El Inga, 2023. Fotografía: Ruben Solíz

La basura tiene que ser bien común
Una conversación con María Fernanda Solíz Torres

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María Fernanda Solíz Torres es ecologista, salubrista, anti minera y basuróloga. Con ella conversamos acerca de la importancia de reconocer la basura como naturaleza y bien común en el proceso de reparación del metabolismo social, los peligros y malos entendidos que se alojan en los ecologismos del fetiche tecnológico y conservacionistas, el comercio transfronterizo de residuos como una forma de colonialismo, y el rol de los tribunales éticos y su experiencia en procesos de acompañamiento amoroso en la resistencia a la criminalización y judialización de las comunidades basurizadas.

*La conversación que presentamos a continuación entre María Fernanda Solíz y las integrantes de la Colectiva editora Des-bordes fue realizada el 22 de febrero del 2024 por videollamada.

Colectiva Editora Des-bordes (CeD): Tal vez lo primero es contarte que somos integrantes de la Red Conceptualismos del Sur, una plataforma conformada por investigadores, activistas y artistas que se creó el año 2007, 2008. Llevamos bastantes años trabajando colectivamente. La Red es un tejido bastante grande que tiene diferentes áreas de trabajo y Des-bordes, la revista, es uno de los núcleos que ha tenido diferentes fases y que para nosotras es un proyecto muy bonito, porque nos permite focalizar en algunos temas que nos interesa trabajar y poner en contacto también a la Red con diferentes especialistas, diferentes expertos, entidades, organizaciones y temas que nos interesa poder explorar de manera más profunda. Y, como te contábamos por correo, este número lo dedicamos a las alianzas contra el abandono y las políticas de la basura. La idea es siempre proponer un enfoque bastante diverso sobre las diferentes temáticas que abordamos, desde múltiples dimensiones, tanto desde la perspectiva de cientistas sociales, académicos, pero también de activistas y artistas. De hecho, siempre tenemos un proceso bastante intenso de preparación de cada número y en ese contexto leímos varios de tus textos, así que fue muy bonito también poder escribirte y estar ahora conversando contigo. 

En un primer momento, de manera más macro, intentamos pensar el tema de deshechos y la basura de manera conectada, no solo con  la cuestión de la basura en particular y su tratamiento, sino también en términos sociales, de cosas que se abandonan y cómo se abandonan, o sea, deshechos de manera un poco más amplia. Pero sí, es cierto que a través de alguno de los textos tuyos que leímos, teníamos por un lado muchas ganas de focalizar contigo sobre la basura o sobre políticas de la basura y luego intentar también pensar proyecciones posibles, que es una de las cosas que va a aparecer luego. No sé si vos tenés preguntas o algo antes de comenzar.

María Fernanda Solíz (M.F.S): No, también contarles que en mi caso, si bien me he centrado muchísimo en los últimos años de trabajo en residuos sólidos urbanos, definitivamente el enfoque epistemológico, ontológico y político que trabajamos no se reduce a los residuos sólidos urbanos, sabemos que es el pico del iceberg y más bien siempre ha habido la reivindicación de que la excreción, el quinto proceso del metabolismo social industrial capitalista está presente en cada una de las fases: en la extracción, en la transformación, en la distribución y demás. Entonces, para nosotros ha sido un punto de partida central. Es importante mirar los residuos sólidos y urbanos, pues son el pico del iceberg de un proceso mucho más violento. Y eso está en el corazón de las disputas. Caminar hacia un modelo de basura cero, no pasa solamente por gestionar los residuos sólidos y urbanos con tecnologías de especialidad, sino por una reestructuración del modelo económico. 

CeD: Sí, si bien la idea era poder ampliar el problema de la basura a diferentes epistemologías, también era súper importante, evidentemente, hacerlo desde una crítica al capitalismo, al colonialismo y desde una perspectiva del sur. Y creemos que ahí tu trabajo es súper afín e importante en ese sentido. En realidad, queríamos partir por una pregunta quizás más personal, que es ¿cómo llegaste tú al tema de la basura? o sea, ¿qué fue lo que dentro de tu trayectoria te llevó a trabajar sobre esta temática?

M.F.S: Yo empecé muy chica, empecé como a los 15 años, porque tuve la fortuna de poder compartir la vida con recicladores viviendo y trabajando en botaderos a cielo  abierto. Mi papá trabajaba en un botadero a cielo abierto que estaba en transición a relleno sanitario y pude ver que eso implicó una transición violenta. Implicó un proceso de despojo por lo que le llamamos el fetiche por el relleno sanitario, en donde en esta dicotomía perversa que se plantea: civilización o barbarie, el botadero era lo atrasado, lo incivilizado, la barbarie que debía ser abolida en pro de un gran proyecto de relleno sanitario que implicó esta expulsión global de decenas o cientos de familias recicladoras. Yo lo vi chica y participé muy marginalmente, pero siempre mantuve esa inquietud ética y política. Empecé a estudiar desde pequeña salud pública y de inicio empecé a recorrer los botaderos de cielo abierto de todo el país y llegué al botadero a cielo abierto de la ciudad de Portoviejo, que es una ciudad en la costa ecuatoriana, una ciudad intermedia que gestiona más o menos 250 toneladas de residuos sólidos urbanos diarias, en la que vivían más o menos cuatrocientas familias recicladoras en ese momento, dentro del botadero. Y llegué ahí y ahí se quedó mi corazón, y hasta el día de hoy sigo ahí. Ahí hice familia, hice casa, hice mi doctorado, viví una gran parte de mi vida y creo que ahí aprendí todo. 

Portoviejo, 2020. Fotografía: Andrés Sabando (reciclador).

Uno de los compañeros dirigentes decía que, un poco, gracias a todos los procesos que hemos llevado, de investigación-acción participativa, de formación y de trabajo, él ha aprendido muchísimo y es todo lo que es, y yo le decía que más bien es al revés: que gracias a ellos, nosotros somos todo lo que somos. Siempre digo que no hubiera podido escribir ni una oración de ninguno de los libros que he publicado, sin haber compartido la vida con estas familias y comunidades recicladoras. A Portoviejo le siguieron otras 12 ciudades con las que pude iniciar procesos de acompañamiento amoroso. Yo siempre digo que soy una especie anfibia, tengo la mitad del corazón militante y la otra mitad del corazón es más bien de una militancia académica, entonces soy militante y soy académica, soy anfibia. Y tuve la fortuna de estar vinculada siempre a la universidad pública, me gradué muy joven y me quedé trabajando en la universidad, coordinando las prácticas de lo que se llamaba extensión universitaria o luego vinculación con la colectividad. Pude movilizar cientos, miles de estudiantes de las prácticas finales, de las carreras, sobre todo, de medicina, psicología e ingeniería ambiental a estos 12 botaderos a cielo abierto, para montar procesos de atención primaria en salud, procesos de salud laboral, procesos de ecología política de los residuos y, entonces ahí, empezamos a hacer una suerte de escuela, de trabajo y de formación en ecología política de la basura. Pero luego empezaron a llegar otras historias. 

Siempre digo que hubo dos grandes corazones, dos grandes núcleos de colectividades- organizaciones de base que movilizaron esta necesidad de escribir y pensar y teorizar una ecología político-popular de la basura: el movimiento reciclador y los territorios en sacrificio, comunidades basurizadas. Y es que la ecología político popular de la basura es muy distinta a las versiones de la ecología ecoeficientista o mercenaria, y también muy distinta a la ecología conservacionista o romántica de la basura.

