Una valorización de la basura

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Las noticias que me llegan de Argentina desde el año pasado me dan la impresión de que los  trenes que quedan andando han sido conducidos paso a paso hacia la próxima crisis económica grave. Desgraciadamente entre estos que quedan ya no está el Tren Blanco, aquel tren sin asientos, con sólo barrotes en las ventanas y grandes agujeros en el suelo que transportaba a los cartoneros desde los suburbios hacia el centro de Buenos Aires. En los años cercanos a la crisis del 2001, ese tren era la prueba concreta del estado catastrófico en el que se encontraba el país. Por supuesto que ya había cartoneros en los años anteriores, sin embargo, alrededor del 2001, se multiplicó el número de desocupados cirugiando las bolsas de la basura en la ciudad para buscar cartón, papel u otros objetos de valor para sobrevivir así al impacto de esta crisis.

Casi todos los días, al final de la tarde, este tren especial transportaba cartoneros a los mejores barrios de la capital. Después de varias horas, ellos con sus grandes carros llenos de cartones y otras cosas volvían a las distintas estaciones para esperar al mismo Tren Blanco que los llevaba de vuelta a su barrio, a José León Suárez. Todo lo que aún tenía algún valor había sido retirado de las bolsas de plástico de la basura que estaban por las calles. Lo que había en los carros de cada cartonero ya no era basura.

Desde el primer momento de mi estancia en Buenos Aires, los cartoneros ya me habían llamado la atención. Ese era un tipo de trabajo que yo sólo conocía de mi infancia. Antes de los años ‘70, en los Países Bajos había varias profesiones similares, como por ejemplo el «Schillenboer», que era un recolector de basura que pasaba por las casas a recoger residuos reutilizables, como peladuras de patata, pan viejo y restos de verduras. Estos residuos se revendían para servir de alimento para el ganado. Otra profesión era la del «Voddenman», una persona que compraba ropa vieja y trapos, para después revenderlos. La ropa vieja era valiosa porque con ella se fabricaba papel, sobre todo papel moneda, billetes. En aquella época, el mejor papel se fabricaba exclusivamente con trapos. Posteriormente, cuando la industria papelera pasó a utilizar madera y papel usado como materias primas, esta profesión desapareció. Hoy, se puede encontrar la imagen del «Voddenman» solo en los museos.

Así es que la basura siempre ha tenido un valor, en el pasado esta podía hasta convertirse literalmente en dinero. Hoy en día, en los Países Bajos es económicamente viable excavar los montones de residuos del pasado, ya que se pueden extraer materias primas de los desechos. Este trabajo se hace clínicamente, fuera de la vista de las personas, con grandes máquinas y quienes hacen esto son personas con contratos fijos, trabajadores que reciben todos los meses el mismo salario transferido a su cuenta de banco, quienes también acumulan una pensión y quienes tienen un seguro médico que los protege. 

Después de Diciembre del 2001, me quedé viviendo en Buenos Aires y me mudé a un barrio tranquilo de clase media. Allí vi lo contrario: no había máquinas para hurgar en los residuos, sino manos desnudas metiéndose en mi basura. La primera vez que observé esto fue justo debajo de mi ventana, lo que me provocó una sensación de malestar abrumadora. Nunca antes la desigualdad social había sido tan dolorosamente evidente ante mis ojos. Un hombre sacó el papel de la bolsa de basura en el que había escrito las palabras en castellano que estaba aprendiendo, también sacó los bocetos fallidos de una nueva obra de arte. Yo vi cuando el hombre depositó estos papeles en su carro y cerró mi bolsa con pulcritud. Cómo se puede vivir de eso, me pregunté. 

En la Argentina del 2002 era imposible no relacionarse con la crisis, la crisis lo determinaba todo, y todas las personas trataban de sobrevivir de alguna u otra manera. Y esto no sucedía solo con los que pertenecían a la clase obrera, a los trabajadores con contrato o a los que vivían de «changas» igualmente les golpeó la crisis. También la clase media fue la que quedó despojada de sus ahorros y la que vio esfumarse sus sueños de un momento a otro. Aquella fue una crisis total y se vieron diariamente largas colas de argentinos delante de las embajadas de los países europeos. Como el mundo financiero y el gobierno también habían implosionado, temporalmente surgió una sociedad completamente diferente. La sociedad ya no se regía sólo por el dinero. Las formas de solidaridad se hicieron visibles, de varias formas, en los parques y en las estaciones donde los cartoneros se reunían por la noche para subir al Tren Blanco, aparecieron los vecinos del barrio para prepararles chocolate caliente. Fueron estos vecinos del mismo barrio donde yo vivía quienes me pusieron en contacto con los cartoneros de José León Suárez. 

