Frame del documental Where Olive Trees Weep (2024) de Zaya Benazzo y Maurizio Benazzo

Palestina, el contratiempo

por

Hay luchas que desafían y desorganizan la temporalidad con que comprendemos un ciclo político y organizamos nuestra rabia. Palestina es una de esas luchas cuya catástrofe, como señala Pablo Abufom en el texto que presentamos a continuación, es imposible de contabilizar; se trata de una lucha tan antigua que su punto de inicio se nos resbala como un pez de las manos. Poniendo en contacto la lucha palestina con la lucha mapuche, la resistencia dictatorial y la revuelta chilena de 2019, Abufom nos ofrece una reflexión sobre los roces y ensamblajes entre distintos tiempos y espacios que desafían los ordenamientos fijados por la forma Estado-nación. Su texto parece invocar lo que el tunecino Sadri Khiari concibe como un internacionalismo decolonial, ese que pueda ponerse en práctica tanto con lo lejano como con lo más próximo: que repudia tanto las renovadas formas de imperialismo exterior, como el colonialismo interno que el Estado ejerce sobre migrantes, pero también, sobre pueblos o naciones subyugados que conviven en él. Este texto nos ofrece así una generosa mirada política, tan lúcida para comprender el accionar del Estado de Israel como un engranaje de las formas de colonialismo contemporáneas, como atenta a los riesgos de circunscribir un excepcionalismo palestino, sosteniendo la solidaridad desde abajo y hacia los lados, como la piedra más afilada.

Para el mundo, Palestina es un contratiempo. Es la espina que está en la historia pero contra la historia. Pero también es un contra-tiempo, un tiempo en contra. Es esa demora permanente al desenlace del vendaval colonial, porque en Palestina se habita el tiempo permanente de la resistencia y en ella se desenvuelve con intensidad la resistencia del tiempo a vaciarse de su humanidad y quedar convertida en el mero pasar de las horas hasta el exterminio total. 

Palestina es el dedo que toma el pulso de la expansión colonial del capitalismo y el estado nacional como proyectos asentados sobre la masacre o la reducción de sus poblaciones. En cada coyuntura palestina, como la que se abrió el 7 de octubre de 2023, es posible leer el estado actual del mundo y hacer inventario de las fuerzas imperiales y las propias. Con esfuerzo podemos distinguir, entre la neblina que impone la “larga guerra colonial” contra Palestina, algunos de los vocablos de la resistencia ya sea palestina o chilena, las continuidades y discontinuidades entre los distintos proyectos coloniales, y las conexiones estratégicas que harían posible que el cierre de esta coyuntura palestina nos deje en un mejor pie. 

En este texto recorro tres momentos de nuestra historia para explorar el lenguaje y la práctica de la resistencia a partir de la noción de intifada; para dar cuenta de las continuidades entre los proyectos coloniales en Chile y en Israel, con las aperturas que eso implica para las alianzas en las luchas chilenas, mapuche y palestinas; y para sugerir algunas conexiones estratégicas que surgen del análisis de la coyuntura actual y nos indican el camino de los principales desafíos para un Nuevo Movimiento Palestino en Chile. 

No se trata de un recorrido historiográfico, sino de un ejercicio de memoria en cuanto “hacer presente” (Schwabe 2023) que hace uso de la experiencia del pasado para dar forma a la experiencia actual. Esto es particularmente relevante para analizar las contradicciones de la diáspora palestina en territorio chileno, atravesada por Palestina como memoria de la opresión y por Chile como memoria en tensión. La así llamada comunidad palestina de Chile en realidad es una identidad dividida entre la privilegiada celebración de los legados neoliberales de la dictadura y la precarizada resistencia contra la dictadura y sus efectos. 

Más allá de la indignación moral que nos causa el genocidio en curso, una nueva perspectiva para abordar la cuestión palestina en la diáspora chilena y construir un Nuevo Movimiento Palestino en Chile requiere identificar la continuidad histórica entre el proyecto colonial chileno e israelí, la afinidad material entre los adversarios y las adversidades que han experimentado sus sujetos oprimidos (sean chilenos o indígenas), y abordarla desde el punto de vista de su superación, es decir, desde el punto de vista de un internacionalismo desde abajo que se opone a los nacionalismos del capitalismo global y su proyecto encarnado en los grupos dirigentes de cada país, incluso de los países poscoloniales. 