Quizás debo empezar precisando lo que nos separa de esos modelos de determinismo ambiental. Ahora terminé hace poco, les puedo compartir, un texto para el Handbook of Political Ecology de Routledge y justamente planteaba cómo nosotros veníamos de cuestionar dos grandes corrientes hegemónicas del pensamiento y la acción en ecología política de la basura. Uno, era este brazo de la ecología eficientista para la cual la basura era igual a mercancía y, por lo tanto, primaban las aproximaciones que apostaban todas sus monedas en las fuerzas tecnológicas destructivas para la resolución de la crisis climática y ambiental; entonces había que apostar por todas las falsas soluciones y el greenwashing, por incineradores, por plantas de coprocesamiento, por arco de plasma, pirólisis, gasificación, combustible derivado de residuos. Todas estas propuestas que suenan muy seductoras y que en la práctica lo que hacen es mercantilizar la basura y obtener un valor de cambio superior a su valor de uso, son modelos que generan una estructura que perpetúa economías lineales en detrimento de modelos basura cero, y que genera el enriquecimiento del capital económico de un grupo, de un puñado de empresas privadas que están por encima de los Estados y de la industria del plástico que actualmente gobierna el mundo. Pero también nos teníamos que enfrentar a este ecologismo al que llamo “ecologismo romántico”, ingenuo, el ecologismo de jardinería, que sostiene muchos discursos romantizados del reciclaje, en donde no importa cuánto consumamos, cuánto descartemos, cuánto se de este ciclo de extracción, transformación, hiperproducción, consumismo y descarte; lo que importa es que reciclemos. Y entonces, es un modelo que obvia las leyes básicas de la entropía, de la física, de la termodinámica y simplemente tiene este discurso que, además, ha convertido en recicladores a toda la sociedad civil, privatizando, aunque con buenas intenciones la recuperación de residuos. Desde los proyectos educativos de la escuelita hasta los fondos para el ancianato, compiten con los sujetos sociales legítimos para la recuperación de los residuos que son el movimiento reciclador. 

Y bueno, empezamos por esta comparación de los tres tipos de ecologismo para explicar de dónde nacemos. Y nacemos de haber hecho familia con el movimiento reciclador, sobre todo con el movimiento reciclador viviendo en botaderos a cielo abierto. Vivir en botaderos a cielo abierto es distinto al reciclaje a pie de vereda, porque el botadero a cielo abierto se constituye y se conforma con espacio comunitario en donde naces, creces, te enamoras, te ríes, eres feliz, en donde la precarización de la vida es bárbara y nos defendemos de esa estructura de precarización de la vida bárbara, pero reconocemos que el botadero es un espacio comunitario que permite la reproducción de la vida, la construcción de subjetividades, la construcción de lazos colectivos y comunitarios. El botadero es lo único que existe para garantizar la reproducción social y material, no hay Estado, no hay nada más que el botadero. Entonces, el botadero genera accidentes, genera enfermedades infecciosas, crónicas, degenerativas y demás, pero también es lo que te da la vida, lo único que te permite garantizar la reproducción social y material de la vida. Entonces, por un lado, nacemos desde allá, desde esta defensa de la barbarie, la defensa de este espacio precarizado históricamente, consolidado como una suerte de gueto moderno en donde ya no hacen falta barreras físicas para guetizarte, pero de alguna forma igual es un espacio de guetización, de confinamiento de las humanidades basurizadas, pauperizadas, expulsadas globalmente. Pero aparece otro actor importantísimo, otro sujeto social fundamental para la ecología política de la basura y es que aparecen comunidades que en cambio no son históricamente recicladoras, que son más bien campesinas, a las que les ponen el relleno sanitario, el incinerador, la planta de coprocesamiento en el patio trasero de sus casas. Se los imponen de forma inconsulta, sin garantía de principio precautorio, sin consulta previa, libre e informada un sistema de incineración o enterramiento de residuos. Entonces se les exige, con unas medidas muy severas de criminalización y represión policial y militar, que tienen que hospedar con gentileza en el patio trasero de sus casas estos sistemas deteriorantes, estos sistemas tóxicos, estos miasmas que van a garantizar la salud de las ciudades y la industrialización como un modelo canceroso que tiene como corolario esta metástasis, esta generación masiva de desechos que tienen que ser amortiguados por comunidades empobrecidas, por comunidades rurales, por comunidades indígenas; y estas no son comunidades recicladoras, no son comunidades que quieren tener el vertedero en el patio de sus casas. Son comunidades basurizadas, territorios en sacrificio. 

Vamos viendo que hay un nexo en el que la expulsión global, el cierre de la barbarie y el avance hacia el proyecto civilizatorio –que primero viene a ser el relleno sanitario y luego el incinerador– va de la mano de la sacrificialidad de otros territorios. Tú cierras, acá despojas, y abres allá para en nombre de las fuerzas tecnológicas destructivas (nosotros les llamamos así desde una aproximación marxista), sacrificar territorios rurales empobrecidos. En estos territorios, las familias eran agricultoras y de pronto ya tienen lixiviados en todos los mantos freáticos, en las aguas subterráneas y superficiales, contaminación del aire, contaminación del suelo y el paisaje, afectaciones graves, y entonces empiezan procesos de resistencia. Empiezan primero procesos organizativos, empezamos a documentar las muertes, los casos de criminalización, acompañar la lucha, pero luego empiezan también procesos jurídicos desgastantes, deteriorantes, en los que todas las cortes en las distintas instancias te dan la espalda. Y como todas las cortes les dan la espalda y cuando el sistema de justicia está en nuestra contra, empezamos a montar tribunales éticos y nace el proceso de tribunales éticos para lo que llamamos nosotros “territorios en sacrificio”, comunidades basurizadas que está sistematizado en uno de nuestros últimos libritos, que se llama así: Territorios de sacrificio, comunidades basurizadas. Y empezamos también a acompañar a este otro gran grupo o sujeto social que va a ser también fundacional de esta ecología política, popular de la basura. 

Portoviejo, 2019. Fotografía: Tania Macera.

Decimos pues que el primer gran sujeto social del ecologismo popular es el movimiento reciclador, y nosotros reconocemos un movimiento reciclador diverso: recicladores no asociados, no organizados, luego recicladores asociados, organizados, y dentro de esas dos fórmulas al menos tres escenarios: los recicladores que viven y laboran en botaderos a cielo abierto –que es con quienes más he trabajado yo en la vida–, quienes trabajan a pie de vereda y quienes trabajan en pactos público-comunitarios con el Estado, en centros verdes, centros de acopio o en bodegas. El segundo sujeto social lo configuran las comunidades basurizadas o territorios en sacrificio. Pero además, se suma un movimiento ecologista. Yo siempre digo que la relación nuestra, de los ecologistas y el movimiento reciclador, no fue para nada una historia de amor a primera vista. Me acuerdo, la primera gran convención fue muy tensa y había la acusación de: «ustedes, pequeños burgueses, porque no viven en el botadero, porque tienen el salario garantizado y porque nunca van a entender la relación del reciclador con los residuos», y el movimiento reciclador tenía membretada la Coca-Cola, la Pepsi y una serie de otras perversas corporaciones en los chalecos en su espalda. Y nosotros, los ecologistas, éramos muy cuestionadores de esta estructura de conversión de la basura en mercancía. Nuestra reivindicación era: «la basura no es mercancía». Entonces ha habido un proceso amoroso, muy respetuoso, muy transparente, muy honesto, muy difícil; dos pasos adelante, tres pasos atrás, hasta llegar, yo creo, que a un momento único en la historia de la ecología político-urbana en el que, finalmente, el movimiento ecologista y el movimiento reciclador somos aliados auténticos, honestos, que cada vez más logramos tener una propuesta ética y política articulada, con muchos menos disensos, ahora con muchas más claridades. Y a eso se ha sumado una academia crítica, que lo que ha hecho ha sido poner en diálogo, sobre todo bajo esta lógica de teoría-práctica-teoría, propia de la investigación-acción participativa, todas estas discusiones, estas reflexiones, estos hallazgos para darle ya una matriz epistemológica, ontológica, teórica y conceptual. Y desde ahí hemos escrito. 

Llego a todas las publicaciones por la necesidad urgente de escribir todos los productos resultantes de este diálogo entre la experiencia vital, militante y política, pero también la importancia de darle un sustento académico, que ha servido tanto para los procesos judiciales y las luchas, como para la política pública. Cuando recién empezamos, ninguna puerta se abría y ahora he visto que hay cada vez más políticos jóvenes con conciencia ecologista tocando las puertas de este gran movimiento, porque quieren empezar a tener posiciones no parches, no que tapan huequitos, sino que, en la práctica, miran que es un modelo caduco que no va más. 

