Jorge Morinico y Cacique Timóteo caminan en la Ponta do Arado, retomada mbyá guaraní, Río Guayba, Porto Alegre, Brasil. Still de la película Guatá, 2022.

Alianzas contra el abandono, revueltas de los desechos. Editorial

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Nuestras condiciones de existencia, determinadas por el actual ciclo del capitalismo están llegando al paroxismo de su desconexión con la vida. Estamos en tiempos de catástrofes, pero también, de reinvenciones desde abajo. El capitalismo, constitutivamente inestable, se alimenta de la crisis, que es la condición de posibilidad de su revitalización. Las crisis como modo de acumulación del capital, nos permiten comprender las formas que va adoptando el devenir histórico y tecnológico, pero también, las alteraciones climáticas y los cambios en el metabolismo de la tierra. En este número de Des-bordes, nos aproximamos fragmentariamente a comprender las actuales formas de acumulación capitalista desde su contracara, desde lo que supuestamente sobra, lo que se descarta, se elimina o se abandona: queremos mirar los desechos, poner atención a lo que se considera como basura, porque pensamos que ahí hay una contraseña para la continuidad de la vida, que podemos recobrar. 

Los ideales de progreso y consumo han viajado en el tiempo como una encandilante promesa de infinitas posibilidades, fingiendo que pueden hacer desaparecer los residuos que dejan tras sus pasos. A partir de la Revolución Industrial, pero incluso más atrás, desde los procesos de colonización que sentaron las bases del capitalismo, consumo y progreso han intentado forjar nuestras singularidades humanas y no-humanas, consolidando una suerte de fijación aséptica de “eterno presente”. Un presente continuo donde la transformación de la materia no es concebida como parte de nuestras condiciones vitales. El progreso y el consumo alimentan la matriz patriarcal, racista y extractivista, constituida sobre la idea de recursos infinitos; ocultan los restos, niegan saberes que persisten en lo envejecido, lo obsoleto, a la vez que se basan en una producción incesante de desechos. Hoy, estas estrategias de negación y ocultamiento salen a la superficie y ya no pueden ser escondidas, se exponen incluso de manera hipervisible, como sucede por ejemplo, con la basura en el mar o en el desierto, con las zonas de sacrificio o el descubrimiento de fosas comunes y la cobertura hipermediática de su hallazgo. Sabemos que el desarrollo capitalista necesita de una lógica del descarte, que alcanza a la producción material, pero también a ciertas poblaciones marcadas como prescindibles. Frente a estos intentos tanto de ocultar como de sobreiluminar mediáticamente cuerpos sobrantes, territorios envenenados, restos no metabolizados, intentamos atravesar esas formas de silenciar, de ver y no ver, abriendo preguntas sobre nuestras maneras de responder y formar alianzas frente al abandono.

De manera muy concreta, en lo que respecta a la basura, frente a los 2.120 millones de toneladas de desechos producidas anualmente en el planeta tierra, ni la gestión estatal ni la llamada a la responsabilidad individual del reciclaje –convertida en estética del capitalismo en ciertos contextos de “bienestar”– alcanzan para pensar los desechos de una forma que pueda estar en una conexión ecosistémica con la vida del planeta. Así que nos pareció importante pensar como nociones operativas, las de “políticas de la basura”–que nos permiten discernir, trazar conexiones y comprender los modos de dominación que se entretejen entre tanta arbitrariedad, extractivismo y abandono– y  “revueltas de los desechos” –como una forma de marcar el tiempo del retorno y la posibilidad de regeneración de lo que descartamos–. Las políticas de la basura operan a un nivel multiescalar y nos piden pensarlas desde nuestros espacios más cotidianos hasta su dimensión geopolítica, en la que hoy se pone en juego que los países del sur se conviertan en vertederos del norte global. Así sucede con las montañas de ropa sintética desplazadas desde Europa, que se acumulan en las arenas del desierto de Atacama, degradándose en el mismo suelo donde yacen también los restos de detenidos desaparecidos y de comunidades indígenas.

¿Qué ‘desechos’ son tolerables y qué ‘desechos’ producen daño? ¿Cómo se convive con lo descartable, lo sucio, lo que daña, lo contaminante?¿Para quiénes son desechos, para quiénes, recursos y para quiénes mercancías?¿Cuál es la temporalidad de la basura y de sus ciclos de descomposición y de sus re-vueltas? Detenernos en los procesos de descarte y eliminación que definen la vida en el planeta, nos permite hacer una primera distinción entre residuo y basura: mientras que los residuos pueden ser entendidos como el resultado de los procesos de eliminación que forman parte de la relación metabólica entre sociedad-naturaleza, la materia que no es reingresada en ese circuito transita de residuo a basura o desecho.

La basura suele ser presentada como ejemplo concreto de los aportes humanos a la crisis eco-sistémica que estamos viviendo. Sin embargo, proponemos abordarla desde una perspectiva poliédrica, transversal y contra-colonial. Nuestros desechos viajan semántica y materialmente hacia la tierra; en formas de decir cotidianas que nos recuerdan el acoplamiento entre la basura, la tierra y nuestra piel—mugre, barro, piñén— pero también, ese compost que nuestros propios cuerpos abonarán. Retomando el legado de la resignificación de la injuria queer y las formas de reparación indígena, es posible abordar los ensamblajes y des-ensamblajes en que la basura y los desechos dan lugar a otras composiciones materiales de vida. En este sentido retomamos los reclamos no hegemónicos que han valorado la basura, lo supuestamente burdo o descartable, como lugar potente de producción de pensamiento y acción, como base para ritos de regeneración temporal y comunitaria.

