Llora un poco todos los días, lo que también es agua. Busca el agua, porque todo lo que se moja se vuelve, en parte, cómplice de esta inundación. El agua de las lágrimas contiene agua, pero es más.
La calamidad es un encuentro de mundos, mundos que no se tocaban y empiezan a cruzarse, unos con otros, pidiendo cobijo, pidiendo una mano, exigiendo urgencia. La sociedad de la información se reafirma, de hecho, como una sociedad de alienación y desreferencialización –como si ya no habitaramos ningún territorio. De repente, como si nadie estuviera prestando suficiente atención, somos tragados por la fuerza reintegradora de Gaia, en sus inundaciones catastróficas.
Quienes huyeron de la crecida del ciclón de septiembre de 2023, e incluso antes, saben escuchar la intensidad de la lluvia en el techo, escuchan el río y saben que es hora de salir de sus casas. Aunque sea a mitad de la noche, aunque la noche sea incierta… aunque no sepas cuántos días –y cuántas noches– todo aquello va a durar.
Estamos a principios de mayo de 2024. La ciudad donde vivo – Porto Alegre – y la región metropolitana, reciben agua de tres cuencas fluviales en el estado de Rio Grande do Sul. Con precipitaciones récord de más de 300 mm en tres días. El nivel de varios ríos que alimentan esta cuenca aumenta tanto que varía desde los 25 metros en zonas montañosas, hasta alrededor de 6 metros en zonas llanas.
Observo constantemente las condiciones climáticas porque trabajo a 300 km de distancia, y una de esas noches viajé bajo una fuerte tormenta de relámpagos. Sí, el cielo se está cayendo, como nos advierten David Kopenawa Yanomami y Ailton Krenak. Un hombre muere a causa de un rayo la noche que viajo, cerca del momento en que pasamos por la ciudad de Santa Cruz do Sul; una familia muere enterrada por el aluvión esa misma noche, a kilómetros de distancia, cerca de donde me quedo en Santa María – y los cuerpos sólo se encuentran 5 días después, bajo grandes cantidades de tierra mojada. En medio de la tormenta apenas anunciada, el conductor del autobús nos lleva a Porto Alegre con la urgencia de salvar su propio cuerpo, como si la velocidad del autobús garantizara el despertar más temprano de esa pesadilla.
Llego a casa con la electricidad impregnada en el cuerpo. Coincido con el pronóstico de lluvias que llegarán a Porto Alegre en los próximos días. Las rutas por las que pasamos la noche anterior comienzan a cubrirse de finas lenguas de agua que avanzan rápidamente. Y así desaparecen tramos de carreteras, engullidos por el agua que toma el color del barro. También desaparece la separación entre carretera y campo. Todo se torna amplio y continuo. Los puentes comienzan a resquebrajarse y algunos colapsan, se rompen como galletas gigantes. Uno de los puentes que crucé se cayó.
Pocos días después, en la ciudad de la cuenca donde vivo, a 15 minutos en bicicleta desde mi casa, voy en busca del viaducto que, en un entorno urbano, se convierte en un punto de rescate para las personas que aún salen de sus viviendas inundadas o inaccesibles por la subida de las aguas – llegan personas de los barrios de Sarandí, Humaitá, Vila Farrapos, São Geraldo. No, nadie fue alertado por las autoridades públicas sobre la crecida real y vertiginosa de las aguas. Me sorprende el olor a gasolina, los botes inflables, los “hidroaviones”, la ropa de pesca, la mezcla entre civiles y policías. La inmensa cantidad de civiles rescatando personas, animales, lo que pudieran transportar. El agua se toma la ciudad y hace desaparecer todo lo que depende de ruedas. La percepción intenta adaptarse. Soy transportada al Amazonas, pero falta la selva. El agua exige navegación, revirtiendo una territorialidad donde el dominio era de la tierra –la verdad, del cemento y el asfalto. Transformación radical, agitación, intrusión o la ira de Gaia, como dice Isabelle Stengers.