CeD: Tremendo trabajo, de vida además, mucha red armada, eso es muy valioso. Pensábamos al escucharte, porque no es tan habitual ver ese contacto entre la academia, el activismo, las comunidades recicladoras, comunidades urbanas; es una red que debe haber sido súper complejo tejer, porque son actores muy distintos. Una de las preguntas que teníamos, además de comprender toda esta trama social que han podido crear en estos años, es quizás también algo que vimos en tus textos, que tenía que ver con la basura como mercancía, este tema de la importación de basura a los países del sur, de plástico, pero también de otro tipo de desechos. En Ecuador hay varios antecedentes, visitamos la página de  Alianza Basura Cero  y ahí hay algunos textos que hablan de que México, El Salvador y Ecuador son las sociedades de recepción de estos desechos. Sería súper interesante que nos contaras más de toda esa problemática.

M.F.S: Quizás para llegar allá, quisiera hacer solamente una pequeña precisión: cuando nosotros hablamos de que la basura no es mercancía, hablamos de una reivindicación política marxista que va muy de la mano de hacer la analogía entre el sistema de flujo de materiales y energía de residuos con el de alimentos. Cuando pensamos en la soberanía alimentaria y en la crítica al modelo o al sistema agroalimentario capitalista, depredador, neoliberal, hablamos de que ese modelo puso el valor de uso del alimento por debajo de su valor de cambio. Entonces ya no importa el valor nutricional, no importa la soberanía alimentaria, no importa la cultura ni la naturaleza, no importa el pequeño productor, no importa la historia de una cadena de precarización, explotación y exclusión global, sino que lo que importa es el valor de cambio, que genere más plusvalor y ganancia al capital financiero de la multinacional del sistema agrotóxico-transgénico. En el caso de los residuos sucede lo mismo. De pronto la empresa privada se dio cuenta de que podía lucrar también con los residuos, entonces no les interesa reducir los residuos sino garantizar su apropiación y aprovechamiento. Por ejemplo, la Coca-Cola, no conforme con vendernos basura y que el ciudadano pague por esa basura, se dio cuenta de que puede apropiarse de esos residuos, comercializarlos, darles un valor de cambio que está por encima de su valor de uso, para acumular más ingresos, y para ello hizo un brazo subcorporativo para el aprovechamiento de residuos. De esta forma, cuando el propietario privado decide que una mercancía ha perdido su valor de uso y su valor de cambio y la desecha al espacio público, lo legítimo es que se convierta en un valor de uso para el movimiento reciclador y no una mercancía que siga enriqueciendo a la empresa privada. Cuando la basura pierde su valor de uso, pierde el valor que permite reparar los circuitos metabólicos, devolviendo materia prima para evitar un proceso de extracción primaria de bienes o de recursos naturales infinito en un planeta de recursos finitos, entonces la perversión llega al extremo máximo. Porque, cuando el valor de cambio está por encima, lo que importa solamente es generar tecnologías que nos garanticen una acumulación de plusvalor más rápida, en un menor tiempo posible, sin importar ni los impactos ambientales, ni las externalizaciones de los daños en salud o afectaciones a la naturaleza, y para eso empiezan a salir, yo digo, las mayores perversiones que uno puede mirar en el capitalismo, porque es lucrar incluso de la excreción, pervertirla y cancerigenizarla. Entonces, por un lado, estas condiciones han devenido en que más basura, más dinero; si la basura es mercancía, a más basura, más dinero. Y esa mayor cantidad de dinero, poniéndola en mercancía, va a hacer que al igual que cualquier otra mercancía se disputen los flujos de lo que llamamos “comercio transfronterizo de residuos”. Pensemos en especies de vida silvestre, está prohibido, no es posible llevarnos los loritos de un lugar a otro lugar y en los residuos también se vio esa necesidad de regular las prácticas de comercio transfronterizo de residuos para evitar, justamente, que los países del norte envíen los deshechos tóxicos no recuperables que no tienen valor de uso, que no tienen valor de cambio. 

Joan Martínez Alier, en el prólogo de nuestro libro La partida 3915, decía que para justificar el comercio transfronterizo de residuos los países del norte recurren a subterfugios lingüísticos para enverdecer sus prácticas coloniales. Dicen que exportan al sur global “materia prima” y no desechos y que esa es una práctica de “economía circular”. Esta no es una práctica nueva, ya en 1993 se firma el convenio de Basilea que es un convenio que pretende regular justamente el comercio transfronterizo de residuos y luego se hacen dos enmiendas, la de prohibición y la de plásticos. La enmienda de prohibición pretende reafirmar el convenio de Basilea para que sea vinculante, para que los Estados, los gobiernos pequeños puedan rechazar estas prácticas de comercio transfronterizo, y la enmienda de plásticos reconoce que uno de los materiales peligrosos, tóxicos que se va a empezar a mover entre los países bajo esta lógica de la oferta y la demanda va a ser el plástico. Por eso, es tan grave que la basura sea mercancía, porque empieza a circular con la ley de la oferta y la demanda y entonces el mercado gobierna. Y cuando el mercado gobierna poco le interesa el valor de uso, le interesa solamente el lucro. En este sentido, durante muchos años Norteamérica, que era la potencia mundial con mayores problemas en términos de generación de residuos y desechos, estuvo enviando sus residuos y desechos a China, pero en el año 2018 China patea el tablero de la geopolítica de los residuos y cierra sus puertas al comercio transfronterizo de residuos, dice: «nosotros no recibimos más residuos» y más bien se pone en la línea de exportación de residuos. Entonces se tienen que abrir otros sures y los sures que se abren para recepción de residuos –plástico, sobre todo, pero no solo plásticos– viene a ser Latinoamérica, una parte de Asia y por supuesto, una parte del continente africano. 

Es muy curioso, porque la mayoría de los países que estamos recibiendo desechos plásticos, entre otros, somos países signatarios del convenio de Basilea y sus dos enmiendas, y empezamos, gracias a denuncias de la academia y de la sociedad civil, a visibilizar que, por ejemplo, Estados Unidos estaba enviando a Ecuador anualmente un aproximado de 14 mil toneladas de residuos sólidos y urbanos, lo que equivale a la producción de plásticos de cuarenta ciudades intermedias del Ecuador. Cuarenta ciudades, 300 mil habitantes, lo mismo que diez empresas privadas estaban importando, pagándole a Estados Unidos para traer sus residuos. De los países receptores de residuos de Estados Unidos, en primer lugar estaba México, en segundo lugar estaba El Salvador. Y esto además estaba siendo realizado por encima de convenios internacionales, por encima de nuestro marco constitucional, por encima de leyes orgánicas que lo prohíben y, el Estado, por negligencia o por complicidad, no decía nada, no tenía cifras en su registro, asombroso (!). Hasta que nosotros denunciamos esto públicamente por primera vez, la investigación está registrada en el libro que les mencioné. Además tuvimos mucho apoyo de los medios de comunicación globales, progresistas, para denunciar esta práctica perversa. Y entonces el Estado, lejos de regular, fiscalizar, controlar, supervisar, lo que hace es emitir un marco normativo, una ventana que regulariza esta práctica y es una ventana que acá se llama la “Dispensa Temporal”, que es una ley temporal que da licencia para importar desechos plásticos por sobre estos convenios internacionales de las leyes orgánicas, si es que los plastiqueros demuestran que en el país, en Ecuador, no existe suficiente plástico de un solo uso reciclado para poder cumplir con la ley de reducción progresiva de plásticos de un solo uso. 

Bogotá, 2019. Fotografía: Tania Macera.