Quillota, 1989

Todas las historias palestinas comienzan en casa, ya sea bajo el techo de la casa familiar o en el anhelo tan incontenible como irrealizable de volver a casa, a Palestina.

Debe haber sido en 1989, cuando mis padres recibieron de visita a una antigua amiga de la familia y su marido. Ella, nieta de la diáspora en Chile y él, miembro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) con responsabilidades internacionales. Todavía puedo sentir la calidez de su acento paisano y el fuego de sus ademanes militantes cuando nos dijo a mí y a mi hermano, apenas 5 y 7 años respectivamente: “vamos, vengan conmigo a Palestina, vamos a tirarles piedras a los ocupantes, vamos a la Intifada”. Me sentí inmediatamente reclutado a una causa más grande que cualquiera que hubiese conocido, aún más importante que esa extraña explosión de alegría que pude ver en la plaza de Quillota el 5 de octubre de 1988, cuando los gritos contra Pinochet se mezclaban con la quema de una efigie con su rostro en plena calle. Pero ¿qué era eso de la Intifada? 

Es el nombre con que los palestinos denominamos la rebelión, la resistencia y la esperanza. Intifada, انتفاضة, nombre propio de las luchas palestinas de las ùltimas décadas y al mismo tiempo el verbo con el que leemos la acción anticolonial de la Gran Huelga de 1936-1939 (Kanafani, 2023) y el camino a la liberación en el futuro. Intifada, un relámpago que inunda la memoria con imágenes de jóvenes lanzando piedras contra las fuerzas de ocupación que llegaron a convertirse en la gran metáfora del drama palestino: la piedra contra el fusil, el cuerpo encapuchado contra el tanque amurallado, la impotente aspiración de libertad de un pueblo atrapado en un espacio-tiempo geopolítico dominado por los sucesivos intereses imperiales ingleses y estadounidenses, fielmente representados por los colonos israelíes y sus aliados árabes. 

Intifada significa agitación, sacudida, temblor. Entre 1987 y 1993, el pueblo palestino se sacudió de encima la capa más inmediata de su opresión, con piedras, palos y barricadas. El silencio del mundo se vio interrumpido por la emergencia de esa rebelión que volvió a poner a Palestina en el mapa de los contratiempos globales. Ya no solo un problema para Israel o Estados Unidos, sino un problema mundial nuevamente. Cuando ya todos sus ex aliados vecinos les habían abandonado, y mientras la dirección de la OLP habitaba el exilio en Túnez, las juventudes palestinas abrieron una brecha en la frontera que les separaba del mundo exterior. A punta de piedrazos y golpes de auto-organización popular, involucraron al conjunto de la oprimida sociedad palestina en Gaza, Cisjordania y Jerusalén en una aventura de resistencia a las insufribles condiciones de vida a las que estaba sometida desde al menos 1967. Israel había mantenido el control absoluto sobre los territorios palestinos durante los 20 años posteriores a la Guerra de los Seis Días, y ese peso caía ahora sobre una generación que solo conocía la grotesca opresión colonial al interior de un territorio desarmado. 

Por supuesto, yo no sabía nada de esto en 1989. Solo sabía que eramos palestinos, que nuestros bisabuelos habían llegado desde esa tierra lejana, y que la resistencia estaba bien, tanto en Chile como en Palestina. ¿Será que esa invitación a tirar piedras en Palestina mientras Chile vivía el fin de la dictadura me transmitió la idea de que hay un vínculo indisoluble entre justicia, sacrificio y violencia política? 

Unos meses antes de mi nacimiento en 1983, Chile vivía su propia intifada contra la dictadura. Diez años después del golpe, y ante la doble amenaza de la represión y la crisis económica, el pueblo de Chile salió a sacudirse el dictador de encima en las denominadas “jornadas nacionales de protesta” (Bravo, 2023). Las barricadas, los cacerolazos, los enfrentamientos con la policía, las clandestinas formas de organizar acciones en barrios y centros, estallaron en la cara del régimen e incluso fueron más allá de las expectativas de quienes impulsaron las chispas más avanzadas de esas jornadas. 