Pensar la basura implica repensar un tipo de relación con el tiempo, el compost terrestre, las capas de tiempo que constituyen el suelo en el que sobre-vivimos y que guarda trazos de las vidas pasadas; capas de tiempo que se contraponen al presente continuo capitalista, poniendo en evidencia colonialismos y extractivismos aún persistentes. La relación entre los suelos y la descomposición de la materia, implica atender, como sugiere Villalobos-Ruminott[1], un circuito productivo energético que se mueve desde el cadáver a la fosilización, marcando las continuidades entre la mina y la fosa, como parte de las dinámicas de los suelos. Fosa común y fósil reaparecen exponiendo estratos de tiempos, de modos de vida, de aquello que se pretende silenciar.

Según la cosmogonía en que nos situemos, eso que es llamado basura en un lado, en otro puede estar intrínsecamente ligado a las concepciones de ser y comunidad. Solemos pensar que podemos controlar nuestros desechos, pero suele suceder lo contrario, somos determinades por ellos. Algo similar pasa con los procesos de pasaje que atraviesan la vida de quienes habitamos el planeta, los ciclos y duelos en que la vida se renueva. La violencia colonial está ocurriendo en cada intento por eliminar poblaciones, en las desapariciones forzadas, el ocultamiento de cuerpos en fosas comunes, desplazamientos y mutilaciones o exterminios masivos. Pero también, está ocurriendo cuando se priva a las comunidades de su derecho a realizar rituales mortuorios y de duelo que en distintas culturas, etnias y religiones se conciben como una vía para la reintegración en el ciclo vital. El exterminio, como la negación o interrupción de esa reintegración, son dos caras del mismo daño.

Otro aspecto de este programa colonial se vuelve evidente en formas de patrimonialización y preservación de la cultura material producidas por la modernidad eurocentrada y sostenidas hasta la actualidad. Hemos visto cómo museos e instituciones preservan objetos robados de poblaciones colonizadas, objetos luctuosos saqueados, extraídos de ese mismo circuito productivo de los suelos. Los museos decimonónicos funcionan, entre muchas otras cosas, como máquinas metabolizadoras de ruinas y tumbas. Esa es una de las formas en que, históricamente, han extraído valor. Y por eso mismo están también, tensamente atravesados por la relación entre los residuos y los desechos, la fetichización y la reparación. Esos objetos hoy reclaman ser regresados, devueltos a formas de uso y relación que interrumpan la forma en que han sido vaciados y abandonados a su sola condición de “pieza de exhibición”.

Tal vez, nuestra relación con la basura y lo descartado, solo se vuelva pensable si podemos incorporarla al metabolismo de los procesos vitales, territoriales e históricos en los que estamos insertes, tal como sucede en la experiencia de algunos sitios de memoria o museos comunitarios o en aquellos procesos institucionales en que las propias comunidades involucradas toman la voz. Porque la basura, los desechos y los restos, nos muestran tal vez, de la manera más nítida, la ineludible interdependencia entre sociedad y naturaleza, entre comunidad y territorio. Los desechos, lo descartado, nos reclama pensar un presente en el que cada vez más personas son expulsadas de sus territorios y son expuestas a devenir desechables. Si palabras como basura y desecho, tan cargadas de un sentido negativo, aparecen ligadas a ciertos cuerpos en imágenes de desplazamientos forzados, de poblaciones descartables y de destrucciones o aniquilamientos de pueblos y comunidades, nos parece urgente interrogar esos significantes.

Las contribuciones que conforman este número abordan estos dilemas desde diferentes regiones del planeta y diversos registros textuales, visuales, sonoros, teóricos, experienciales. Así, las colaboraciones de María Fernanda Solíz Torres,  Cristina T. Ribas, Colectivo ATI, Basak Tuna,  Matteo Locci, Philippe Artières, Graciela Carnevale, Mãe Celina de Xangô, Jorge Vasconcellos, Alejandro Meitin, Elena Lucca, Claudio Alvarado Lincopi, Felipe Armstrong Bruzzone, Daniela Pizarro Torres, Florencia Cabeza, val flores, Matthijs de Bruijne, Colectivo Expediciones a Puerto Piojo, Cristiano Sant´Anna, Paulo Renato Reis da Silva, Paulina Varas, Pablo Abufom, María Luisa Peralta, Javier del Olmo, Dina Kiwan, Maha Shuayb, Shireen, Suzan Mitwalli, Jasbir Puar, Shatha Abu Srour, Itab Shuayb conforman un cuerpo múltiple compuesto por diversos lugares de enunciación. Todos los textos están disponibles en castellano y aquellos que fueron escritos en otra lengua, se incluyen también en el idioma original (portugués, francés, inglés). Las entradillas a cada propuesta han sido elaboradas por la Colectiva Editora Des-bordes a excepción de algunas de las contribuciones artísticas y audiovisuales donde aparecen las voces de las propias autoras. 

Con esta edición de Des-bordes abrimos también el espacio P/E – Pruebas de Estados, que a partir del cruce entre la práctica de estudio y la práctica del grabado, busca encontrar formas de mantenernos en contacto con la ocupación y el genocidio que tiene lugar en Palestina, así como poder rastrear sus conexiones con las luchas anticoloniales que se están dando en distintas regiones del mundo. 

Cada colaboración alimentó y transformó la reflexión inicial aportando nuevas preguntas, desafiando los puntos de partida y generando alianzas inesperadas.

[1] Sergio Villalobos-Ruminott, “Las edades del cadáver: dictadura, guerra, desaparición (postulados para una geología general)”, en Historiografía de la violencia. Historia, nihilismo, destrucción, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ediciones La Cebra, 2016.

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