Algunos años más tarde, yo les pregunté a ellos qué imagen tenían de mí, de este artista holandés que les proponía buscar objetos raros y curiosos en la basura para luego venderlos por internet. Algunos de los cartoneros me respondieron que me encontraban un personaje un tanto peculiar, sobre todo, porque mi pobre castellano les hacía difícil entenderme. Pero después de pasar los primeros días metiendo las manos en la basura junto a Fidel y Teresa, dos cartoneros paraguayos, ayudándoles a buscar papel, me gané la confianza del grupo con el que normalmente cirujeaba. Pronto a los demás también les vino bien que yo les diera una mano, y otros curiosos vinieron a hacerme las preguntas más extrañas sobre otros países, desde política argentina hasta cuestiones sobre grandes proyectos hidráulicos en los Países Bajos.

Cinco meses recorrí el barrio de Villa Urquiza junto con los cartoneros, seis días por semana. Abrí bolsas de basura con ellos en mi propio barrio y, además de papel, así recolecté junto con ellos los objetos extraños para que estos se vendieran en el sitio web liquidacion.org. Un despertador alemán, cartas redondas y un encendedor de cuero recolectados por Paula. Una botellita recolectada por Marcos. Un tallado, un cuadro verde, un dibujo naif, un florero, una tetera blanca y Pesos y Australes recolectados por Hector. Una salsera floreada recolectada por Matías. Un collar y una caja con objetos recolectados por Elba. 2000 Liras recolectadas por Maral y más.

Todas las semanas iba yo a la oficina de correos para hacer envíos postales de estos objetos hacia Europa y Estados Unidos. El cartonero recibía el importe que pagaba el comprador del objeto, este valor era una media de dos semanas de sueldo para ellos. Los objetos se habían convertido en objetos de arte, muy baratos de precio para el coleccionista de arte social comprometido. 

Los sábados visitaba a los cartoneros en José León Suárez. Tomábamos mate sin parar y comíamos lo que tenían. A veces una simple parrilla, a veces una pizza reciclada. Así surgieron amistades y, cuando se acercaban las elecciones presidenciales, muchos hasta me preguntaban a quién votar: ¿a Menem o a Kirchner? Pero después de cada visita, cuando volvía al bullicioso centro de Buenos Aires, mi propia posición quedaba muy clara. Yo era una persona que vivía en otra realidad, en otras condiciones.

Al cabo de un año, después de que la web liquidacion.org fue visitada por cientos de miles de personas, el proyecto entero apareció en exposiciones en varios museos de Europa.

«Resulta paradójico imaginarse el destino de estos objetos en diez o veinte años. Detrás de una caja de vidrio en un museo holandés… En el living de un coleccionista de Zürich o Bruselas… Objetos encontrados en las bolsas de basura por las personas más afectadas por la peor de las crisis de la historia de un país sudamericano,» escribió Cecilia Pavon en el diario Página12 en 2003.

Estaba claro que la historia del cartonero, luchando por sobrevivir en una crisis, tenía y tiene  aún valor. Sin embargo, hacen falta imágenes para hacer tangible una historia. Conectar los residuos con una historia les dió ese valor, ya que esa historia era la del impacto de una crisis en la población trabajadora. Una crisis causada por un modelo económico en el que la mayoría de la gente creía en aquel momento. 

Vendemos los restos de Argentina, fresh from the trash! escribí en el sitio web. Después de todo, cuando Carlos Menem fue elegido presidente de Argentina en 1989, el prometió abiertamente a cada persona la revolución productiva, el salariazo. En los años siguientes de su gobierno, hubo una venta masiva de empresas estatales y el estado se volvió desquiciante. Ya no había trabajo para los padres de Paula, Marcos, Hector y Matías diez años después, y sus hijos tuvieron que meter las manos en la basura para sobrevivir con los restos que quedaban. Puede que el proyecto liquidacion.org fuera sarcástico, pero en realidad lo cínico e incomprensible es la distribución desigual de la riqueza. Incluso durante el punto álgido de esta crisis Argentina, en 2002 había hambre en las villas, y curiosamente al mismo tiempo los supermercados estaban llenos de comida. El Estado ya no podía, o no quería, cuidar de su pueblo. Y en tanto que en Europa se solían limar las aristas del neoliberalismo, en Argentina la miseria estaba en la calle. Sorprendentemente seis años más tarde, Estados Unidos y Europa también se enfrentan a una crisis lo que hizo que los sueños de muchos se desvanecieran allí también. Allí los padres, así como pasó durante la crisis en Argentina, se dieron cuenta de que la vida de sus hijos iba a ser menos halagüeña que la suya.