No hay estallido sin algún tipo de ignición, y la convocatoria de la Central de Trabajadores del Cobre (CTC) para protestar el 11 de mayo de 1983 fue como el asesinato de trabajadores palestinos en el campo de refugiados de Jabalia el 8 de diciembre de 1987, o como la subida del pasaje del Metro en octubre del 2019 después de décadas de precarización de la vida en Chile: grietas en el edificio de la situación nacional, de las que comienza a fluir el combustible de una explosión, sin con ello determinar ni su recorrido ni su desenlace. Un régimen en crisis es más susceptible a estas filtraciones e infiltraciones, y no es casual que las Jornadas de 1983, la Primera Intifada y la Revuelta Popular de 2019 hayan tomado por sorpresa a los gobiernos que enfrentaron. No son rebeliones o estallidos de la misma magnitud ni enfrentaron el mismo enemigo, pero coinciden en ser una respuesta violenta a periodos de acumulación de injusticia institucionalizada y desazón desde abajo. 

Desde esa noche en 1989, esa palabra intifada habita debajo de mi lengua, siempre capaz de traducirse en otras (rebelión, revuelta, revolución), nunca totalmente disuelta en el tiempo y el espacio que me distancian de la sacudida palestina, siempre articulada y modulada en las múltiples formas de existir que tiene la resistencia, la revolución y el sueño de la victoria. 

Temucuicui, 2018

El 14 de noviembre de 2018, un comando de Carabineros asesinó a balazos a Camilo Catrillanca, y luego detuvieron y torturaron al niño que lo acompañaba. Finalmente destruyeron la evidencia en sus cámaras y se dispusieron a formar parte de un entramado de mentiras que se articuló desde la Araucanía hasta La Moneda y los medios de comunicación. Camilo se convirtió en el nombre y el rostro de las víctimas de la violencia estatal contra el pueblo mapuche, y su asesinato se inscribió en la historia del reciente ciclo histórico chileno como el punto de partida de la crisis política que condujo a la revuelta de 2019. Durante las protestas por Camilo, la rabia ya olía distinta en las calles de Santiago. 

En Medio Oriente también hay Mapuche, solo que allá se llaman Palestinos. Palestina ha estado sometida a una “larga guerra colonial desde 1917” (Khalidi, 2020), articulada y llevada a cabo por el movimiento sionista con el respaldo y participación sucesiva del Imperio Británico, Estados Unidos y el bloque europeo. Israel es un extraño proyecto colonial basado en un expansivo proceso de desplazamientos y asentamientos en tierra palestina. Es extraño porque la dinámica del establecimiento colonial de asentamientos por parte de una comunidad foránea (tal como los procesos coloniales españoles, portugueses, belgas, franceses, ingleses, etc.) se combina con la dinámica y las aspiraciones de la construcción de un Estado-nación (que asociamos más bien a los procesos de independencia o de liberación nacional con respecto a esas mismas colonias imperiales). Entonces conjuga abiertamente la práctica deshumanizante del colonialismo europeo con la lógica de la soberanía, los derechos y la libertad propias del proyecto republicano anticolonial. Israel es un Estado nacido de una colonia sin metrópolis, sin guerra de independencia, sin lucha de liberación nacional, nacida de la cálida relación con esa metrópolis que es el apasionado respaldo financiero y militar de sus patrones británicos y euro-estadounidenses. 

Vista desde la perspectiva de este extraño colonialismo, la historia de las luchas del pueblo palestino tienen un punto de inflexión crucial en la declaración de independencia de Israel el 15 de mayo de 1948, que inaugura lo que conocemos como Nakba, pero se extienden varias décadas hacia comienzo del trabajo del movimiento sionista por colonizar Palestina. La campaña genocida que comenzó Israel el 7 de octubre de 2023 es apenas la última en la larga historia de su aspiración a exterminar Palestina. Si no son solo estos últimos meses, ¿cuántos años debemos incluir en nuestros discursos y afiches para enfatizar la extensión de la catástrofe palestina? ¿Desde qué año comenzamos a contar? 

Este mismo resquebrajamiento de las líneas temporales se nos hizo presente en la revuelta popular de 2019. Bajo la consigna de “no son 30 pesos, sino 30 años” se evidenció una crítica a los marcos temporales con los que organizamos la rabia. Y pronto pudimos ver que el conflicto no había comenzado con la subida del precio del transporte, sino con las décadas de administración concertacionista de los legados dictatoriales. La revuelta introdujo una nueva noción temporal, reorganizó la mirada contra el tiempo, y se presentó como un contratiempo

Pero cuando se trizan las líneas temporales no hay vuelta atrás. Y pronto las calles y las memorias estallaron en nuevas valoraciones sobre dónde comenzaba nuestra desgracia. En realidad eran casi 50 años desde el golpe en 1973. La fuerza de gravedad de ese 11 de septiembre nunca deja de atraerlo todo hacia sí, del modo en que mayo de 1948 es el agujero negro de la historia palestina en torno al que se ordenan las formas de la memoria histórica y los caminos de la resistencia. 