Nuestra mente viaja entre las proyecciones científicas que venimos haciendo –el aumento de las temperaturas globales– y las catástrofes que vivimos desde hace 10, 15 años en el sur de Brasil. El desequilibrio y la destrucción se vuelven palpables, al igual que el motivo de esa separación y alienación entre los humanos y lo que hemos llegado a llamar naturaleza, como si fuera un otro distinto a nosotros mismos. No, no hemos oído lo suficiente el clamor, a veces tranquilo, a veces desesperado –y bajo extrema violencia– de los pueblos originarios.1
Retomada da Ponta do Arado, área indígena retomada por un grupo Mabyá Guarani, al borde del Rio Guayba en Porto Alegre, Brasil. Still de la película Guatá, 2022.
Nos dijimos que sí estábamos preparados, pero no estábamos preparados para esto. Al fin y al cabo, conocíamos el pronóstico de la destrucción de los ecosistemas, la triste ecuación resultante de la flexibilización de las leyes medioambientales en favor de la iniciativa privada, la emisión de gases causantes del efecto invernadero. Rio Grande do Sul alguna vez estuvo a la vanguardia de las leyes ambientales, ahora estamos a la vanguardia de la destrucción catastrófica. Mi cuerpo intenta sostenerse entre varios futuros colapsados, colapsados frente a mí, conmigo.2
Desde hace años soy un tanto obsesiva con el agua, desarrollando cartografías acuosas o húmedas, como forma de crear coordenadas de situacionalidad, percepción territorial, metodologías y pedagogías críticas.3 Modos de dibujar, de compartir percepciones, de constituir existencia. No puedo desconectarme del hecho de que la catástrofe es impulsada por la fuerza de las aguas – que caen del cielo, que vienen del Océano Pacífico, del Amazonas. Estas aguas –y las que el bosque alberga– podrían estar fluyendo en medio del Amazonas, serpenteando por los rápidos, humedeciéndose lentamente, molecularmente. (Sabiduría y manejo de las aguas que tiene la selva…)
Cacique Timóteo fuma su petenguá. Retomada da Ponta do Arado, área indígena retomada por un grupo Mabyá Guarani, al borde del Rio Guayba en Porto Alegre, Brasil. Still de la película Guatá, 2022.
El Cacique Timóteo de la etnia Guaraní mbyá, en una conversación para la película Guatá 4, dice que guay de Guayba es como llamaban sus abuelos a este río “para que todos beban agua”, siendo “ygua”, “el lugar donde bebemos agua, donde el agua está concentrada”. En estos días de lluvia en algunos lugares de Porto Alegre, el Guayba subió lentamente, casi en silencio. En muchos otros lugares la gente no tuvo tiempo de salir, como en Canoas, y los barrios también se inundaron por la absoluta falta de mantenimiento de los sistemas de bombeo.5 Nos damos cuenta de que la subida de las aguas –residuales y lodo– en ciertas regiones de la ciudad, no encaja en nuestros sistemas cognitivos, en aquello que sabemos desde la experiencia en la ciudad, y la separabilidad hasta ahora semicontrolada por las aguas marrones del Guayba.
Jorge Morinico camina con Cacique Timóteo en la Retomada da Ponta do Arado, una área indígena retomada por un grupo Mabyá Guarani al borde del Rio Guayba en Porto Alegre, Brasil. Still de la película Guatá, 2022.
