Mientras escribía, mientras estábamos reunidas en las jornadas lésbicas donde presenté este texto hace un par de meses y ahora, mientras lo reviso para publicarlo aquí, en Des-bordes, todavía hay un genocidio en Gaza. Pocas horas antes de exponer oralmente este escrito supe que Nora Cortiñas, madre de Plaza de Mayo, estaba internada en estado crítico. Como debía hablar en una mesa junto a fabi tron y gabi herczeg y conozco sus posiciones políticas por compartir espacios de militancia hace muchos años, antes de empezar me permití expresar mis deseos de que todo se resolviera del mejor modo posible para Norita. Agregué que me parecía muy adecuado nombrarla en unas jornadas de teoría tortillera y más aún antes de hablar de Palestina, porque Nora fue muy importante en la formación militante de muchas activistas lesbianas y porque ella fue una defensora inclaudicable de la causa palestina, que nos convocó a muchxs a apoyar esa lucha. Hubo un aplauso muy sentido de reconocimiento a Nora.
Para hablar hoy de Palestina, no sobra hacer una aclaración, o dos. Primero, no tengo la menor simpatía por Hamas. No hay para mí justificación para la masacre de civiles que cometió esa organización el 7 de octubre de 2023. En segundo lugar, es falaz acusar de antisemita a cualquiera que cuestione los métodos que usa el Estado de Israel para lo que llama su defensa. Los derechos humanos son universales y la denuncia de su violación también debe serlo. Son cientxs de miles lxs judíxs de la diáspora que se pronuncian contra las masacres, ocupación de tierras, detenciones arbitrarias, torturas, humillaciones y destrucción de los medios de vida del pueblo palestino. Y también son decenas lxs judíxs ciudadanxs israelíes, sobre todo jóvenes y adolescentes, que se niegan a alistarse en el servicio militar obligatorio porque no quieren ser parte de las atrocidades contra lxs palestinxs. Suelen pagarlo con cárcel. Hasta hubo pilotos profesionales de la Fuerza Aérea israelí que se negaron a combatir durante la segunda intifada. No se puede callar que desde la Nakba, 76 años atrás, cuando se instauró el Estado de Israel, el pueblo palestino ha sido sometido a persecusión, acorralamiento y exterminio. Hubo numerosas resoluciones de Naciones Unidas, que Israel desoyó, porque puede hacerlo gracias al apoyo casi incondicional de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, entre otros. En ese trasfondo de desesperación y hartazgo ante la injusticia es que prosperan organizaciones como Hamas. No puedo cerrar esta parte sin dejar de recordar que, después de siglos de antisemitismo cultural, legal e institucional, la conciencia culposa de Europa frente a la Shoa se sintió tranquilizada cuando Gran Bretaña cedió el protectorado que tenía sobre Palestina para que se instalara el proyecto sionista. Les mintieron a lxs árabes y el colonialismo imperial cedió un territorio al colonialismo por asentamientos.
Hay otras situaciones de graves injusticias, guerras y persecuciones contra algunos pueblos que están sucediendo en este tiempo. ¿Por qué entonces las lesbianas deberíamos ocuparnos especialmente de lo que está pasando en Gaza? Porque frente a las críticas, además de la acusación de antisemitismo, Israel suele declamar ser la única democracia en Oriente Medio, movilizando deliberadamente prejuicios islamofóbicos y anti-árabes. Alega ser el único país de la región donde se respetan los derechos de las mujeres y de las personas LGTB. Y esto es algo que es necesario examinar, porque una gran cantidad de personas, incluyendo muchas lesbianas, han creído esa propaganda.
