Querida amiga y camarada,
te escribo esta carta desde una cama de hospital en Ljubljana. Es el día 30 de agosto y acabo de atravesar una cirugía ginecológica compleja. Confieso que fue dolorosa y que ni siquiera estoy tratando de ser valiente. Tengo una sonda intravenosa en mi mano y todavía estoy un poco perdida debido a los efectos de la anestesia y de los medicamentos que me están administrando. Me comentabas sobre escribir acerca de la «normalidad». Sin embargo, de la única normalidad que puedo escribir ahora, es de la relacionada con el cuerpo, un cuerpo atravesado por el dolor, tan vulnerable que no puede cuidarse a sí mismo y depende de los cuidados de los médicos, las enfermeras y otras personas para hacerlo. La enfermedad y el agotamiento corporal son parte de la normalidad, por decirlo de algún modo, aquí en la sala del hospital.
El hospital en el que me estoy tratando es un complejo enorme y, durante los tiempos de la Yugoslavia socialista, fue el mayor centro de salud del país. La habitación del segundo piso que comparto con otras dos mujeres está pintada de un color verde tan brillante (lo imagino como el color de algún veneno) que nuestros rostros parecen salidos de una película de terror. Pero eso no es lo importante ahora. Lo que sí es importante es que estamos recibiendo todos los cuidados médicos sin poner en riesgo nuestra economía personal, esto es porque nuestro sistema de salud continúa con el modelo de los «viejos» principios socialistas en el que los servicios de salud son universales para todos los ciudadanos, sin importar su clase social. No es un sistema perfecto, de hecho, está financiado por todos nosotros, los contribuyentes, a través del sistema de salud universal obligatorio. Sumado a esto, su mecanismo estructural se ha politizado muchísimo y fue criticado con dureza luego de que políticos de derecha propusieran ideas tales como «ingresar al libre-mercado» o en otras palabras «privatizar el sistema de salud».
Pero, tal como nos vino a recordar una vez más la reciente pandemia de la COVID-19, uno de los más grandes pilares de la sociedad de cada país en el mundo es precisamente un sistema de salud bien organizado. También sirvió para comprender que el sistema de salud es demasiado importante como para que se regule a través del mercado, y que el acceso gratuito a la salud, las licencias médicas pagas y las redes de seguridad social son indispensables para el beneficio de todos. Una de las cuestiones que (re)aprendimos durante los últimos meses es que el sector público debe mantenerse fuerte y que la asistencia médica debe estar financiada y disponible para todos, entendiendo el cuidado de la salud como un bien común.
Sin embargo, en sentido contrario a este aprendizaje, el gobierno de derecha de Eslovenia planea invertir 780 millones de euros en equipamiento militar durante los próximos años. ¿Tanques u hospitales?, en cualquier sociedad «normal» no debería existir esa pregunta.
Antes de ingresar al hospital leí un libro de Anne Boyer llamado Los Inmortales. Ella escribe sobre su enfermedad (cáncer de mama) y no solo sobre la experiencia de estar enferma en los tiempos modernos de Estados Unidos (dónde existe uno de los sistemas de salud más disfuncionales del mundo, en el cual básicamente debes acudir a un préstamo para operarte o morir si no tienes los recursos o el seguro médico adecuado), sino que también escribe sobre lo que significa la enfermedad como tal. Recuerdo con mucha claridad un fragmento del libro «(…) la enfermedad vivifica la magnitud de todas las partes y sistemas del cuerpo humano (…)» y tenía razón, en este momento mi cuerpo se lleva toda mi atención: tres orificios y un corte bastante grande en la parte baja de mi abdomen. Boyer también sostiene que «cada persona con su cuerpo es una historia secreta». En un hospital esas historias no significan algo del pasado (ya que el pasado es el tiempo en el que se estuvo fuera del hospital), sino que forman parte del presente. Entonces, la historia es la acumulación de momentos hasta que el cuerpo se siente mejor y retoma su funcionamiento «normal». Hasta entonces, es solo tiempo… y el tiempo en un hospital no transcurre al ritmo regular de los días ni de los cuerpos, tiene su propia lógica hospitalaria, una muy estructurada, dictada por el régimen estricto de atención, tratamiento y monitoreo del cuerpo. No existen muchos acontecimientos de índole vertical cuando se pasa la mayor parte del tiempo en posición horizontal, una gran parte de éste, esperando (¿a qué o a quién?), dormitando o pensando. Por ejemplo, intenté hacer la comparación de los espacios del hospital con los espacios de un museo. ¿Seríamos nosotros, los pacientes, las obras de arte, y los médicos y enfermeras, los curadores de estas apreciadas piezas? Recordemos que la palabra «cura» viene del latín y significa cuidado, el que cuida a otros.
Pienso mucho también en mi experiencia aquí, en qué es lo que me ha afectado más durante mi estadía. Sin dudas, lo más potente es la experiencia corporal, la carne y su vulnerabilidad, sus heridas, cuerpos unidos en una especie de «democracia cruel de las apariencias», todos iguales, viejos y jóvenes, que se convierten en un cuerpo de la medicina (te sientes separado de tu cuerpo, como si no te perteneciera más). En el hospital nuestros cuerpos se convierten en campos de batalla y en nuestros territorios políticos al mismo tiempo.