Como artista, uno no es capaz de cambiar un sistema económico, lo que sí se puede hacer, si haces bien tu trabajo, como mucho es exponerla un poco. Sólo se pueden impulsar cambios, como por ejemplo en la distribución asimétrica de los ingresos, del poder y del acceso a la educación, si esto se hace junto con otros, si hay una unión. Pero la capacidad de unirse a otros es una de las debilidades que tiene un artista. A los artistas se nos alaba por nuestra individualidad, los «artistas exitosos» son vistos como figuras geniales. Pero, ¿para quién hay que trabajar para enriquecerse con ello? Al fin y al cabo, el dinero y «la supuesta calidad de la obra de arte» son aspectos que están estrechamente ligados.

Si hubo algo en particular con respecto a todo esto que me enseñó la crisis del 2001 en Argentina fue que no es necesario centrarse en una galería de arte o en una institución artística. Al contrario, en aquellos días no había literalmente dinero para comprar y para producir arte, había exposiciones de arte en los lugares más insólitos. En estaciones de tren, en manifestaciones políticas o en negocios vacíos. Esto le dió otra dimensión al trabajo artístico y sobre todo otra función. 

La principal plataforma en la que el proyecto aparentemente comercial liquidacion.org era visible, el título lo dice todo, era Internet. En 2001, todavía eran los últimos días de una cultura «hágalo usted mismo» de Internet, un medio que en aquel momento todavía no se había comercializado del todo. 

De hecho, este proyecto no pretendía inicialmente ganar dinero con las ventas de los objetos encontrados por los cartoneros. Acaso ¿No era más importante el hecho de que fui testigo de la crisis de 2001 y que este hecho acabó en una situación sobre la que no se podía callar? Es más, ahora, mirando este proyecto con más distancia, pienso que quizás para los compradores, adquirir estos objetos de arte era también una forma de manifestar apoyo hacia los cartoneros.

Las primeras veces que le entregué a cada cartonero el dinero de su objeto vendido, fue una sorpresa total ya que ninguno había contado con eso. Claramente, el dinero les aliviaba la existencia durante unos días, pero lo más importante para ellos era otra cosa, sobre todo el contacto con otro continente. Eso era algo simplemente muy lejano e inaccesible para ellos. Dado que mi castellano era un tanto básico en cierto modo, creo que precisamente por eso, el contacto con ese otro les resultó más fácil. Yo no venía a decirles nada en concreto desde el primer momento de nuestros encuentros, yo no podía enseñarles nada. Fue casi todo lo contrario, ellos me enseñaron a mi el rioplatense que se habla en la villa, empecé inconscientemente a tragarme la S, hablando como ellos. Más importante que el dinero eran las visitas a sus casas, las fiestas y los nacimientos de sus hijos.

En realidad, mirando todo ese tiempo retrospectivamente el éxito financiero del proyecto perturbó la relación construida con ellos. Los cartoneros recibían el dinero de un artículo vendido, también recibían el dinero de revistas y periódicos si se publicaba una foto de ellos. Mi apodo ‘El Holandés’ se convirtió poco a poco en ‘El Banco’, un nombre nada agradable en José León Suárez. Era hora de salir del Tren Blanco y decidimos en conjunto entregar el dinero a un grupo de personas que lo estaba pasando aún peor que los cartoneros. 

Es el artista quien puede ir y venir, pero también quien puede dar valor temporal a la basura. Como resultado, los objetos de los cartoneros están en las casas de la gente de otros lugares lejanos, se han expuesto en algunos institutos de arte de Europa. El ‘paradójico’ destino de estos objetos me planteó interrogantes, me impulsó a trabajar de forma diferente como artista. Sin ir más lejos, este proyecto dió lugar a una colaboración de diez años con el sindicato de limpiadores de los Países Bajos.

En los años sucesivos a mi partida de Argentina, la crisis económica terminó oficialmente pero los cartoneros permanecieron, y hasta en un momento fueron llamados «contaminación visual» por un intendente de Capital Federal. Una prueba visible de que aquella crisis económica no era para todos. Ellos mismos, los que reciclaban la basura, eran vistos a su vez como basura y acusados de robar los materiales de las bolsas de plástico de la calle. Al fin y al cabo, aquello no era de su propiedad, les dijeron. Sin embargo, el pensamiento de aquel intendente resultó ir demasiado lejos, los cartoneros permanecieron en las calles y su presencia se ve hoy mismo, ya no solo como algo normal sino como una amenaza. La crisis de 2001 pasó a un segundo plano y la solidaridad entre las personas se extinguió. La historia se desvanece lentamente en el olvido, los objetos raros y curiosos de los cartoneros pierden poco a poco su valor.

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