Es una propaganda que quiere mostrar a Israel como un lugar respetuoso y libre para las personas LGTB y responde a una estrategia de Estado. Fue desarrollada mientras se seguían produciendo asentamientos de colonos en tierras palestinas, se levantaba el muro divisorio y se instalaban decenas de puestos de control militarizado que son atravesados a diario por trabajadorxs palestinxs que se ganan la vida del lado israelí. Sarah Schulman, que ahora es más conocida en Argentina porque se publicó la traducción de su último libro sobre el conflicto y el abuso, estudió y documentó estos hechos. Schulman es una judía de la diáspora nacida en Nueva York, nieta y vecina de sobrevivientes del Holocausto, lesbiana y activista de larga data, fue una de las fundadoras de ACT UP en la cresta de la epidemia del vih/sida. Es escritora de ensayos, de ficción, de obras de teatro, de películas y ha organizado festivales de cine queer. En 2011 publicó un artículo titulado “A documentary guide to pinkwashing” (una guía documental del “lavado rosa”), que luego incluyó en su libro “Israel/Palestina y la internacional queer”, de 2012. En ese artículo cuenta cómo a partir de 2005 el Estado de Israel se asoció con empresas de publicidad y análisis de mercado para construir una nueva “marca país” que lo hiciera atractivo a sectores más jóvenes, mostrando una imagen más moderna y menos militarista y religiosa. A partir de eso, se implementaron varias campañas dirigidas a públicos específicos. Una de ellas fue “Israel gay”, e incluyó iniciativas como una marcha del orgullo en Jerusalem en 2006 (que, por supuesto, recibió muchísima oposición de los sectores judíos religiosos). Algunxs de lxs funcionarios involucradxs dejaron claro que desde ese primer momento la intención fue mostrar el compromiso de Israel con los derechos humanos ante los ojos de sectores de Europa y Estados Unidos que juzgaban con dureza al país “solamente” por su forma de tratar a lxs palestinxs. La campaña por la nueva marca país, llamada “Brand Israel” [marca Israel], incluyó posicionar a Tel Aviv como destino turístico gay en el Mediterráneo y la inversión de mucho dinero por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí en festivales de cine LGBT en diferentes ciudades del mundo para que se proyectaran producciones de cineastas de Israel, además de poner dinero en marchas del orgullo en varias ciudades.
En su libro, Schulman retoma el concepto de homonacionalismo acuñado por Jasbir Puar en su libro de 2007, “Ensamblajes terroristas. El homonacionalismo en tiempos queer”. Puar, que es directora del departamento de estudios de género de la Universidad de Rutgers y profesora de teoría queer, en Estados Unidos, se refiere al cambio de posición en Europa del norte, por ejemplo en Alemania y los Países Bajos, por el cual gays, lesbianas, bisexuales y en menor medida personas trans que han logrado muchos avances legales ya no son vistxs como una amenaza a la familia o a la nación, sino que son integradxs y asimiladxs por su normatividad, son gente blanca y sirven como símbolo para demostrar el compromiso de su país con el progreso. Algunxs luego se identifican con la hegemonía racial y religiosa de sus países y apoyan partidos y medidas que se oponen a la inmigración o a la diferencia racial o cultural. Entonces se construye un “otro” homofóbico y fanático, que básicamente son musulmanes de origen árabe, turco, del sudeste asiático o africanxs. Esto es fundamental para entender por qué todo un sector de personas LGBT vota por partidos de derecha y cómo puede ser que estos partidos, e incluso algunos de la ultraderecha, lleguen a tener hasta candidatos gays o lesbianas. El homonacionalismo es lo que está detrás de la negativa a que ciertos países pudieran ingresar a la Unión Europea, a la sanción de leyes racistas anti-inmigración en nombre de la protección de las personas LGBT y las mujeres (porque también existe el femonacionalismo) y la reivindicación de la participación de personas LGBT en las fuerzas armadas en países que han participado en guerras como la de Irak o Afganistán. Nunca se objeta la inmigración de cristianxs, incluso si se trata de ultraconservadores opuestos a los derechos de las personas LGBT. Sin embargo, es importante destacar que el homonacionalismo no necesariamente es una política de gobierno deliberada, sino que muchas veces es una posición que surge entre la gente LGBT blanca que no es crítica de estructuras de poder racistas.
Luego Schulman explica cómo surgió el término pinkwashing, que en nuestro medio se usa sobre todo para referirse a estrategias comerciales del sector privado o a gobiernos que dicen que hacen algo en relación a las necesidades de las personas LGBT. Si bien la relación con lo comercial no es del todo errada, es importante saber que no surgió para referirse al sector privado sino en referencia a esa campaña de propaganda de Israel para cambiar su imagen y tener una nueva marca país, es decir que fue parte de una política de Estado. Schulman cuenta: “La frase fue acuñada originalmente en 1985 por Breast Cancer Action [Acción contra el cáncer de mama] para identificar empresas que afirmaban apoyar a mujeres con cáncer de mama mientras en realidad se beneficiaban de su enfermedad. En abril de 2010, QUIT! (Queers Undermining Israeli Terrorism, queers socavando el terrorismo israelí) utilizó el término pinkwashing como una variación del greenwashing, utilizado para describir empresas que afirmaban ser ecológicas con el fin de obtener ganancias. El primer uso del término en relación con Palestina se atribuye a Ali Abunimah, editor de Electronic Intifada [medio de prensa radicado en Chicago que se dedica a cubrir el conflicto israelí-palestino], en una reunión en 2010 donde dijo: ‘No toleraremos el lavado de cara blanco [Whitewashing] ni verde [Greenwashing] ni rosa [Pinkwashing] de Israel’”. A partir de ahí, lxs activistas queer palestinxs y sus aliadxs queer judíxs lo usaron para referirse a la política israelí de propagandizar los derechos de las personas LGTB para que no se hable de la ocupación colonial y de la consiguiente violación de derechos humanos del pueblo palestino.