Pero en la revuelta de 2019 se hizo presente el mayor contratiempo de la historia nacional: los más de 200 años de una república construida sobre la base de la doble guerra de expansión hacia el norte y el sur, que a su paso amplió sus fronteras y constituyó el subsuelo colonizado sobre el que se asienta su edificio civilizado. En 2019 la Wenüfoye y el Wüñelfe, las “banderas mapuche”, se hicieron presente, y nos volvieron a recordar una línea temporal de siglos, marcada por el ritmo de la pacificación permanente de la Araucanía y la consolidación mestiza del capitalismo chileno. Ni 30, ni 50, sino más de 500 años de años de historia. El drama de toda historiografía es que no puede dejar de hacerse historia desde una posición en esa misma historia. Y si se adopta la posición de los pueblos indígenas que fueron atravesados por las fronteras chilenas, no hay extemporaneidad, sino plena continuidad, en la experiencia de una opresión de 500 años. 

El proyecto colonial español dio lugar al Estado de Chile a través de la ruptura independentista. Desde el punto de vista de un pueblo que ha experimentado la continuidad de ambos momentos, la historia de Chile no es tan distinta a la de la extraña combinación colonial-republicana de Israel en Palestina. La incomodidad que genera este contratiempo en la conciencia moral de los chilenos y los palestinos en Chile debiese ser un indicador de lo importante que es explorar esta conexión entre los proyectos coloniales en el mundo. No basta con declarar que la cuestión palestina es radicalmente distinta de la cuestión mapuche, como suelen hacer los chilenos palestinos que no quieren ver la íntima conexión y prefieren creer en un excepcionalismo palestino tranquilizante. 

Pero ese vínculo es real, y se sostiene en la equivalencia histórica de ambos proyectos coloniales-republicanos, y más concretamente en el modo en que Israel ha alimentado la máquina de guerra colonial chilena en el Wallmapu. Es conocida la relación militar entre Chile e Israel. La compra de armamento y tecnologías de la represión a Israel incluye fusiles, aviones no tripulados, sistemas satelitales y sistemas de mando centralizado. Desde 1977, Chile ha comprado más de 900 millones de dólares en armas. En 2019, Sebastián Piñera firmó un acuerdo de cooperación con Israel que incluye seguridad y ciberseguridad. Durante décadas, Chile ha mantenido un estrecho vínculo con Israel para la modernización y reforzamiento de su aparato militar y de seguridad interior. La garantía de comprar armamento y tácticas probadas en terreno sobre cuerpos palestinos en contextos urbanos debe ser un gran atractivo para cualquier institución armada del mundo.

Las niñas y niños en Palestina y Wallmapu tienen una experiencia muy similar: crecen acechados por la discriminación social, el despojo económico y la anulación política. Se educan en las artes funerarias antes que en cualquier manualidad. Habitan un territorio desdoblado entre el sueño de poder jugar en calma y la realidad de los checkpoints y los allanamientos. Han visto sangrar a su gente por efecto de la crueldad colonial, adquiriendo a la fuerza la disciplina de la guerra total, es decir, de la guerra que se te declara antes de nacer y que puede caer sobre ti en cualquier momento. 

Cuando se pone en evidencia esa experiencia común se vuelve más claro que la formación de estados nacionales en América Latina después de las guerras de independencia y en Medio Oriente después de la Primera Guerra Mundial no es tan diferente de la formación del Estado de Israel bajo el proyecto nacional sionista y los auspicios imperiales atlánticos. La clave de esta afinidad está en la posición desde la cual se escriba la historia de las continuidades y discontinuidades de los estados nacionales. Desde el punto de vista de los pueblos que han visto durante siglos, generación tras generación, la opresiva continuidad de un proyecto colonial, entre Chile e Israel hay una afinidad que incluye pero trasciende sus relaciones diplomáticas e intercambios militares. Es una afinidad que se ubica en el corazón de las republicas coloniales, aún después de sus procesos de independencia o descolonización, tal como han mostrado las historias latinoamericanas, asiáticas y africanas durante décadas. 