Empezamos a ver que hay leyes que supuestamente son ecologistas, como la ley de reducción progresiva de plásticos de un solo uso que, en Ecuador, se aprueban con el fin de que progresivamente la industria del plástico tenga que usar porciones de plástico reciclado cuando va a generar plásticos de un solo uso. Y esa ley se vuelve la plataforma para permitir el comercio transfronterizo de residuos plásticos para que los “pobrecitos plastiqueros” puedan importar desechos plásticos desde Estados Unidos, porque “supuestamente” no existe suficiente plástico en un país que entierra el 96% de sus residuos y que tiene sus sistemas de disposición colapsados y sus municipios en una crisis económica bárbara, porque el principal talón de Aquiles de la gestión de las administraciones municipales en el Ecuador es la gestión de residuos. Pero, por si no fuera poco, Ecuador es un país de economía dolarizada en un contexto de países con una economía no dolarizada, que además estableció un incentivo verde, porque Ecuador es un pueblo ecologista, entonces genera un impuesto que es el impuesto redimible a las botellas plásticas, es un impuesto que pretendía tener un fin social y un fin ecologista. Su fin ecologista era reducir la cantidad de botellas plásticas que se generan y que se importan, para eso gravaba una penalidad de 2 centavos por botella generada o importada. Lo que hicieron los plastiqueros es trasladar esos 2 centavos a la ciudadanía. Y a su vez tenía un fin social que era mejorar los ingresos de la comunidad recicladora. Hicimos una gran investigación desde la Alianza Basura Cero Ecuador y encontramos que al ser este un impuesto no recaudatorio, sino redimible, lo que generó fue un proceso masivo de importación de desechos plásticos de los países vecinos para lucrar del impuesto y para aprovechar la economía dolarizada. De este modo, no solo tenemos importación de desechos plásticos de Estados Unidos, sino que ahora Colombia y Perú nos mandan sus botellas con empresas que son verdaderos traficantes, mafias del plástico, para lucrar del Estado con el impuesto, para lucrar de una economía dolarizada, lo que generó que en Ecuador se cuadruplicara la cantidad de botellas plásticas que se generaban y que se importaban. Y eso no llegó ni por goteo al movimiento reciclador. 

Hago todas estas reflexiones porque la base de la reivindicación “la basura no es mercancía, la basura tiene que ser bien común, tiene que ser naturaleza”, es la que ha sido consolidada con el resultado de estos aprendizajes: ¿de qué forma la mercantilización de los residuos deviene en estas aberraciones? Una versión es esto que les cuento, es el comercio transfronterizo, otras son las empresas multinacionales que hacen bracitos que ahora van a lucrar con los residuos que esta produjo. También tenemos otra situación tremendamente obscena vinculada a la mercantilización de los residuos, que es toda una cadena de intermediación y precarización del movimiento reciclador bajo la romantización del discurso del reciclaje, que no reconoce con sensatez que la industria del reciclaje tiene límites materiales, energéticos y tóxicos, que es una industria que necesita agua, que necesita energía eléctrica, que utiliza sustancias químicas tóxicas, que tiene límites. De los desechos plásticos que se importaban de Estados Unidos, entre el 50% y el 60% eran inutilizables, ya sea porque estaban sucios y contaminados, ya sea porque eran demasiado tóxicos, ya sea porque tenían compuestos orgánicos persistentes. Entonces estamos ahí. Ahora Ecuador firmó un TLC con China, uno de los temas es la flexibilización arancelaria y su desgravamiento progresivo para posibilitar que China envíe a Ecuador los siguientes residuos: cenizas resultantes de la incineración de desechos municipales de municipios chinos, plásticos, baterías, pilas, desechos farmacéuticos, lodo y sustancias corrosivas tóxicas, residuos de la industria nuclear. Es brutal, es violento, es una nueva forma de colonialismo, nosotros le llamamos el colonialismo de la basura. Es la ocupación de los territorios del sur, ya no con barcos y carabelas, sino ahora con basura.

CeD: Es muy claro y súper fuerte el relato que haces, tan límpido de lo que, de alguna manera, todas somos testigos, pero que no podemos formular de esta manera tan clara. Es muy potente.

Llama mucho la atención, desde que te leímos y lo conversamos mucho colectivamente  –que ahora lo mencionaste– esta conceptualización de la basura como bien común y como naturaleza. Te queríamos preguntar si fue algo que surgió dentro de todo este proceso de pensamiento de investigación-acción, como algo local o si es algo que están elaborando también con un movimiento ecológico más amplio, a nivel regional, porque como herramienta política de disputa nos parecía súper interesante poder postular toda esta formulación tan potente de la basura como bien común y como naturaleza. Siempre la pensamos muy en el marco de lo que fue en un comienzo la constitución en Ecuador, pero es más una pregunta ¿cómo fue ese proceso?

M.F.S: Olvidé mencionar a un actor muy importante cuando me preguntaban cómo en la vida llegué a esto y es Acción Ecológica, mi organización madre. Acción Ecológica ha estado muy presente en la disputa de los derechos de la naturaleza y del reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derechos. Y cuando entré en Acción Ecológica era la piecita que faltaba, porque había una ecología política-popular de la minería, del petróleo, de los bosques, de las plantaciones, pero en los residuos había poca cabeza y poco corazón todavía. Yo llegué ahí con todo mi amor por los residuos y fue un proceso muy cariñoso de tener ahí una audiencia, una interlocución adicional a estas que ya les mencionaba, y creo que los cables se han ido conectando con un ejercicio riguroso, también académico de formación, de estudios, sobre todo de la crítica de la economía política. Creo que nuestra propuesta tiene unas bases muy fuertes en el marxismo, pero a su vez no seríamos nada sin la ecología política, sin los feminismos, sin los aportes de la geografía crítica y de la salud colectiva. Desde ahí han ido surgiendo conexiones que siempre las hemos ido discutiendo con las compañeras lideresas del movimiento reciclador a nivel local, nacional y global, validándolas con ellas, reformulándolas con ellas, haciendo nuestras propias posiciones también. En algunos casos no hemos tenido acuerdo. 

El tema de la basura, no como mercancía, sí ha implicado muchas discusiones con el movimiento reciclador, porque finalmente ellos también comercializan los residuos. Me acuerdo muchos momentos, en el año 2009, que empezamos a trabajar con Nora Padilla, una de las lideresas importantísimas del movimiento reciclador latinoamericano y sobre todo del colombiano. Empezamos a mirar esta cadena que nosotros hacemos, la comprensión de la basura como naturaleza y decimos: partimos de naturaleza y esta naturaleza es apropiada por el trabajo humano mediante fuerzas tecnológicas, en el capitalismo casi siempre fuerzas tecnológicas destructivas –una categoría marxista de Jorge Veraza que habla de la subsunción de la tecnología al capital– entonces, tenemos una naturaleza que es apropiada, que es transformada mediante el trabajo humano, mediante fuerzas tecnológicas destructivas y mediaciones culturales, que adquiere una condición de mercancía comercializable. Cuando esa mercancía se comercializa llega un propietario privado, ese propietario la compra por su valor de uso y paga un valor de cambio. Cuando el propietario siente que esa mercancía ha perdido su valor de uso y ha perdido su valor de cambio, la expulsa al espacio público. ¿Qué pasa cuando la basura está en el espacio público, a quién le pertenece? Y acuérdense que en Colombia durante muchos años la disputa era porque el Estado decía que eso se convierte en un bien público de propiedad del Estado y se llegó a demandar a los recicladores por “robarle la basura al Estado”, se llegó a generar y a publicar leyes que decían: «prohibido reciclar». Y se privatizaba la basura a empresas mafiosas del reciclaje. Acuérdense la pelea que tuvieron los compañeros del movimiento reciclador colombiano con los hijos de Uribe—que pretendían privatizar la basura.  