El libro de Schulman cuenta cómo lxs activistas queer palestinxs lograron reunir más apoyos para la campaña de boycott, desinversión y sanciones que estaban promoviendo contra Israel. Ella fue una de las organizadoras principales de una gira por Estados Unidos de varixs activistas que reunieron solidaridad en los ámbitos universitarios. Tal como sucede hoy. Porque las protestas en las universidades estadounidenses que denuncian el genocidio en Gaza no son sólo declaraciones de solidaridad con Palestina, sino que están reclamando acciones concretas. Son universidades privadas, que cobran cuota y que invierten el dinero en acciones de grandes compañías. Muchas de esas empresas están involucradas en la ocupación y el genocidio, porque proveen materiales a las fuerzas armadas israelíes o porque participan de proyectos en los territorios ocupados. Lxs estudiantes quieren que su dinero, el que le pagan a sus universidades, no se use para eso y reclaman que se retiren las inversiones en esas empresas.
Una de las activistas que participó en esa gira fue Ghadir Shafie, una de las fundadoras de Aswat [voces], un grupo de lesbianas palestinas, basado en Israel. Hoy se llama Aswat – Centro feminista palestino por las libertades sexuales y de género. En un artículo que publicó en 2015, Shafie dice: “Por un lado, el financiamiento judío y extranjero rotula a los derechos sexuales como un tema sionista, obstaculizando más aún el avance de las libertades sexuales en las sociedades palestinas. Por otro, que lxs israelíes quieran “educar” a lxs palestinxs sobre derechos LGBT asegura que la educación sexual se dé sólo de manera condescendiente y desde lxs no palestinxs a lxs palestinxs, ignorando particularidades culturales y de lenguaje, entre otras. El aspecto de propaganda del pinkwashing presenta a lxs palestinxs como no suficientemente “civilizadxs” para entender, y ni digamos respetar, los derechos LGBT, mientras que al mismo tiempo les quita el acceso a iguales recursos y oportunidades. Para lxs palestinxs LGBT, “salir del closet” en este ambiente restringe sus identidades sexuales a la forma en que lxs judíxs israelíes entienden lo LGBT, incluso cuando los parámetros de un espectro tan estrecho no se aplican a sus contextos locales. El pinkwashing se propone mantener representaciones regresivas y racistas de lxs palestinxs para justificar mejor su opresión y el trato desigual que reciben, y en su círculo vicioso interno instrumentaliza a algunxs palestinxs LGBT, que dejan de ser lo suficientemente palestinxs para sus propias comunidades”.
Otra fue Haneen Mickey, fundadora de AlQaws – Para la diversidad sexual y de género en la sociedad palestina. En una entrevista de 2012 decía: “Actualmente hay un movimiento sexual organizándose en la sociedad palestina y alrededor del mundo árabe. Nuestro discurso se está apartando de los “derechos LGBT”, porque nos parecen estrechos y también nos apartamos de los enfoques de políticas de la identidad, nos estamos corriendo más hacia enfoques de derechos sexuales. Somos críticxs del enfoque de “derechos”, pero lo usamos como encuadre para que las mujeres y otrxs aliadxs puedan ser incluidxs y se involucren en desafiar los diferentes tabúes en cuanto a sexualidad. No podemos discutir sobre homosexualidad y política queer sin desafiar la sexualidad. Por eso creemos que la política queer puede ser un marco más adecuado que la identidad queer.” En otra parte dice: “Es muy importante que seamos muy visibles desde nuestra plataforma política. Fui una de las cofundadoras de Al-Qaws para promocionar la campaña por el boycott, las desinversiones y las sanciones contra Israel ante más queers palestinxs y para ser visibles en cada campaña relacionada con la lucha palestina, tanto nacional como internacionalmente, tanto física como virtualmente. Estamos en todos lados. Estamos desafiando la imagen actual de qué significa ser un “palestinx gay”, las imágenes de víctimas, o de exóticxs, desafiando este binario y trayendo un espíritu más activista.”
