yunis, los soldados acorralaron y abatieron a cientos de palestinos. En 1967, Israel volvió a invadir la Franja de Gaza y permaneció como ocupante de tierras hasta que se convirtió en bloqueador. A lo largo de esta historia, Israel desplegó toda una serie de medidas de pacificación contra la lucha anticolonial de los palestinos de Gaza: detenciones sistemáticas, demolición de viviendas, presiones económicas y deportaciones; acorraló a los rebeldes y  ejecutó sumariamente a decenas de ellos. Desde entonces, los campos de Gaza, incluso después de 16 años de bloqueo, siguen estando en el centro de la resistencia contra lo que el Estado colonial quiere imponer como un asedio fatal y eterno.

En otros lugares de Palestina, operaciones militares similares de los colonos aseguraron la creación de territorio israelí donde no lo había, lo que dio lugar a la desterritorialización extrema de Palestina, es decir, a su destrucción. Por ejemplo, a pesar de la destrucción generalizada y las expulsiones masivas de 1948, casi 160.000 palestinos permanecieron en la tierra sobre la que el territorio de Israel fue demarcado. Pronto serían sometidos a un régimen militar. Se pusieron en marcha planes para restringirlos, confiscar sus medios de vida e impedirles llegar a sus campos. Se utilizó munición real para impedir la llamada «infiltración» de palestinos que querían regresar de sus lugares de refugio tras las líneas de alto al fuego. Se llevaron a cabo masacres. Se prosiguió con la judaización de Galilea. Desde entonces, muchas otras prácticas y estructuras coloniales de cercamiento, expulsión y delimitación de fronteras han seguido confinando a los palestinos, limitándolos a pequeñas parcelas de tierra y poniendo el resto de la tierra a disposición de los israelíes. De ahí los cientos de puestos de control militar israelíes que han dado lugar a cientos de comunidades palestinas fragmentadas y encerradas en Cisjordania.

Ofrezco estos gestos históricos no para proporcionar un contexto histórico a los acontecimientos actuales, sino para avanzar hacia una consideración de la creación entrelazada de territorio y civiles israelíes. Una vez que el Estado sionista pudo marcar sus fronteras, fortificarlas con asentamientos y colonos armados, una vez que pudo territorializarse despoblando pueblos y ciudades palestinos, destruyéndolos, impidiendo el retorno de los refugiados palestinos y reclutando judíos de todo el mundo para poblar los nuevos asentamientos, una vez que hizo todo lo que se estaba convirtiendo en ilegítimo en otros lugares del mundo en descolonización, entonces pudo empezar a materializar la figura del civil y la noción de normalidad civilizada y a convertirlas en armas como condiciones sobre el terreno que había que defender. En nombre del civil y para protegerlo, se podían cometer atrocidades.

La clave de esta noción de normalidad civil es su condición institucional-territorial de posibilidad: una forma de Estado fuerte con territorio continuo y fronteras fortificadas. Israel la tiene. Adquirió esta forma de Estado por la fuerza a costa de los palestinos. Esta forma de Estado tiene instituciones: un ejército profesional permanente, una fuerza policial, un ministerio del interior, un registro de ciudadanos y un ministerio de defensa. Éstas no son más que instituciones selectas que producen y reproducen la distinción entre civil y combatiente, incluso cuando el servicio militar nacional es obligatorio para todos los ciudadanos judíos israelíes, con sólo algunas excepciones. La condición de posibilidad de estas instituciones es la exclusión de los palestinos –en términos de entrada al país, derechos de residencia, unificación familiar, acceso a la tierra, etc.–, su supresión, expulsión, vigilancia y encierro. Estas instituciones han fomentado una sociedad civil israelí, una postura civil, una pluralidad civil y una normalidad civil. El colono, la figura precisa a través de la cual se procedió tanto a la territorialización del Estado sionista de Israel como a la desposesión y expulsión de los palestinos, también se ha transformado en un civil.

La ocupación de Cisjordania y la Franja de Gaza en 1967 fue fundamental para la creación de la normalidad civil israelí. Los «territorios ocupados» siempre han sido el terreno para desatar el poder militar israelí, evitando así que la violencia de la ocupación se inmiscuyera en la vida civil israelí normalizada. Allí, detrás de la línea verde, Israel ha conducido el «conflicto». Cuanta más violencia militar colonial haya en Cisjordania y la Franja de Gaza, más normalidad civil habrá en Israel, y más se podrá militarizar la noción de normalidad civil para justificar más violencia en Cisjordania y la Franja de Gaza. Pero las operaciones purificadoras y normalizadoras de la línea verde no siempre han quedado sin respuesta. Los palestinos siempre han comprendido que la condición de posibilidad de esta normalidad civil, dentro de la línea verde, era la destrucción de la existencia palestina en la tierra y la prohibición de su regreso a ella. De ahí que siempre haya habido violaciones del cerco y operaciones para deshacer la frontera: lo que los palestinos llaman «retorno».