Cuando se mira desde ese punto de vista, tiene sentido plantear que los “palestinos” de Chile son los mapuche y que los “mapuche” de Medio Oriente son los palestinos. Palestina y Wallmapu representan un mismo contratiempo, uno que está sujeto a formas de negacionismo enloquecedoras: ¿por qué persiste, incluso entre chilenos y palestinos bien intencionados, la tendencia a esquivar el contratiempo mapuche, aunque abrazan el contratiempo palestino? ¿Qué hace falta para identificar la experiencia común que une al pueblo mapuche con el pueblo palestino? Sobre todo, ¿dónde está la clave estratégica que vincula a chilenos, mapuche y palestinos en una misma lucha contra el hilo común de su opresión?

Santiago, 2023

La coyuntura palestina abierta el 7 de octubre precipitó un proceso de reorganización para las organizaciones chilenas y palestinas que conforman lo que llamo el “movimiento palestino” en Chile, y que no solo incluye a personas descendientes de migrantes palestinos, sino también a quienes se identifican con la causa palestina o reconocen en la lucha de su pueblo una urgencia histórica a la que deben sumarse. Este “movimiento” se ha visto tensionado por los hechos del 7 de octubre y el periodo posterior, evidenciando tendencias y antagonismos en su interior. La errática respuesta inicial del gobierno y la ausencia de movilizaciones callejeras, sumada a una acción excesivamente testimonial por parte del principal referente de la diáspora (la “Comunidad Palestina de Chile”, que opera desde el Estadio Palestino en el barrio alto de Santiago), llevó al surgimiento de la Coordinadora por Palestina, impulsada principalmente por personas palestinas de izquierda con una larga trayectoria en organizaciones como la Unión General de Estudiantes Palestinos (UGEP), la Federación Palestina o la sección chilena del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), sumadas a movimientos sociales y organizaciones políticas chilenas en las cuales la causa palestina es muy sentida. Esta Coordinadora logró aglutinar rápidamente a decenas de organizaciones y cientos de personas en torno a acciones contra el genocidio y por el fin de la ocupación, con una exigencia clara al Estado de Chile: romper relaciones con Israel. El punto más alto de ese primer momento organizativo fue la marcha del 4 de noviembre en Santiago y otras ciudades, que reunió a decenas de miles personas en una sola acción coordinada.

En el contexto actual, las organizaciones étnicamente palestinas por sí mismas fueron incapaces de proyectar una movilización significativa incluso a pesar de la urgencia, y fue el mutuo reconocimiento de otras luchas del pueblo chileno, incluyendo las trayectorias de organizaciones judías antisionistas, lo que permitió movilizar cuerpos y conciencias en torno a la solidaridad contra el genocidio. Esta situación debe obligarnos a pensar cuáles son los elementos transversales que permitirían impulsar nuevas alianzas estratégicas para un Nuevo Movimiento Palestino en Chile. 

Para comenzar a contribuir a esa tarea, quisiera apuntar algunas conexiones que los hechos posteriores al 7 de octubre han hecho evidentes, y dejar planteados algunos desafíos para el movimiento palestino en Chile.

Además de las continuidades y discontinuidades históricas que he intentado indicar más arriba (entre las resistencias palestinas, mapuche y chilenas), existen conexiones significativas en términos geopolíticos: la coyuntura actual nos permite conectar la lucha por la liberación palestina y el ciclo de revueltas en Medio Oriente y el Norte de África desde el 2011 en adelante con la crisis global de la hegemonía y la persistencia del poder imperial de EEUU y Europa en el área. En los últimos meses hemos sido testigos de un genocidio televisado, y esto es posible en gran medida porque Israel tiene el respaldo de las grandes potencias, contra viento y marea. Pero también ha sido fundamental la complicidad de los países árabes que han optado por la política de la normalización con Israel y han abandonado a Palestina. Esto vuelve tremendamente interesante que la causa palestina movilice a millones de personas en esos mismos países, sirviendo como vector de politización de amplias capas de la población en países con gobiernos autoritarios (El Kurd, 2022). Palestina es un contratiempo incluso, y quizá sobre todo, para sus ex aliados árabes.