Por lo tanto, nosotros sí que necesitábamos construir un sustento ontológico que diera la explicación de por qué esa basura no podía ser propiedad privada de nadie. Así, empezamos a tejer con estas discusiones, sobre todo con Nora y con el movimiento reciclador: cuando la basura va al espacio público asumimos que es naturaleza que ha perdido su valor de uso y su valor de cambio y es entonces solo el trabajo humano, nuevamente, en este caso mediado por el oficio del reciclaje, el que le devuelve, primero su valor de uso, y segundo, su valor de cambio. Y esa es la diferencia entre el movimiento reciclador y cualquier otro actor privado, porque cuando lo recoge la empresa privada solo le da como condición primera la recuperación del valor de cambio, del valor comercial, mercantil, de cuánto me pagan por enterrarla; no importa si enterrarla sea la peor opción o incinerarla sea la peor opción. Lo que me interesa a mí como empresario privado de esta naturaleza que perdió su valor de uso y su valor de cambio, y que fue desechada en el espacio público, es apropiarme solamente del valor de cambio, no me importa el valor de uso. Al reciclador, en primer lugar, le importa el valor de uso, porque de la basura obtiene alimento para las familias recicladoras y para los animales, obtiene vestido, cobijo, útiles escolares, juguetes, siempre está primero el valor de uso. Y solo cuando no tiene un valor de uso, le genera un valor de cambio en la solución menos mala que podemos encontrar para los residuos inorgánicos, que es el reciclaje. Tristemente, las inequidades históricas que se siguen disputando (falta de acceso a medios de transporte, a centros de acopio a tecnologías para la transformación y a un mercado justo y regulado) perpetúan una cadena de intermediación que sigue precarizando a los recicladores y en la que la empresa privada se enriquece con el trabajo de los recicladores. En el caso de los residuos orgánicos, se recuperan, sobre todo por recicladores trabajando en vertederos a cielo abierto, para la alimentación de la familia y de los animales de crianza menor. En los residuos orgánicos se suman además actores de redes de agroecología y compostaje que recuperan residuos orgánicos para su gestión descentralizada.

Desde esta perspectiva, una vez que la mercancía es desechada por el propietario privado al espacio público, es únicamente el trabajo del movimiento reciclador (en el caso de los residuos inorgánicos) y el del movimiento de agroecología y compostaje (en el caso de los residuos orgánicos) el que le devuelve su condición de naturaleza al devolverle su valor de uso y permitirle, aunque parcialmente, su retorno a los metabolismos sociales.

Desde esta perspectiva, para nosotros ha sido fundamental vincular los derechos de la basura con los derechos de los recicladores, entendiendo a los recicladores no como actores privados, sino como movimiento social, como quizás uno de los movimientos de ecologismo popular urbano más importantes en la actualidad. Se trata de un sujeto social que, en reivindicación de una historia de exclusión y opresión global, regresa como legítimo y único posible beneficiario del valor de uso y de cambio de la basura. Por eso en el libro que escribimos, que se llama La basura como naturaleza, la basura con derechos, hablamos de los derechos de la basura, de quienes la habitan y la trabajan, porque van de la mano. Porque la única forma de garantizar que se cumplan los cuatro derechos de la naturaleza traducidos a los cuatro derechos de la basura, es garantizando que se cumplan los derechos de quienes las habitan y las trabajan, y que reconozcamos al movimiento reciclador, no como un actor privado de la cadena de mercado, sino como un sujeto social cuya exclusión histórica y cuya conciencia ecologista le da otro estatus, otra configuración en el orden global. 

En el libro Reciclaje sin recicladores es basura, el retorno de las brujas nosotros tomamos la categoría el retorno de las brujas para explicar de qué forma el reciclaje de base garantiza la reversión de las tres dimensiones de la acumulación originaria del capital, de separar a los expulsados y excluidos globales del territorio, de los medios de producción y del acceso a los bienes comunes. Decimos que a través del reciclaje las brujas, las recicladoras históricamente expulsadas y excluidas retornan a exigir el derecho a la ciudad, a exigir el derecho al vertedero, a exigir el derecho al centro de acopio, pero también retornan a exigir el derecho a los medios de producción que les fueron arrebatados y a la basura como bien común que garantiza la reproducción social y material. En analogía con Calibán y la bruja de Silvia Federici, reconocemos que es el reciclaje de base la única posibilidad, junto con el compostaje, la gestión descentralizada de orgánicos, de garantizar la reproducción social, aquí ya no de las economías familiares, sino de las economías del ciclo económico productivo o metabólico de las sociedades y las naturalezas. Lo que hacemos las mujeres a nivel doméstico, aquí lo hacen las recicladoras del mundo a nivel ciudad. Además el 85% de los recicladores del mundo son mujeres. 

Portoviejo, 2020. Fotografía: Fernanda Solíz.

CeD: Hay un punto de toda la trayectoria que nos describiste recién que nos generó una duda en relación a la distinción entre naturaleza y cultura, porque nos parece súper interesante y queremos entenderlo bien, o ver si lo estamos entendiendo bien; cuando decís que la basura sale al espacio público hablas de ella como naturaleza, pero eso que sale al espacio público ya estuvo mediado por la tecnología, es decir, ya hay cultura ahí. O sea, al plantear la basura como naturaleza, ahí está lo problemático de qué entendemos por naturaleza, no existe tampoco una naturaleza pura, pero te quería preguntar cómo es esa parte.

M.F.S: Digamos, para no reducir: naturaleza-materia prima, y mirar también el valor subjetivo, el valor de uso de la naturaleza. En los orgánicos es muy fácil, porque el nivel de transformación es mínimo, entonces es la cáscara de guineo, es el resto de la piña y estamos acostumbrados a pensar en esa naturalidad de la basura, pero justamente por eso, nosotros partimos de la ecología política, porque cuestiona esa perspectiva de la naturaleza como un espacio prístino, intocado, puro. No existe esa separación entre naturaleza y sociedad, los seres humanos somos tierra que camina, somos naturaleza finalmente y estas selvas de cemento que habitamos también son naturaleza transformada. Entonces sí, efectivamente, la naturaleza en el estado en que regresa cuando es desechada al espacio público es una naturaleza ya transformada por el trabajo, por las fuerzas tecnológicas y por las mediaciones culturales, y justamente eso establece unos límites –que es sensato reconocer– de las posibilidades que va a tener de regresar a la tierra. Acuérdense que las tesis del metabolismo social hablan de que a más complejidad de las sociedades, a más inequidad, a más desarrollo e industrialización, va a subir el cociente de uso de energía exosomática y va a disminuir el cociente endosomático, es decir, vamos a tener más dependencia de industrias petroquímicas, de tóxicos y demás. Entonces las transformaciones de la naturaleza van a ser más tóxicas, más graves, más irreversibles, y con eso van a crecer los límites para garantizar los ciclos metabólicos.

Hay materiales que no pueden ser reciclados, hay materiales en los que es más fácil sacar el petróleo de inicio y es menos costoso que someterlos a un proceso de reciclaje. Por eso, para nosotros los postulados centrales son que el mejor residuo es el que no se genera y el postulado importante de la ecología política siempre reza: la naturaleza no tiene relleno sanitario. 

CeD: Ya que estábamos hablando un poco en conexión con lo que plantea la constitución ecuatoriana y que ha sido un modelo regional apropósito de los derechos de la naturaleza, y tú mencionaste que se han aprobado leyes que son supuestamente ecológicas, te queríamos preguntar si es que ha habido algún tipo de legislación en políticas públicas que vayan en esta otra dirección, una ecología más política, no tan capitalista, ¿existe alguna iniciativa que vaya en esa dirección por lo menos?

M.F.S: Todavía no. Hay algunas iniciativas aisladas que vienen más desde la sociedad civil. El Estado lastimosamente, al menos en Ecuador, únicamente ha aprobado un par de leyes que, recurriendo a discursos ecologistas y humanistas en defensa de los recicladores, en la práctica han sido o inaplicables o distorsionadas para continuar beneficiando a las grandes corporaciones que ahora lucran del reciclaje. No existe aún ninguna política que en la práctica garantice el cumplimiento de las cuatro demandas del movimiento reciclador. 

