La vida continúa, Cristina Piffer - Hugo Vidal, Buenos Aires, diciembre 2020

Palabras para Julia
La vida continua..la vida continùa, una cuestiòn de acentos

por ,

Tú no puedes volver atrás/ porque la vida ya te empuja/ como un aullido interminable 

Te sentirás acorralada/ Te sentirás perdida y sola/ Tal vez querrás no haber nacido.

Pero tú siempre acuérdate/ de lo que un día yo escribí/ pensando en ti,

como ahora pienso.

La vida es bella y ya verás/ como a pesar de los pesares/ tendrás amigos, tendrás amor.

Un hombre solo, una mujer/ así tomados, de uno en uno/ son como polvo, no son nada.

Entonces siempre acuérdate/ de lo que un día yo escribí/ pensando en ti

como ahora pienso.

Otros esperan que resistas/ que les ayude tu alegría/ que les ayude tu canción, entre sus canciones 

Nunca te entregues, ni te apartes/ junto al camino nunca digas/ no puedo más y aquí me quedo

Entonces siempre acuérdate/ de lo que un día yo escribí pensando en ti

como ahora pienso.

(José Agustín Goytisolo y Paco Ibáñez)

No puedes volver atrás porque allí no queda nada. Apenas un desierto y una ráfaga de cenizas. Lo sólido acabó por desvanecerse en el aire. La vida nos empuja, sin embargo, entrelazando las manos de polvo y piel. Hemos descubierto la intimidad que nace del desastre. Ignoramos las horas más allá del recodo en el camino. Nos llaman otras voces. Y la comunidad se construye con trapos y cuerpos sucios y semidesnudos. El erotismo sabe a tierra y esencias de ágave. Unos y otras nos encontramos en la pérdida del destino, y la esperanza surge entre el adobe y la paja como un ancla del presente. Abandonamos la soledad ansiosa por otra que abraza las ruinas y se siente cerca de todo y de todas. 

Aún recuerdo cuando naciste. También cuando me dijiste que preferirías no haberlo hecho. Los dos momentos se entremezclan en mi memoria como si fueran uno solo. En el primero, el temor resonaba en mi cerebro. En el segundo, eras tú quien acariciaba sus sienes auscultando el cosmos. No tengas miedo, te dije. Simplemente hemos dejado de existir. Ahora acaso podamos vivir. Y la radiación de fondo nos pareció una promesa de algo no necesariamente mejor, pero sí más calmado. Descubriste entonces los manuales de agroecología catastrófica que había recopilado durante la última fase del Período especial, cuando bajo los coches defenestrados la gente depositaba semillas de utopía. En uno de ellos permanecía dibujada, ya ausente, la silueta de una amapola. El exhausto recuerdo de su olor consiguió arrancarte una sonrisa. Y saliste a la calle como si aún fuera posible encontrar árboles misteriosos. Y pudimos volver a disfrutar de la mañana tintineante. 

Supiste entonces de mis compromisos dispersos e inconstantes, de mis dudas, de cómo te abracé cuando creímos que el cielo era una lápida. Esos muebles de IKEA que monté para la casa nueva subsisten como cifras cúbicas de una cultura remota. Y han pasado tan solo treinta años. La canción de arena que tarareabas en las tardes sujeta al mástil de la tienda cuya lona agitaba el viento, me hace recordar el tiempo que viví antes de haber nacido. La época en que los occidentales aún no sabíamos que el colapso se extendía bajo nuestros pies como una densa marea de asfalto; el tiempo en que aún nos hacíamos (en que aún teníamos) ilusiones (en lugar de esas certezas menores que hoy construimos como un puzle de infancias prorrogadas).

Luego vinieron el marxismo, el feminismo y la ecología. Y viniste tú, sin que pudiera, por esas cosas de la educación masculina, hacerme a la idea. Alteraste el pulso de los días, la consistencia de las horas. Antes, durante el embarazo, me había dedicado a leer intensamente relatos sobre maternidad. El feminismo de la igualdad, con sus demandas de equidad salarial y realización personal, me parecía una reivindicación tan justa como desfasada; apenas una carcasa para mujeres blancas progresistas de clase media. ¿Por qué tanto énfasis en romper el techo de cristal cuando este se estaba resquebrajando y la segregación horizontal de los trabajos femeninos, con la racialización de los cuidados, resultaba cada vez más escandalosa? Te limpié los ojos, te cambié los pañales y besé tus mejillas. Yo, que desconfiaba tanto de la mística de la xaternidad, hube de reconocer en la crianza una mutación subjetiva, un aprendizaje que iba más allá del placer o el displacer. Tu cuerpo pasó a ser para mí el punto de intersección entre el deber y la carne, una forma mórbida de comprometerme de nuevo con la realidad. 