En el correr de las aguas toda la tierra se ablanda, la tierra se mueve. En medio del aluvión y el agua que llega de todos lados, me obsesiono con los mapas, con las medidas y alturas de los terrenos, con los milímetros de lluvia. Metro a metro, cuadra a cuadra, una ciudad que se reconoce en sus barrios –y, sobre todo– con aguas fangosas y, ahora, también residuales. Algunos con acceso a la información, aterrorizados, recetando horror, otros sin siquiera saber que quedarían empapados de horror, sin saber nadar, sin poder cerrar la puerta de su casa (la puerta que ya no necesitará una llave, ya que pronto será arrastrada por la fuerza de las aguas –y la basura). 600 mil personas tienen que abandonar sus hogares.6
Las aguas arrastran todo lo demás, convulsionan. A veces penetran lentamente y a veces violentamente. Se vuelven turbias, fangosas, no se sabe qué cuerpos caen en ellas, rodando entre ramas, plástico, pedazos de autos, trozos de concreto, muros enteros arrastrados, acero. El plástico dibuja caminos, huellas de una forma de vida. El volumen crece, la sensación de una transformación estructural. El Guaíba es el inmenso receptor de estas aguas confusas, aguas que buscan tierra, que corren como buscando un lecho,7 algo que las contenga. Reaparece la suave distinción entre agua – yy, y tierra – y(v)y en Guaraní mbyá. Tememos la putrefacción de todo lo que está vivo, de lo que acaba de morir, de lo que desciende de la montaña, o de la montaña que desciende. Tememos el agua que beberemos.
Imagen: Eduardo Seidl, Porto Alegre, Brasil.
Lo que transportan las aguas se convierte en materia desconocida, un espectro de vida en transformación. La inundación se vuelve monstruosa, es barro antropocénico –y antropogénico–. Es barro de partículas, barro desconocido, que todo lo envuelve y todo lo cubre. Otra pandemia. Cuando el agua retrocede, regurgita esta materia extraña e irreconocible. Es el barro indigerible de Gaia… ¿o será que podrá tragarlo todo otra vez?
De vuelta en ese viaducto del Amazonas en Porto Alegre, encuentro una ciudad de lo común.8 Una ciudad donde no hace falta comprar nada, todos los bienes fueron expropiados, comida, ropa, medicinas, alojamiento, gasolina para los barcos. Transporte, teléfono, lágrimas compartidas. Allí todo es común, sin dueño, sin etiquetas, sin tarjeta de crédito. La acogida a las personas sin hogar inaugura un mundo en el que siempre hemos evitado entrar: un mundo donde compartimos todo, donde ya no poseemos nada.
La convulsión de las aguas y la imparable fábrica de barro exponen y exigen una reorganización de todo, por eso exponen nuestra forma de vida exploratoria e indigerible ante nosotros mismos –para Gaia. Los mundos que son reorganizados por la revuelta de Gaia presentan todas las diferencias, especialmente la riqueza deslumbrante que experimentamos. Pero la abundancia no es igual para todos. Hay quienes tienen autos 4×4 y pueden rescatar a quienes necesitan abandonar sus hogares, hay quienes no tienen botas de agua para deshacerse de la leptospirosis. El barro confuso es, literalmente, la desorganización que hemos impuesto a este territorio común.
Bajo el viaducto de rescate, en el refugio provisorio, en la cocina solidaria, ¿cuánto duran nuestras utopías?
Imagen: Eduardo Seidl, Porto Alegre, Brasil.
Dormimos entre el ruido de los helicópteros que nos rescatan incesantemente y nos despertamos sin saber que calcularemos el impacto de las lluvias en las pérdidas de capital. (¿Quién podría beneficiarse, de todos modos…?). Hay gente sin trabajo, sin ingresos, sin comida.9 En la gran ciudad la barbarie continúa. Se diseña una ciudad temporal para los desplazados de sus hogares enlodados y demolidos. Un verdadero campo de refugiados. Se supone que el vertedero también estará en la misma región, al norte de Porto Alegre. Las catástrofes se multiplican. Después de todo, la calamidad para algunos es otra forma de afirmar el poder. Y la mala gestión pública es una renuncia a la provisión de derechos básicos. Es una quiebra absoluta planificada, un Estado neoliberal que facilita todo para el beneficio privado. El cotidiano de la inundación nunca deja de desbordarse, y la inundación es tan grande, la pérdida es tan profunda, que la ira y la falta de conformidad tardan en aparecer.
Miro a mi alrededor y encuentro mi cuerpo todavía intacto, pero mis ojos, más que empapados en agua, ahora reconocen rastros de barro en cualquier lugar: barro impregnado, paredes arrancadas, niveles de inundación. La enfermedad que somos, nuestra forma de vida no indígena, es tragada por el agua y la tierra. Las aguas retroceden, pero nunca sin la amenaza de volver a subir en cualquier momento. El barro que lo cubre todo nos asfixia. Devuelve casas, barrios, fábricas, talleres, huertas, todo destruido. El lodo genera en nosotros repulsión, materia informe y no deseada que es resultado de la ecuación que nunca quisimos encontrar.
