Compost de archivos

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A partir de su relación íntima con los archivos y dando cuenta de contradicciones subyacentes en los modos de conservación y usos, el historiador Philippe Artières nos lleva a pensar nuestra propia relación con ellos. Un paralelismo entre la vida finita de nuestros cuerpos y pertenencias y sus posibilidades de ser parte de un ciclo vital de regeneración y nutrientes. Entre deshechos y portadores de vidas, los archivos, cargan potencialmente con la capacidad de transformación y creación de nuevas relaciones cuando alejados de categorías y clasificación pueden contaminarse, contaminarnos.

Los archivos son como basura, esto incomoda y desde hace ya tiempo.

Si observamos de cerca nuestra relación a lo largo de la historia contemporánea con estos dos objetos, los archivos y la basura, que tienen el punto común de ser rechazados, esta relación no ha estado exenta de similitudes en muchos aspectos. No hay más que ver cómo nosotros, al menos en nuestras culturas occidentales, hemos adquirido el hábito de enterrar nuestros restos. Por supuesto, a nuestros muertos santificando el agujero con una tumba pero también a todo lo que sobrevive a nuestras actividades cotidianas, todo lo que queda en nuestras manos y que no podemos esconder bajo la alfombra, lo enterramos muy profundamente. Ahí están sin flores ni coronas. Preferimos hacerlo discretamente. Por eso seguimos enterrando residuos radioactivos de nuestras centrales nucleares, productos tóxicos y todo lo que se interpone en nuestro camino. Ahora, en Francia, está prohibido quemar el contenido de nuestros cubos de basura, por lo que a menudo, como los asesinos en serie, algunas personas toman su pala y cavan para que la tierra se trague los papeles grasientos y otras cosas.

No es diferente con los archivos. Hemos cogido la costumbre de enterrarlos como nos gusta decir. No los arrojamos al fondo de un agujero, este agujero está ciertamente bien vigilado y los archiveros están allí para garantizar que ningún insecto se alimente de él y que ningún hongo se desarrolle allí: nuestros archivos son las tumbas de nuestros recuerdos.

Sucede que de vez en cuando una persona quiere consultar uno de los expedientes encerrados en una caja, almacenados en el almacén 2 del nivel -1, pero seamos sinceros, las salas de consulta de los centros de archivos están cada vez más vacías; cada vez menos desenterramos nuestros papeles viejos. Y si pensamos en la cantidad de kilómetros lineales de archivos públicos y privados que guardamos, y el coste de esta operación, hay una proporción considerable de archivos que clasificamos y guardamos para que nunca retornen del sótano.

Pensemos en nuestros archivos personales: cartas recibidas, sobres llenos de fotografías amarillentas, papeles diversos (contratos y otras facturas) forman capas que guardamos primero en casa y luego, la mayoría de las veces, terminan en el sótano, un poco por encima de la tierra, pero ya un poco por debajo del nivel de la vida. Nuestras bodegas se vuelven así, gracias a la humedad que allí reina, pudrideros de nuestra memoria individual y colectiva. Debemos reconocerlo – no es nuestra primera confidencia –, aquello que metemos en el sótano como en un agujero, rápidamente lo olvidamos, no lo volvemos a tocar, excepto en el momento de una mudanza, pero más tarde o más temprano, todo irá al contenedor de basura. Este paso por el fondo nos autorizará a tirarles.

Pero en lo que respecta a nosotros, estamos en la etapa del agujero. ¿Cómo salir?

Hemos encontrado la solución en lo que respecta al desperdicio de alimentos. No cerramos el agujero: hacemos compost. Seleccionamos cuidadosamente nuestros residuos; lo que no puede ir allí, lo quemamos para producir energía o lo reciclamos: vidrio, textiles, papel, cartón, etc.

En el compost sólo guardamos lo mejor, que puede constituir un buen fertilizante.

Propongo aplicar el método del compost a los archivos. Un abono de archivo. Cuando lo pensamos, parece obvio: para estar vivos, los archivos necesitan transformarse y ¿qué mejor manera de hacerlo que otros archivos de la misma naturaleza pero provenientes de otros productores? La proposición puede parecer extraña tal como está formulada aquí. Intentemos ser más explícitos porque en ningún caso se trata de quedarnos en la metáfora. La idea es colocar archivos de diversas fuentes en la misma caja, un poco como Andy Warhol imaginó sus cápsulas del tiempo. Pero considerando los archivos como material orgánico.

Consideremos, por ejemplo, que esas vidas embargadas en todos estos informes policiales, todos esos informes de individuos peligrosos, aquellos informes de descensos a las profundidades, son una materia viva que se nutre, se enriquece, se entremezcla. Y que es, a partir de esta puesta en común – como cuando hablamos de una fosa común – que algo nuevo puede nacer. No se trata de imitar a los historiadores y formar nuevas series que de repente nos permitan comprender mejor tal o cual acontecimiento. Creemos en el rizoma de los archivos, en esta forma que surge de repente del entrelazamiento de los haces. No se trata tampoco de un futuro artístico de los archivos. No pretendemos hacer de este abono, a la manera de Michel Blazy, una obra de arte. Creemos en los archivos y su fuerza colectiva.

Pensemos en los archivos minoritarios que a unos les gusta guardar en una vitrina y a otros acariciar. ¡Dejémoslos en paz! Permitámosles construir relaciones entre ellos que ni tú ni yo imaginamos. ¿No dijo el poeta que “nada es verdad, todo está vivo”?

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