Acá en Ecuador hay leyes que se pueden haber fundado en posiciones de buena fe, algunas ingenuas, pero en muchas se les dio tanta plataforma a los actores corporativos, empresariales y a la industria del plástico que no lograron darse cuenta que deformaron la ley y luego además, incluso con leyes que podían haber sido positivas, se generaron mecanismos tramposos para seguir lucrando o pervirtiendo estos marcos jurídicos. Entonces ha sido un aprendizaje gigantesco mirar cómo tantos marcos normativos, que pueden construirse de buena fe, terminaron siendo más bien cooptados por estos grandes grupos económicos de poder que están intentando ahora lucrar de los residuos. 

En la región latinoamericana, en Colombia, pero también algunos espacios en Argentina, en Brasil se ha logrado disputar, por ejemplo, el reconocimiento a la remuneración por el servicio prestado del movimiento reciclador, como una reivindicación histórica de la ecología político-popular. Sin embargo, si hago la reflexión en el contexto latinoamericano, creo que sobre todo en los derechos de los recicladores se ha avanzado, en la prohibición de materiales de un solo uso, pero siempre es voraz la fuerza que tienen estas otras fracciones de ecologismo, en donde si prohíbo sorbetes de plástico ya me están sacando el sorbete de caña de azúcar o de pepa de aguacate y entonces decimos: no entendieron nada, el problema no es solo el plástico, es que sea de un solo uso, porque tampoco queremos monocultivo de caña ni pepa de aguacate, sino que lo que queremos es un cese a la cultura de una economía lineal que depende de la extracción perpetua. 

Lo que hemos visto con mucha esperanza son más bien iniciativas hermosas a nivel de sociedad civil. Acuérdense que en América Latina todavía entre el 50% y 60% de los residuos son orgánicos y estamos viendo mucha posibilidad de transformación estructural por ahí, por la gestión descentralizada, siempre sabiendo que el mejor residuo es el que no se genera, que si se genera el que mejor resulta es el que se gestiona más cerca del hogar, apostando entonces muchísimo por bancos de alimentos para personas, por estos espacios de alimentación descentralizada para animales menores, por compostaje familiar en las casas, domiciliar, luego comunitario, escolar, barrial y municipal. Y ahí sí que hemos podido financiar, apoyar, sistematizar, mapear cientos de iniciativas y lo que estamos haciendo desde la academia ahora son los cálculos de emisiones de metano evitadas, de lixiviados también evitados, de recursos económicos ahorrados al Estado y, por supuesto, de lo que ha implicado eso en términos económicos de ingreso para las familias que están llevando a cabo esos procesos. Creo que es un momento histórico muy positivo para la gestión descentralizada de residuos orgánicos, finalmente América Latina está poniendo los ojos donde tiene que poner los ojos, en los orgánicos. 

Miro también que hay otro momento para el movimiento reciclador, hablan de transición justa, ya no están membretados por ninguna de las corporaciones municipales en sus chalecos, tienen muy claro en dónde está la corporación y en dónde está el movimiento reciclador. Tienen una agenda política muy lúcida y muy autónoma. Ya no rinden cuentas ni dependen de organizaciones que pueden haber sido de muy buena fe, pero que finalmente tienen su agenda propia. Veo que hay un movimiento mucho más autónomo, mucho más fuerte, mucho más representativo de sus bases, mucho más separado de los grupos de intermediarios de comercialización y transporte de residuos, tenemos muchos más puntos de encuentro con el movimiento reciclador. Ya se reconocen como parte del movimiento ecologista, como recicladores populares. Por ejemplo, ahora yo veo también mucha esperanza en la relación del movimiento ecologista, el movimiento agroecológico y el movimiento reciclador. Finalmente somos los únicos sujetos sociales que vamos contra corriente, mientras las economías lineales avanzan apresuradamente hacia la devastación y el crecimiento infinito e irresponsable, nosotros avanzamos hacia atrás, como el tiempo indígena en el que el futuro no está adelante sino atrás. Nosotros devolvemos a la tierra, reparamos metabolismos sociales, disputamos el decrecimiento. Veo todavía poca conciencia crítica de la gravedad de lo que implica el comercio transfronterizo, veo mucho greenwashing, veo mucho enverdecimiento de prácticas nefastas, veo todavía mucho fetiche por la tecnología de punta, como si ésta, mágicamente fuese a resolver toda la crisis climática.

Quito es la capital de Ecuador donde ahora mismo está la sede de la Alianza y es muy curioso, porque hasta 2002 tenía un botadero a cielo abierto con cientos de familias viviendo en el botadero, entonces en Ecuador, como en el resto de América Latina, el ciclo ha sido el siguiente: tenemos el botadero a cielo abierto, es la barbarie, hay que cerrar el botadero a cielo abierto porque si no el Ministerio del Ambiente te multa, porque ¿cómo vas a tener gente viviendo así?, porque el que no vivió en un botadero no logra entender que es mucho más que la barbarie, que no defendemos la precarización, el trabajo en esas condiciones, la vida así, pero que la solución no es la expulsión global. Pero bajo la lógica de civilización o barbarie, la barbarie tiene que ser cerrada, despojada, expulsada, con muertos y heridos, se cierra el botadero y vamos al pacto civilizatorio: hacemos un relleno sanitario que genera una gran conflictividad en comunidades que eran agrícolas, que vivían de la agricultura y que ahora tienen que hospedar un gran y monstruoso relleno sanitario con todos los impactos. ¿Qué se hace? represión, judicialización, criminalización, medidas de compensación para romper la unidad comunitaria. Opera veinte años colapsado el relleno sanitario, a punto de caerse, el peor de América Latina. Miles de millones de lixiviados acumulados, pasivos ambientales, gravísimos impactos a la naturaleza, a las cuencas hídricas a los mantos freáticos, a las comunidades. ¿Qué hacemos? Seguimos presionando, usando zonas de amortiguamiento, espacios intercubetos, haciendo celdas de emergencia, presionando el ecosistema y burlando la ley. Igual colapsa y ¿qué hacemos? en vez de aprender del error –nosotros le llamamos la intensificación del pacto civilizatorio o el fetiche del fetiche de las ofertas tecnológicas destructivas– vamos por el incinerador, y ahora Quito se prepara para cerrar su relleno sanitario e instalar un complejo ambiental, que en realidad es un incinerador, vamos a quemar basura, y “quemar basura mata”.

Miramos que ese fetiche por las tecnologías crece y que América Latina se deja engañar muy fácil, si viene cualquier vendedor de humo y nos dice: «en Europa lo máximo son los incineradores», los alcaldes no se molestan en hacer una búsqueda rápida y mirar qué está pasando con la incineración en Europa y cómo Europa está rechazando ese modelo de incineración de residuos, sino que los ojitos se les prenden, porque van a hacer negocio de la basura; me van a dar energía eléctrica, me van a cobrar menos por tonelada y encima voy a poder gestionar la basura de tres cantones, porque estos monstruos incineradores son como el monstruo come galletas que nunca tiene suficientes galletas, estos nunca tienen suficiente basura y entonces perpetúan estas economías y queman todo. Veo mucha ingenuidad, pero también mucho colonialismo tecnológico todavía acá en el sur.

CeD: ¿Y cuál te parece a ti que sería el rol que el Estado debería tener con los vertederos a cielo abierto? o sea, ¿cuál sería un buen rol del Estado con la comunidad recicladora?

M.F.S: Nosotros hablamos justamente de los principios de transición justa, en donde el Estado tiene que garantizar todos los derechos para todas las personas, pero también para la naturaleza. Y cuando hablamos de todos los derechos para todas las personas, hablamos de que no tienen que haber únicamente planes pilotos o de transición gradual en donde de las 600 familias les incorporan solo a 12, y las demás que se vean la vida. Eso es despojo. Y se tienen que garantizar todos los derechos en la medida en que el botadero es un espacio no solo de trabajo, sino de vida, entonces se necesita garantizar el espacio de vivienda, el de oficio, el trabajo, el transporte, la producción, el acopio, la comercialización para todas las personas. Porque el botadero posibilita todos esos derechos, en el botadero se habita, se vive, se trabaja, ahí mismo se acopia, ahí te retiran y compran el material los intermediarios y entonces no tienes que transportar.