Imagen: Eduardo Seidl, Porto Alegre, Brasil. @fototaxia
Deseamos que Gaia haga algo, que consuma este barro. Que lo reabsorba, pero es basura sin categoría, un enorme descarte de lo que producimos –y también de nuestras vidas compuestas de objetos, recuerdos, máquinas, productos, bienes, comodidades. El barro que regurgita Gaia es una materia desconocida, artificial, mezclada, indistinguible. Dependemos de Gaia, de una transformación intensiva. Queremos que reutilice nuestras sobras y nos devuelva algo después de haber atravesado esta capa espesa. Quizás una tierra seca y firme para pisar y habitar, una “tierra sin mal” – yvy marãe’y – como buscan y enseñan los Guaraní mbyá. Pero Gaia lo sabe, sólo tendremos derecho a una regeneración cuando aprendamos a caminar -o navegar- por estas tierras.
Isabelle Stengers. No tempo das catástrofes. Resistir à barbárie que se aproxima. São Paulo: Cosac & Naify, 2015.
*Para Hannah y Lucas, y muchos compañeros de “camino” con quienes transitamos por esta tierra.
Notas
- Jefe Raoni: «Los blancos vieron lo que pasó en las inundaciones en RS y ahora tienen que unirse a nosotros». Entrevista al Cacique Raoni para BBC.com “Parece que ahora ustedes [los «blancos» o no indígenas] entienden lo que está pasando. {https://www.bbc.com/portuguese/articles/cv22k28l24wo } ↩︎
- A los 17 años me uní a una organización ambientalista, Amigas de la Tierra – Brasil, afiliada a Amigos de la Tierra Internacional, pero fundada inicialmente en Rio Grande do Sul, todavía en los años 1970, bajo el nombre de Ação Democrática Feminista Gaúcha (ADFG). ↩︎
- Trabajo con mi amigo geográfico Paul Schweizer, en talleres de cartografía crítica. Ver texto Hydrocartography: mapping with waters {https://www.academia.edu/70459998/Hydrocartography_Mapping_with_Waters } ↩︎
- Película realizada entre 2020-2022 por Jorge Morinico, Epifanio Chamorro, Lucas Icó, João Maurício Farias y Hopi Chapman. Trailer disponible en: { https://youtu.be/AGBI6TDapug?si=fVEuuimrsnCplFs8} ↩︎
- La falta de mantenimiento del sistema hidráulico y bombas de agua fue denunciada por varios canales de prensa, como este“Cidade Baixa y Menino Deus se inundaron porque hubo que apagar la sala de bombas, dice Melo” {https://sul21.com.br/noticias/geral/2024/05/cidade-baixa-e-menino-deus-alagam-porque-casa-de-bombas-precisou-ser-desligada-diz-melo/} ↩︎
- “O rio só quer passar: tragédia climática no Rio Grande do Sul” [El río sólo quiere pasar: tragedia climática en Rio Grande do Sul]. Documental hecho por Brasil de Fato {https://youtu.be/rTQPE5RUuAw?si=HwH2j5RI1mKTpppX} ↩︎
- Reaparece la suave distinción entre agua – yy, y tierra – y(v)y, en Mbyá guarani. ↩︎
- Esta “ciudad de los comunes” fue mi encuentro con el punto de acogida de personas sin hogar instalado por voluntarios bajo el Viaducto José Eduardo Utzig, una de las zonas de rescate de la Zona Norte de Porto Alegre. Una carta escrita por la organización se puede encontrar aquí {https://heyzine.com/flip-book/9ede4cec58.html } un documento histórico y político de este momento. ↩︎
- Los Comedores Solidarios del MTST han crecido mucho, también en el interior del estado, combinando alimentación y organización popular como derechos innegociables. ↩︎
0 comentarios