Entre las lesbianas de Estados Unidos la solidaridad con Palestina tiene décadas de existencia y si bien no es masiva, no podría decirse que es marginal: algunas de las revistas y activistas más reconocidas han sido muy consistentes en su denuncia contra la ocupación. Esto se relaciona con el enorme apoyo de Estados Unidos a Israel en su opresión del pueblo palestino. Me pregunto por qué varias autoras son muy conocidas para muchas activistas lesbianas/queer en Argentina pero sólo se difunden sus escritos y teorías sobre sexualidad, género, performatividad o cárceles pero no sus posiciones de solidaridad con Palestina. Parte de la respuesta probablemente radique en que son textos originalmente en inglés y por lo mismo no hay casi conocimiento del activismo lésbico de apoyo al pueblo palestino.
Sin embargo, es posible que parte de la respuesta tenga que ver con la política de la identidad que ocupó un lugar central en los últimos años en Argentina, tanto desde el activismo como desde las políticas públicas. Se declama la interseccionalidad, pero se la entiende como una sumatoria de identidades que se apilan en una misma persona. Como consecuencia, sigue habiendo incapacidad de confrontar el homonacionalismo, que se sostiene sobre prejuicios racistas y xenofóbicos. La política de la identidad puede ser cooptada no sólo desde el Estado sino por otros poderes, como las instituciones financieras internacionales: tanto el Banco Mundial como el FMI tienen condicionamientos de tipo homonacionalista para la concesión de créditos y de programas de asistencia. La política de la identidad, incapaz de análisis realmente interseccionales de las estructuras profundas de los sistemas de opresión, desactiva la potencia del internacionalismo.
Retomando, entonces, quería mencionar que la generación anterior a la de Schulman y Puar ya tenía una fuerte tradición de denuncia de las atrocidades cometidas por Israel. Por motivos de extensión, no se puede mencionar ahora a todas, como Angela Davis, Lisa Duggan, Charlotte Bunch, Minnie-Bruce Pratt, Audre Lorde y muchas otras. Me voy a limitar a dos activistas lesbianxs judíxs de esa generación.
Voy a comenzar por Joan Nestle. Joan es una gran activista lesbiana norteamericana. Es una lesbiana femme, de clase obrera en sus orígenes, autora de ensayos y de narrativa erótica, una de las fundadoras de los Lesbian Herstory Archives de Nueva York, judía y tenaz opositora a la opresión del pueblo palestino. Escribió, entre muchísimos otros textos, un ensayo llamado “Lesbianas y prostitutas: una hermandad histórica”, traducido por Gabriela Adelstein y publicado por fabi tron en Bocavulvaria. Por cierto, Adelstein también es judía y también está en contra del genocidio en Gaza. Vuelvo a Joan Nestle. Hoy tiene 86 años, es conocida y reconocida no sólo por el activismo lésbico en su país sino en el mundo. Utiliza sus redes sociales, las oportunidades en las que da charlas o presenta libros y cualquier otra ocasión para denunciar lo que hace el Estado de Israel contra Palestina, además de ser parte de colectivos de judíxs que apoyan a Palestina y de difundir manifiestos y declaraciones. A pesar de todo lo que ha hecho por las comunidades lésbicas, por su historia, por ampliar la conversación sobre el deseo y sobre lo sexual, la cantidad de insultos, acusaciones y descalificaciones que recibe por oponerse a la ocupación es notable. Pero Joan sigue diciendo lo que debe ser dicho.
No puedo hablar de la lucha de liberación del pueblo palestino y de la solidaridad lésbica con esa lucha sin mencionar a Leslie Feinberg. Leslie era unx lesbianx stone butch y trans, de clase obrera, judíx, marxista, comunista revolucionarix, militante del Workers’ Party [Partido de lxs trabajadorxs] norteamericano. Además de escribir una columna llamada “Lavanda y rojo” sobre historia del movimiento LGBT en el periódico del partido, Workers’ World [Mundo obrero], durante muchos años tuvo a su cargo la página de prisionerxs políticxs de ese periódicx. En 2007 fue invitadx por Aswat a su primer encuentro público, en Haifa. Leslie dio un largo discurso, muy potente, respetuoso, internacionalista. Algunos extractos: “Hoy hay algunxs que tratan de separar a Aswat de la lucha palestina y que sólo se relacionan con ustedes sobre la base de una identidad sexual universal. Pero quienes apoyan su autodeterminación no se olvidarán que ustedes están traduciendo su cultura, sus vidas y la forma en que se identifican, y también su lucha, para facilitar que quienes no hablamos árabe podamos entender. […] El colonialismo y el imperialismo siempre han tratado de fomentar los conflictos para dividir y conquistar. Hoy vemos cómo lxs imperialistas -Estados Unidos e Israel- utilizan las experiencias de las mujeres, los gays, lxs trans como pretextos para la guerra imperialista. La ideología supremacista blanca reemplaza la afirmación imperialista de estar “trayendo la civilización” por la afirmación imperialista de que están “trayendo la democracia”. Pero lo que Washington y Tel Aviv han traído a Oriente Medio son ocupaciones sin piedad.”