Nuestro cuestionamiento va a que se cierren los botaderos de forma inconsulta, vertical y sin garantizar previamente que todos los derechos, todas las funciones que garantizaba el botadero sean ahora garantizadas de otras formas. No basta con decir: “se pasan a reciclar a pie de vereda”. Y entonces, ¿en dónde viven?, ¿cómo transportan los desechos?, ¿en dónde acopian?

Y para la naturaleza hablamos de que estos son territorios que tienen que ser reparados integralmente, no solo cerrados técnicamente. Y que los recicladores tienen que estar incluidos estructuralmente en los nuevos modelos de gestión que deben ser construidos participativamente con ellos, pero también tienen que garantizarse para ellos las cinco medidas de la reparación integral: satisfacción, restitución, rehabilitación, indemnización y garantías de no repetición.

CeD: Queríamos retomar –porque nos parece súper interesante esta conceptualización de la basura como naturaleza y como bien común–  algo de la pregunta anterior, que es si es que han podido poner esos conceptos en diálogo con otros países de la región o es una discusión más local. 

M.F.S: Lo hemos socializado con el movimiento latinoamericano. Yo creo que en ciertos momentos es difícil de entender, de reivindicar, pero veo incluso a los recicladores reivindicando esa posición en la red LACRE. Sí, creo que hay un apropiamiento de eso, así como hay la apropiación del término del colonialismo de la basura o está la apropiación de “reciclaje sin recicladores es basura” o luego, cuando nosotros propusimos “sin recicladorAs es basura” con A mayúscula. Sí, creo que sí va habiendo ese posicionamiento colectivo y global. Cuando escribí el libro La basura como naturaleza, la basura con derechos cerraba con una frasecita, cuando escribía la parte final, que me parece que puede reflejar mucho de tu pregunta. Ponía aquí que el reconocimiento de los derechos de la basura aún parece una disputa imposible y que tomará tiempo, que lo que nosotros hemos hecho abre el camino para el debate ontológico, que el debate social y político se tiene que tejer en las sendas de los procesos de conflictividad socioecológicos derivados de la crisis civilizatoria de la basura, y que ahí son dos sujetos sociales los que van a estar en este debate: las comunidades afectadas por la incineración de residuos, los territorios del sacrificio, y el movimiento reciclador, porque son ellos quienes tienen que abanderar estos derechos como los legítimos sujetos populares con plena representación política. Y, finalmente, mi planteamiento es que el debate jurídico, como la mayoría de los casos, va a ser el último en llegar y va a llegar solo cuando la organización y la movilización social, popular y colectiva exija estos derechos en las calles. Solo entonces los legisladores van a poder tejerlos en la política pública y en los marcos normativos.

CeD: Claro, de abajo hacia arriba. Súper potente. Lo que pasa es que es un trabajo de hormiga y muy lento, que requiere mucha paciencia, pero es súper impresionante todo lo que nos has contado. Te agradecemos, realmente, porque es una experiencia muy rica y el modo en que podés ponerlo en relato y en discurso es maravilloso, creemos que es una síntesis súper potente, así que muchas gracias.

M.F.S: No, a ustedes por el interés y por la generosidad también de abrir a incorporar esto en estas perspectivas.

CeD: Esto tiene una potencialidad política para la región muy importante.

La verdad que hemos quedado totalmente… porque habíamos leído el texto, pero tus palabras ahora, de todo tu proceso y todas tus vivencias, tienen una potencia impresionante. Escucharte es impresionante, nos hemos quedado sin palabras.

En relación a los procesos que has mencionado, porque has descrito procesos súper complejos que son incluso riesgosos, peligrosos, sobre todo cuando empieza la criminalización, la judicialización; hablas de mafias y en más de una ocasión has hablado de procesos amorosos y afectivos. ¿Te puedes referir un poco más al lugar que tienen los afectos en todos estos procesos? sobre todo cuando coinciden estos mundos que, a veces, puede parecer que están tan lejanos, como el movimiento de los recicladores, el trabajo con la academia, la distancia que hay también entre ciertas realidades ¿Cómo han sido esos procesos amorosos, cómo se han podido tejer?

M.F.S: Es una pregunta muy linda, porque creo que va de la mano justo de estos reconocimientos en los que hemos disputado una academia militante, una ciencia con conciencia, una ciencia popular y eso no ha sido fácil, porque la academia cada vez más vende el alma. Sin embargo, hemos logrado encontrar cabida en universidades públicas que todavía entienden que el compromiso y el sentido de la universidad, en la línea de la reforma de Córdoba, es una universidad que dé respuesta a las demandas de los pueblos –en un país plurinacional con 13 pueblos y nacionalidades– pero también de la naturaleza. Y entonces en esa línea, en este corazón dividido entre ser una académica que intenta poner la ciencia rigurosa, pero modesta, al servicio de las demandas populares, también tiene su medio corazón militante en el que la militancia de la escuela de la que yo vengo es una militancia radical. La militancia es lo que eres, es parte de lo que te define, de la apuesta de tu vida, de tu familia. Acabo de llegar del botadero de Portoviejo –por eso tuve que posponer la reunión– y con la felicidad de saber que llevamos como 17, 18 años caminando juntos de la mano, con procesos de a veces 2 pasos adelante, 5 pasos atrás, pero que ahí seguimos. 

Ciertamente que los procesos afectivos han sido muy honestos porque han implicado, por un lado, en ciertos momentos, la judicialización, la criminalización, el encarcelamiento. Paradójicamente, fue en el gobierno del presidente Rafael Correa en el que mi organización y yo, personalmente, más veces tuvimos detenidas, privadas de libertad, criminalizadas, viviendo violencia sexual, política, judicialización y encarcelamiento, pero no ha sido exclusivo de esa época. Sin embargo, esa fue la época más oscura para el movimiento ecologista. Acción Ecológica estuvo tres veces a punto de ser cerrada, la fundación Pachamama fue cerrada. En otros momentos también ha habido mucha criminalización y, por eso, mucha de nuestra energía ha estado en la defensa de la organización, de las personas que hacemos la organización y de las compañeras y compañeros de las comunidades que también han tenido que enfrentar estos procesos judiciales. Mucho de mi trabajo en Acción Ecológica era llevar la campaña junto con la compañera Cecilia Chérrez, de criminalización. Yo soy salubrista, soy doctora en salud pública y psicóloga, y entonces me dediqué durante mucho tiempo a hacer los informes psicosociales y de violaciones de derechos humanos de comunidades, dirigentes y organizaciones criminalizadas, judicializadas y que vivieron represión política. Creo que la parte más dolorosa de eso ha sido justamente el proceso de criminalización y judicialización. 

Conflictos por la inclusión del Botadero Municipal del Cantón Cayambe en la Comunidad de Otoncito, Otoncito, 2009. Fotografía: Victor Iguamba.

Y por otro lado, la vida del reciclaje. Yo quisiera insistir en que no romantizo la vida en el botadero, la vivo con toda la dureza de lo que implica la mayor precarización vital que uno puede imaginar, pensar y acompañar. Cuando vivía en el botadero, hacía mi tesis doctoral en epidemiología y salud colectiva, mucho de mi trabajo era atención primaria en salud, recuperación de la salud y entonces montamos un sistema de monitoreo epidemiológico para identificar los principales procesos de morbilidad y mortalidad de las distintas estructuras de la cadena del reciclaje. Los recicladores de base y yo misma cambié mi fenotipo a una persona recicladora, entonces me explotó biogás, perdí una parte de la piel con la explosión, me quedó muy deteriorada la piel, sobre todo la zona perioral, tuve una queratitis ulcerosa, es decir, pude vivir las consecuencias de lo que implica vivir en un botadero a cielo abierto, eso se traduce en tu fenotipo, en tu salud, en tu vida desde lo más íntimo y subjetivo de las emociones, hasta lo más físico y visible del perfil epidemiológico. 