Por supuesto también está el trabajo del cuidado del cuerpo: la labor de las enfermeras, técnicas que se enfocan en los cuerpos de otros y que los convierten en la materia prima de su trabajo. Todas esas personas desarrollan tareas de cuidado. Son fundamentales en el proceso de sanar, de convertir un cuerpo hospitalizado en un cuerpo que funcione por su cuenta otra vez. La capacidad de cuidado de un cuerpo no es algo que debe darse por sentado; existe una crisis en la atención sanitaria a nivel mundial, la pandemia de la COVID-19 está pasando factura, no hay personal suficiente para llevar a cabo estas tareas de cuidado (y el que hay está mal remunerado y sobrecargado de trabajo), y así, la lista continúa. Pero existe una preocupación especial sobre la existencia de cada vez más y más poblaciones que son excluidas de estos cuidados. Las políticas relacionadas al cuidado de los cuerpos deben estar basadas en principios de solidaridad; todos los cuerpos son iguales y todos los cuerpos merecen la misma atención sanitaria. Esto se puede alcanzar únicamente con un sistema de salud público de acceso universal para todos. Por lo tanto, se necesitan más inversiones para el acceso a la atención médica (¡menos militares, más cuidados!), no solamente en infraestructura sino también en sus trabajadores. Porque sin un sistema de salud adecuado estamos destinados a fracasar, a fracasar como civilización, como sociedad y como seres humanos. Eso es probablemente lo más importante que estoy aprendiendo durante mi permanencia en el hospital.
Bojana Piskur
Our bodies, battlefields, political territories … / Tanks or hospitals
I am writing this letter to you, my friend, my comrade, from a hospital bed in Ljubljana. It is the 30th of August, I just had a major gyneco operation. It is painful, I admit, I am not even trying to be brave. I have an IV port inserted in my hand and I am still confused from the anaesthesia and all the medicines (drugs) I am receiving. You mentioned to write about the “normality”. However the only normality I can write about at the moment is in relation to the body; the body in pain, a body so vulnerable that it can not take care of itself so the nurses, doctors and other people have to do this. Sick and exhausted body is a normality, so to say, at least for us here at the hospital ward.
The hospital where I am staying is an enormous complex and was, during the time of socialist Yugoslavia the major health center in the country. The room on the second floor which I share with two other women is painted in such a bright green color (I imagine it to be the color of poison) that our faces actually look like some characters from a horror film. But that, of course is not important now. What is important is that we are receiving all the medical care without claiming personal bankrupcy at the same time, that is, our health system is still based on the “old” socialist principles where health services were provided for all the citizens (workers) regardless of their social and economic status. It is not a perfect system, it is actually financed by all of us, the taxpayers via the universal compulsory health insurance system. In addition it’s structural mechanisms have been heavily politicized and criticized especially after the right wing politicians put forward ideas such as “entering the free-market” which is just another way to say “privatization of health care”.
But as the recent COVID-19 pandemics has (again) reminded us, one of the major pillars of every society, of every country in the world is precisely a well organized system of health care. Then it was also the realization that health system is too important to be ruled by the market and that free medical care, paid medical leave and social safety nets are indispensable for the welfare of all. One of the things that we (re)learned in the past months was that public sector should remain strong and that health care must be publicaly funded and available to all (health care as a common good).
However, contrary to this knowledge, Slovenia’s right wing government is planning on investing 780 million euros in military equipment in the next few years. Tanks or hospitals – in any “normal” society that should not be the question at all.
Just before coming to the hospital I read a book The Undying by Anne Boyer. She writes about her illness (breast cancer) but not only about the experience of being sick in a modern time US (with one of the most dysfunctional health care systems in the world where you have to bascially loan money for your operation or die if you do not have the resources or proper insurance) but also about the meaning of illness as such. I remember quite vividly one of the sentences in her book…illness vivifies the magnitude of the body’s parts and systems….she was right, my body at the moment is in the center of my attention: three holes and one bigger cut from the operation in my lower abdomen. Every person with a body is a secret historian, Boyers also says. In a hospital these histories are actually not meant to be something of the past (because the past here is the time outside the hospital) but of this very moment. So history is the accumulation of moments until the body gets better and switches to its “normal” regime of operating again. Until then it is just time…and the time in a hospital does not go according to the regular daily and bodily rhythms but has its own hospital logic, a very structured one, dictated by the strict regime of handling, treating and monitoring a body. Not much happens on the vertical level as you spend most of time horizontally, mainly waiting (for what? for whom?), dozing off or thinking. For example, I have been trying to compare the space of the hospital and the space of the museum. Are we, the patients something like the artworks in the museums and the doctors and nurses carefully curate (the word curate comes from latin word cura and means to take care) us like some precious art pieces?
I am also thinking a lot about my experiences here, what has affected me the most during my stay. The most powerful, without doubt, is the experience of the body, its flesh and vulnerability, its wounds; bodies joined in some sort of “cruel democrary of appearance”, all the same, old and young, turning into a medicine body (you are kind of detached from your body as it is not your own anymore). In a hospital, our bodies become our battlefields and our politics at the same time.
And then of course is the body care work: the work of nurses, technicians that focuses on the bodies of others and where bodies are the object of workers’s labour. All those people perform the work of care. They are inevitably needed in the healing process, in turning a medicine body back into a functioning one. Body care work is not something given; there is a (health) care crisis happening everywhere in the world now; the COVID pandemics taking its tool, with not enough personel (which is most often underpaid and overworked) to perform the care tasks, and so on. But what is especially worrying is that more and more marginalized and vulnerable populations are being excluded from that care. Body politics should without any doubt be based on solidarity: all bodies are equal and all bodies deserve an equal health care. This can only be acchieved with health care being publicly founded and universaly accessible to all. Therefore more investments must be provided for health care (less military, more care!), not only investing in infrastructure, but also in health care workers. Because without proper health care we are most likely destined to fail; fail as a civilisation, as a society and as human beings. And that is probably the most important lesson that I am learning during my stay at the hospital.
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