En términos de actores, nos ha permitido en la práctica conectar la lucha por la liberación palestina con la lucha de múltiples movimientos sociales (feminista, ecologista, pueblos indígenas) y organizaciones políticas. Este es el esfuerzo que ha guiado a la Coordinadora por Palestina en Chile. Más en general, dado el entrelazamiento de cuestiones coloniales, ecológicas, económicas, geopolíticas, y culturales que se pone en juego en la opresión contra el pueblo palestino, la causa palestina permite articular la lucha contra el capitalismo en un sentido global sin perder la especificidad de cada sector. 

En términos de las acciones y políticas de los Estados, permite conectar las posiciones de los Estados con el sistema internacional en su momento de máxima intensidad (guerras, revueltas y contra-revueltas). Las diversas posiciones de países como Chile, Brasil, España, Sudáfrica o Canadá, responden solo en parte a la voluntad de sus mandatarios y partidos gobernantes, porque sobre todo dependen de las oportunidades políticas que brinda la correlación de fuerzas en cada país ante el sistema mundial. Hemos visto a millones de personas movilizarse por un alto al fuego en Gaza, pero los gobiernos no han respondido a sus poblaciones, sino a las exigencias de la situación internacional y a las presiones de Estados Unidos y Europa. Reconocer la profunda desconexión entre los gobiernos y sus pueblos en esta coyuntura es una expresión más del desafío que implican los procesos de cambio que apuntan a los aspectos estructurales del régimen mundial actual. 

En términos del derecho internacional, lo que ocurre en Gaza nos permite conectar este momento agudo con la larga decadencia del sistema internacional y pone a prueba el alcance de los DDHH en la práctica, enfrentados al colonialismo del siglo XXI y el poder imperial de EEUU. En pocas palabras, instituciones como la Corte Internacional de Justicia tienen un peso muy bajo mientras EEUU mantenga el poder de veto, ya sea a través de sus posiciones en el Consejo de Seguridad de la ONU o a través del envío de fondos y armas a Israel.

Teniendo en cuenta estas conexiones, ¿cuáles son los desafíos que enfrentamos para la construcción de un Nuevo Movimiento Palestino en Chile?

En primer lugar, no es casual que uno de los momentos más extremos del proyecto sionista coincida con un momento de auge de la extrema derecha en Chile y el mundo. Esta nueva derecha se desenvuelve en el punto de encuentro entre sionismo, islamofobia, políticas anti-migrantes y neofascismo, y tiene a Israel como modelo de Estado etno-nacionalista, al que aspira en cuanto una realización de su sueño de un estado nacional purificado de elementos foráneos. Se trata de la combinación de neoliberalismo, democracia para la elite y autoritarismo para el resto. Uno de los desafíos, entonces, es enfrentar sionismo y neofascismo como aspectos de un mismo fenómeno, a saber, la respuesta que los sectores dominantes buscan para salir a la actual crisis global del capitalismo. Esto se traduce también en que debemos concentrarnos en frenar la inserción de Israel en el mercado mundial con sus tecnologías contrainsurgentes, extractivistas y represivas. Los aliados del sionismo en Chile y América Latina son los Milei y los Bolsonaro, en su variante más extrema, pero también son los que no siendo sionistas repiten el mismo esquema etno-nacionalista y autoritario en sus propuestas políticas.

En segundo lugar, en el contexto de la actual disputa por la hegemonía geopolítica, no es un desafío menor resistirse a la seducción de los paladines de la “multipolaridad” que ofrecen supuestas alternativas a la hegemonía euro-estadounidense, pero que en su conducta política y económica resultan sospechosamente parecidos a las potencias adversarias. Los países árabes en procesos de normalización, así como China y Rusia no han ofrecido una salida a la tragedia palestina actual. Si algo puede ser una señal de una conducta geopolítica distinta es el modo en que una potencia “emergente” se posiciona con respecto a Israel. Eso debiese ser un indicador de las alianzas internacionales posibles, y aquellas que representan más de lo mismo. Por ahora, solo las periferias sin grandes acciones en la hegemonía global actual han respondido solidariamente con Palestina. 