Pasaron los años sin borrar los surcos de heridas recientes y pasadas (los años son, en efecto, lo único que transcurre, la única superficie lisa y sin deseo). Lo que habíamos predicho sobre la evolución de la crisis energética se cumplió con un margen de error reducido. Yo te acompañé a la escuela. Tú creciste y te enamoraste. Por el camino, muertes de seres próximos y no tanto, pero igualmente queridos. Los días del Mundo -así, con mayúscula- globalizado quedan ya lejos. Hoy tan solo perseveran nuestras vidas (las de otros seres animados y la inercia de las piedras, también), con su rudimentaria mezcla de fluidos, caricias y palabras. En el radicalismo de esa aceptación, en la capacidad que demostramos para llevarla hasta sus últimas consecuencias, reside lo más frágil y hermoso que compartimos. Es importante que lo tengas presente, ahora que de nuevo hemos cobrado conciencia de la extensión y la finitud; ahora que cumples treinta años y tu mirada suave es miel de ámbar, casi luz.

He releído estos días Noticias de ninguna parte, de William Morris. Sabes que nunca me agradó su misoginia más o menos encubierta, así como la nostalgia por un período -el gótico- que idealizaba. Por lo demás, siempre me fascinó su valentía para reintegrar la creatividad en el continuo de la vida, el cariño apasionado con el que contempló el trabajo en cada objeto cultural, como si la superficie de las cosas fuera un registro fósil del amor encadenado entre las generaciones pasadas y futuras. Lo que más me encandila del libro es, sin embargo, la narración de cómo transcurrió la revolución que condujo a la Inglaterra victoriana a alumbrar un socialismo comunitario y libertario. Su descripción de los avances y retrocesos en el proceso emancipatorio, de las contradicciones y fricciones que afloraron en él, expresaba un posicionamiento ante la historia en el que la utopía y la estrategia se encontraban hermanadas. 

En la época en que naciste, habíamos perdido esa pulsión histórica. Parecía entonces que imaginar la dimensión estratégica del cambio social implicaba revivir viejos sistemas totalitarios de pensamiento y acción. Entregados al reduccionismo de lo inmediato y lo corporal, nos encontrábamos sumamente expuestos a los designios del despotismo político. Fue necesario alcanzar un punto límite para reaccionar. Era ya demasiado tarde, pero siempre lo es. De haber actuado de otra forma, tal vez podríamos habernos ahorrado algo de sufrimiento. O quizás lo hubiéramos aumentado, eso nunca lo sabremos. En todo caso, somos sobrevivientes privilegiados. Nuestra reciente y modesta dicha está construida sobre sangre y cadáveres. Otro día te contaré más detalladamente como sucedió todo en tus primeros años, de qué manera creciste durante la sucesión de crisis globales que se iniciaron en el año 2020, cómo alcanzamos a construir una vida en común que apenas una década atrás hubiera parecido imposible. Al fin y al cabo, para mí eso es mucho más fácil que para Morris, pues solo he de escarbar entre mis recuerdos para contarte aquello que ya ha sucedido. 

Disfruta de la suerte que te ha concedido esa ingenuidad tuya, heredada de tu madre. Hay algo en tu mirada que siempre me recuerda a ella. Como un hálito eterno y libre que solo he conocido a través de vosotras. 

PD: he perdido los dibujos que hiciste para tu tercer cumpleaños. Recuerdo que me pintabas con una mascarilla COVID-19. ¡Nunca imaginamos que aquello se fuera a prolongar tanto! Menos mal que tus abuelos no te regalaron la dichosa escafandra 5G. La crisis energética y de minerales nos hizo asumir una filosofía de la renuncia que sin duda ha reactivado la potencia sensible de nuestros cuerpos. Hoy contemplamos la tecnología móvil de los primeros dos mil como artefactos similares a los cinturones de castidad medievales. Has de reconocer que en eso llevaba razón.

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