Mientras tanto, la reivindicación palestina de un estatus civil o de normalidad civil se ha topado con muchos problemas. La sociedad palestina fue destruida en 1948. Los territorios ocupados en 1967 han sido deliberadamente fragmentados, desconectados y separados por asentamientos. No hay forma de Estado, ejército permanente, profundidad del territorio ni postura civil. En su lugar, hay muchos campos de refugiados, familias desposeídas y sujetos en lucha. Todo lo que podría cultivar la normalidad civil ya está en el punto de mira de la ocupación israelí, desde casas y escuelas hasta ONG, centros culturales y universidades. En comparación con el otro lado de la línea verde, la vida en Cisjordania y la Franja de Gaza, contenedores de la violencia de Israel contra los palestinos, no puede manifestar normalidad civil.

Pero hay más. El ethos civil, como cuestión de sensibilidad liberal, requiere inocencia, pasividad política, falta de movimiento y fijeza. A los ojos del Occidente liberal y civilizado, el civil debe ser pacífico, pasivo e irreprochable y debe rechazar la rebelión. Los palestinos, como refugiados, como sujetos resistentes políticamente comprometidos, como sujetos que miran en dirección a la tierra de la que fueron expulsados y aspiran a moverse en su dirección, y como personas que no desean establecerse en un territorio cercado, no pasan la prueba de este ethos. Su justa negativa al confinamiento, su firme rechazo al encierro y su esperanza inquebrantable de regresar a la tierra de la que fueron expulsados viola este ethos liberal. Sus sueños y aspiraciones los hacen, a los ojos de quienes valoran la normalidad civil a pesar de su alto precio para los demás, prescindibles. Por lo tanto, no se puede permitir que surja ninguna emoción ante su exterminio. Todo lo contrario. En nombre de la normalidad civil, el a-civil debe ser exterminado.

Por un lado, tenemos un Estado con uno de los ejércitos más avanzados sobre la faz de la tierra, un Estado que, invocando violaciones de la normalidad civil, puede movilizar fuerzas militares aniquiladoras con el apoyo de la mayoría de los miembros de la comunidad internacional. El dolor de los civiles de este Estado es legible y capaz de provocar el horror. Por otro lado, tenemos a un pueblo palestino colonizado, ocupado, sin Estado y desterritorializado, sin ejército permanente, con un terreno de maniobra minúsculo, que, por atreverse a resistirse a su devastación colonial de asentamientos, no tiene normalidad civil a la que invocar y a la que armar. Su lucha suscita escaso apoyo internacional. Por un lado, tenemos un Estado colonial de asentamientos que se autoterritorializa, construido mediante la limpieza étnica de la tierra, que lleva a cabo destructivas operaciones extraterritoriales para reterritorializarse contra aquellos a los que sigue expulsando y confinando; sus operaciones están respaldadas internacionalmente y fortificadas militarmente. Por otro lado, tenemos a las personas expulsadas y confinadas, que persisten en condiciones extremas de desterritorialización y exterminio, intentando crear una abertura en la tierra llegando a ella desde el borde del territorio; y esas personas están condenadas.

Así es nuestro cruel orden internacional, con su sagrado mandato territorial y su régimen de normalidad civil. Tal vez haya llegado el momento de que nosotros –los que no jugamos el juego de los Estados– dejemos de compartir, impugnar o solicitar el discurso colonial internacional, dejemos de afirmar sus derechos y reivindicaciones, sus términos y formas. Sólo entonces podremos empezar a hacer legible una vida que no puede dejar de luchar contra el dominio colonial sobre la tierra, que no puede dejar de buscar la eliminación de la frontera y que no puede dejar de rechazar las condiciones de confinamiento y privación necesarias para la normalización del colonialismo de asentamientos.

Permanecer con esta vida más allá de la territorialización y la normalidad civil es crear una apertura en el lenguaje, la política y la ética, una apertura que supera la cartografía colonial y el orden internacional que la posibilita.

Agradezco a Reem al-Botmeh, Basit Kareem Iqbal y Ramsey McGlazer sus comentarios sobre este ensayo. También estoy en deuda con los debates colectivos con Helen Kinsella y Murad Idris sobre la cuestión de lo civil.

* Este texto fue publicado por primera vez el 14 de octubre de 2023 en https://www.madamasr.com/en/contributor/samera-esmeir/

**Puedes ver más de la serie Images of The Holy Land, de Mohammed Zakaria aquí https://zkria.com/images-of-the-holy-land

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