A partir de los desafíos anteriores, un Nuevo Movimiento Palestino en Chile debe insertarse en el marco de una corriente internacionalista a nivel local y global. Eso implica que debe apuntar a formar alianzas con organizaciones (pro)palestinas en América Latina y el mundo, incluyendo a las masivas organizaciones judías antisionistas que en todo el mundo, pero particularmente en Estados Unidos, han llevado la delantera de muchas movilizaciones contra la ocupación, el apartheid y el genocidio. Esto incluye la necesidad de vínculos concretos con las organizaciones palestinas en Palestina y en Israel, así como las organizaciones que se oponen a la ocupación en el mismo Israel. Esto último no es algo secundario. Si alguna alianza puede horadar la dominación israelí y hacer caer la ocupación, debe incluir necesariamente a los sectores de Israel que están disponibles a dar esa batalla contra su propio Estado. Por otra parte, en Chile son fundamentales las alianzas con organizaciones chilenas e indígenas con las cuales se puedan encontrar estrategias comunes para forzar al Estado de Chile a tomar una posición firme contra el sionismo y la ocupación de Palestina, así como para fortalecer las articulaciones internacionales y multisectoriales contra los soportes materiales del sionismo en el mundo: la hegemonía estadounidense y europea, y la división nacionalista entre pueblos que enfrentan la misma opresión transnacional del capitalismo. 

Un Nuevo Movimiento Palestino en Chile requiere este tipo de solidaridad y alianzas internacionalistas por razones estratégicas y no solo por razones ideológicas o morales. Israel, el sionismo y las nuevas extremas derechas representan una amenaza común para los pueblos, uno que hace del opresor la víctima absoluta (en esto sionistas y neofascistas son iguales: las pobres víctimas de lo que llaman “cultura de la cancelación”), y que define la justicia, la libertad y los derechos a partir del privilegio de formar parte de una etnia, una nacionalidad o una clase particular, excluyendo violentamente a todo lo demás. 

En contra de todo particularismo que reivindique la propia posición como la única o la más importante, y al mismo tiempo en contra de un universalismo de la clase dominante que excluye todo lo que no constituye su versión del universal (euro-estadounidense, masculino y cristiano), la causa palestina y la oposición al sionismo nos demanda un “universalismo desde abajo” (Traverso, 2023), a partir del que construyamos un programa continental e internacional que hable desde las comunes realidades diversas de la clase trabajadora plurinacional del mundo. En pocas palabras, necesitamos una nueva izquierda palestina que se proponga explícitamente educar al movimiento social y los partidos políticos en las razones que explican por qué el destino de Palestina está unido fundamentalmente con el destino de la humanidad en su conjunto. 

Palestina es el nombre de un tiempo que va a contrapelo del tiempo “vacío y homogéneo” del capitalismo (Benjamin, 2009). Está cargado de sentido histórico, del lenguaje de la resistencia y la práctica de la solidaridad. Es un contratiempo disruptivo, que incomoda a quién se atreva a levantar su bandera. Desde la diáspora, es momento de asumir esa incomodidad y llevarla hasta el extremo: la liberación de Palestina es la liberación de la humanidad, porque una fuerza internacional capaz de liberarla será una fuerza mundial capaz de emanciparnos por completo. 

** Texto publicado originalmente en el libro Palestina. Anatomía de un genocidio, editado por Faride Zerán, Rodrigo Karmy y Pablo Slachevsky, publicado por LOM y Tinta Limón en 2024.

Referencias

Benjamin, Walter. (2009). La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia. LOM. 

Bravo, Viviana. (2023). Piedras, barricadas y cacerolas. Las Jornadas nacionales de protesta Chile 1983 – 1986. Ediciones UAH.

El Kurd, Dana. (2022). “Gateway to dissent: the role of pro-Palestine activism in opposition to authoritarianism”, Democratization, 29:7, 1230-1248.

Kanafani, Ghassan. (2023). The Revolution of 1936-1939 in Palestine. Background, Details & Analysis. 1804 Books.

Khalidi, Rashid. (2020). The Hundred Years’ War on Palestine. A History of Settler Colonialism and Resistance, 1917-1917. Picador. 

Traverso, Enzo. (2023). “Una izquierda que no critique el sionismo no es izquierda”. Entrevistado por Simón Vázquez. Jacobin América Latina, 30 de octubre. Disponible en: https://jacobinlat.com/2023/10/30/enzo-traverso-una-izquierda-que-no-critique-el-sionismo-no-es-izquierda/  
Pablo Abufom Silva (1983). Magíster en Filosofía por la Universidad de Chile, actualmente cursa la carrera de Biología en la Universidad Andrés Bello. Es traductor y editor, miembro del comité editorial de Posiciones, Revista de Debate Estratégico, y colaborador de Jacobin América Latina. Es miembro fundador del Centro Social y Librería Proyección, y militante en el Movimiento Solidaridad.

0 comentarios