Entonces, no tengo una perspectiva romántica, de hecho estoy terminando una novela que recoge relatos literarios de estas vivencias tan duras. La única canalización que le pude dar fue la literatura, escribí cuentos de mujeres recicladoras, sobre todo, y de mujeres shuar de la Amazonia ecuatoriana, porque tengo el otro corazón en la lucha anti minera, la lucha anti extractivista; basurólga, pero anti minera también. Sí, ha sido ese proceso de poner el cuerpo. Y el otro proceso del que hablaba, que el movimiento reciclador y el movimiento ecologista no tuvimos una historia de amor a primera vista fue porque siempre algunos líderes recicladores de ese momento –ahora estamos en otro momento, creo que hemos pasado el ponernos a prueba mutuamente– tenían esta acusación de: «ustedes, pequeño burgueses que no viven en el botadero y que nunca van a saber lo que es aquí, desde arriba se puede reclamar mucho más fácil el principio ecologista». Pero creo que quienes estamos en este lado de la lucha sí que vivimos en el botadero, sí que renunciamos a una serie de privilegios y sí que asumimos una militancia desde abajo, que nos ha permitido tener la condición moral o ética o política para hermanarnos y que, si bien nunca vamos a poder ser recicladores, nunca vamos a poder ser la comunidad afectada por conflicto socioambiental, nunca vamos a llegar a solventar ese nivel de contradicción, creo que ahora sí somos reconocidos como aliados e interlocutores válidos. Creo que ha implicado una serie de procesos de renuncia, de coherencia política. 

Me acuerdo que cuando me divorcié estaba muy, muy afectada, estaba llorando en el comedor de la universidad y entonces se acercó una de mis colegas y me dijo: «pero no entiendo mujer, cómo te puede costar tanto el divorcio, vas a desaparecer, llevas meses… si las relaciones amorosas son tan fáciles, solo tienes que hacerte tres preguntas» y yo siempre la molesto a esta colega, que es una militante por los derechos humanos, que sus reflexiones no me sirvieron para nada en la vida amorosa, pero sí me salvaron en las reflexiones comunitarias. La primera pregunta es si los dos se quieren, porque si uno de los dos no quiere al otro, pues, qué pena y se acabó, no hay siguiente paso, y es la primera pregunta que tuvimos que hacernos entre el movimiento reciclador y el movimiento ecologista: «¿nos queremos?». Si los dos se quieren, la segunda pregunta es: ¿para qué se quieren?, porque si el uno quiere para publicar, ser famosos, lanzarse a la candidatura presidencial y el otro quiere para transformar las condiciones de vida, para salir del botadero, para tener vivienda propia, pues va a haber un sentido de instrumentalización, de utilización, de que pides fondos en mi nombre y me usas, entonces va a ser como si el uno quiere poliamor y el otro monogamia. Si no quieren lo mismo, igual ahí se acabó. Llegar a esa conciliación de que nos queremos para lo mismo fue la más difícil. Y la última es: si se quieren para lo mismo, ¿qué acuerdos están dispuestos a construir para que funcione?

El acuerdo de ¿para qué nos queremos? que en este caso era una lucha por justicia social, ecologista, de género, etnoracial, por un proyecto anticapitalista, eso fue dificilísimo de construir, el proyecto anticapitalista, porque no necesariamente el proyecto de los recicladores es el proyecto anticapitalista, anti extractivista. Definitivamente decimos: «vamos a querernos para esto de acá», este acuerdo que estábamos dispuestos a tomar para llegar a ese proceso en común. Y tejer esos acuerdos sí que ha implicado un diálogo amoroso, como ese que tienes solo con los hijos, a ese nivel de paciencia de un lado y del otro. Esas tres preguntas que, a mí para el amor, siguen sin servirme, sí que me han servido para definir cada uno de los espacios de interlocución con las comunidades.

CeD: Muchas gracias por tu respuesta.

Sí, hermosa respuesta. Quizás para terminar, última pregunta, si querés contarnos un poquito más de algo que mencionaste al pasar, que era la experiencia de los tribunales éticos que estaban ensayando.

M.F.S: Sí, esa es una experiencia hermosísima. Los tribunales éticos surgen de la experiencia en Acción Ecológica, cuando British Petroleum genera todo el accidente en el golfo y entonces Ecuador ya tenía su constitución que reconocía los derechos de la naturaleza y viene Vandana Shiva a demandar a British Petroleum ante la Corte Constitucional del Ecuador por violación de los derechos de las ballenas y del mar. Acción Ecológica siempre ha hecho cosas transgresoras que finalmente han dejado que Ecuador sea el primer país que decidió no explotar una de sus mayores reservas de petróleo y dejarla bajo el suelo por referéndum nacional con más del 68% de los votos. El tribunal ético hace referencia a un proceso que ustedes en Argentina y en Chile reivindican mucho hacia los derechos humanos y nosotros empezamos a reivindicar hacia los derechos de la naturaleza, que es el proceso de verdad, justicia y reparación. Si en verdad no hay justicia, no hay reparación y cuando la verdad ha sido negada, ha sido silenciada y la historia oficial se impone desde el poder hegemónico, pues si no tenemos cortes judiciales, tenemos cortes éticas. Y las cortes éticas tienen como primer sentido político el reconocimiento de la verdad. Eso ya es un primer paso a la reparación. Para las comunidades el tener la posibilidad de que la verdad sea públicamente escuchada, documentada en libros o documentada en videos, o documentada de cualquier forma, pero hecha pública es una primera medida de satisfacción. Acuérdense que la reparación integral tiene 5 medidas de disputa y 6 en el caso de conflictos socioambientales, la primera son las medidas de satisfacción, que son estos actos públicos destinados al reconocimiento de la verdad no oficial. Las otras medidas son de restitución de derechos, rehabilitación, indemnización, garantías de no repetición y restauración ecosistémica. Luego el proceso de justicia frente a la indolencia, procesos de justicia que han estado por décadas sin recibir respuesta o dándoles las espaldas a los colectivos, si bien los veredictos éticos no tienen un poder vinculante sobre los sistemas de justicia, sí que han sido determinantes en el fortalecimiento del tejido social, en la organización comunitaria y sobre todo han sido centrales en los procesos de reparación comunitaria que no son aquellos que se llevan desde el Estado, sino que son aquellos que se llevan desde la misma comunidad ante el reconocimiento de la ausencia y la negligencia del Estado. 

En el tribunal ético nosotros invitamos a personas que han sido reconocidas en el país o internacionalmente por su historia de militancia, de disputa, de exigibilidad en el cumplimiento de derechos humanos y de la naturaleza, que son quienes revisan los casos que se presentan en el tribunal. Cada comunidad llega, representantes de la comunidad presentan el caso, presentan el histórico, presentan los avances, escuchan los casos de otras comunidades, y ya el mismo hecho de habernos tejido como un grupo de comunidades que se cuentan y se comparten los casos ha sido también sanador. Luego son tribunales itinerantes, se hacen cada año en una ciudad distinta y entonces vamos viajando por distintas ciudades del país, haciendo la verificación in situ del caso y de las afectaciones. Después de la verificación in situ, es un tribunal que dura normalmente dos días, el día final se hace la lectura de la sentencia ética del tribunal que deja las recomendaciones a seguir, que nosotros las acompañamos como Alianza. Eso ha permitido tejer un frente de resistencia colectivo, y los resultados del primer tribunal se presentan en el libro: Territorios en sacrificio: Comunidades basurizadas. Estamos iniciando algunas acciones conjuntas y ahora queremos hacer un tribunal latinoamericano con GAIA, por este tema del comercio transfronterizo de residuos, porque somos varios países latinoamericanos los que estamos en este sentido. Va hacia allá el tribunal ético, es esta apuesta de que no todo se resuelve en las cortes, que muchas veces las peleas no se ganan por lo jurídico, sino por lo político y ustedes lo conocen muy bien, en los casos de graves violaciones de derechos humanos, si no hubiera habido la fuerza política organizativa, la condena ciudadana social y la movilización social y política, las cortes jamás hubieran fallado a favor. 

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