Dejé para el final a Judith Butler, porque me resulta el caso más notable de difusión parcial de su trabajo y sus posiciones políticas. En nuestro país se lee básicamente su producción ligada al género pero casi nada sobre su compromiso de muy larga data y altísimo perfil con la lucha de liberación del pueblo palestino y contra las políticas genocidas de Israel. Cuando Schulman empezó a pensar sobre este tema, Butler fue una de sus referencias principales. Es parte de Jewish Voice for Peace [Voces judías por la paz], una organización progresista judía de Estados Unidos. Desde que comenzó la guerra contra Gaza, Butler ha tenido muchas intervenciones públicas. Es una de las firmantes de la “Carta abierta a los gobiernos de Israel, Estados Unidos y otros países que instrumentalizan el tema de la violación.”, publicada en febrero de 2024. Entre las firmantes están Angela Y. Davis, Charlotte Bunch, Joan Nestle, Lisa Duggan, Sarah Schulman y varixs integrantes de Jewish Voice for Peace entre muchas otras. Sectores que apoyan a Israel, incluyendo a varias feministas norteamericanas, intentaron desacreditar esa carta y atacaron a sus firmantes. Acusan a las firmantes de ser antifeministas por objetar la instrumentalización de la violencia sexual, como si estuvieran negando.
Butler está siendo muy atacada en este tiempo porque es la encarnación de todos los males para la ultraderecha. La acusan desde hace bastante de ser la creadora de lo que llaman “ideología de género” y ahora de “defender terroristas” y de ser antisemita y antifeminista. Uno de los aspectos más llamativos de la ultraderecha contemporánea es justamente su apoyo a Israel. Es cierto que Netanyahu es de ultraderecha, pero eso solo no explica ese cambio en relación a la histórica posición antisemita de esos sectores en Europa. La explicación, lo que une a lxs ultras de siempre con lxs ultras de Israel es el enemigo musulmán, la construcción de lxs musulmanes como el gran enemigo, el gran otro primitivo, anti civilización, el que ataca a occidente con la migración y con lo que llaman “el gran reemplazo demográfico”. Ahí es donde entran a jugar el pinkwashing y el homonacionalismo.
Una semana después de comenzada la ofensiva contra Gaza, se difundió en sitios web y en redes sociales una foto de un soldado israelí en campaña, sonriendo, con una bandera del orgullo que decía “In the name of love” [en nombre del amor] y de fondo se veía un paisaje de Gaza en ruinas, demolida por la ocupación militar. La cuenta oficial del Estado de Israel publicó esa foto con la leyenda: “La primera bandera del orgullo LGBT izada en Gaza”. Y agregó que el militar es un gay que quiere “enviar un mensaje de esperanza a la población de Gaza que vive bajo el yugo de Hamas”. Sin embargo, la activista lesbiana palestina Ghadir al Shafie dijo en una entrevista reciente: “Es importante para nosotrxs insistir en nuestra narrativa de que todos los palestinos son dignos de vida. Y que los queers palestinos están siendo asesinados por Israel, no por Hamas, no por terroristas, es por el ejército israelí. Y es importante aclararlo. Porque esta es la medida y la propaganda que Israel está tratando de promover de que quieren proteger a las personas queers de Hamas porque los están matando”. Eso es el pinkwashing, eso es intentar justificar el genocidio de un pueblo apelando a mentiras, omisiones, prejuicios, políticas de la identidad y el silenciamiento de las voces de lxs agredidxs. Pero un genocidio no se puede excusar en nombre del orgullo, ni del amor, ni del deseo, ni de la diversidad ni de ninguna otra cosa. Por eso es que debemos hablar, por eso debemos amplificar las voces palestinas, porque un genocidio debe ser denunciado. Por eso decimos “no en nuestro nombre”.
¡Viva Palestina libre!
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