Es posible que aquellos que cuentan que estuvieron realmente estuvieron. Es posible. No es que pretendamos negar los testimonios ni los preciados recuerdos atesorados durante años pero la historia se construye en presente. Aquellas voces, aquellas escenas, eran parte de lo posible, ecos de un tiempo que se transmite entre un condicional perfecto y un pretérito pluscuanperfecto. Un tiempo que, como en los tangos, habita un pasado potencial donde lo único seguro es que es mejor.
La incomodidad con lo posible es que se quede en posible. Sin embargo, si lo posible tiene la virtud de abrir perspectivas, todo posible no necesita, no debe actualizarse. Todos los posibles no nos pertenecen, no nos atañen; no todos nos convocan a la acción, ni deberían. Todos los posibles no; éste sí. Al menos así lo intuyó Expediciones a Puerto Piojo, incluso antes aún de conformarse como colectivo, junto con aquellos que siguieron y siguen remando en el río, de manera empecinada y sostenida, desafiando sin duda a lo posible.
Puerto Piojo existe y esta afirmación no es performativa. Ella no se constituye en acto a través de alguna función discursiva. Ella no es vehiculizada por el lenguaje como acción; aunque podría. Sin embargo, en este caso, no es en su afirmación que la existencia de Puerto Piojo se hace efectiva. Su existencia se construye, se efectúa, se confirma, a través de voces y acciones múltiples y colectivas – quizás, la única vía posible para el necesario paso al acto que distancia lo posible de su actualización en un aquí y ahora.
Puerto piojo existe. Y esto no es sólo una proclama sino la propia expresión de un ser que se conforma muy concretamente, material e inmaterialmente, a través de expediciones y expedicionarios, a través de una flora y una fauna insospechadas, de innumerables preguntas sobre el río, de toda la burocracia para los permisos que permiten llegar hasta allí, de fragmentos de objetos, de una ballena encallada que ha sido mirada, fotografiada, comentada; de cada mirada, cada imagen, cada comentario; de los calcos realizados; de las fotografías de antaño que se superponen a este paisaje entre apocalíptico y sublime… incluso de todo aquello que no ha sido escrutado pero que se intuye… la enumeración podría, sin dudas, extenderse exponencialmente.
Es que, de alguna manera, Expediciones a Puerto Piojo perece apostar a la enumeración, suerte de inventario sin restricciones ni institución, para asentar la existencia y proclamar esta afirmación no performativa del ser de Puerto Piojo. Puesto que, no se trata tanto de caracterizar Puerto Piojo como de hacerlo existir. No es tanto qué es Puerto Piojo como Puerto Piojo es. La enumeración emerge de una investigación en curso. Es la misma investigación, como suele suceder, que lleva la expedición allí adonde no se había imaginado. Es desde la investigación que Expediciones a Puerto Piojo construye su objeto, produce sus metodologías y sus formas de restitución: acciones, documentos, huellas, exposiciones, un museo (o quizá varios), un archivo (el Archivo Abierto y Colaborativo Puerto Piojo, AACPP), un canal de televisión en internet, otro(s) colectivo(s), nuevas-otras expediciones… Así como la enumeración que sustenta la afirmación de existencia de Puerto Piojo parece propagarse al infinito, así es que las metodologías y formas de restitución se multiplican también exponencialmente. Ciertamente cada una de las metodologías y restituciones tienen especificidades que podrían ser analizadas. Cada una tiene también su razón de ser. Sin embargo, todo intento de delimitar las fronteras entre cada una de estas formas-estrategias, tanto metodológicas como restitutivas, carecería de sentido. No son las fronteras de cada estrategia que nos interpelan sino los procesos de las mismas, los procedimientos, o, para ser más precisos, de los modos de proceder.
En esta tentativa por hacer existir, Expediciones a Puerto Piojo se confronta —y nos confronta— a un dilema intrínseco a su propio proceder y presente en el nombre del colectivo. La propia expedición. La expedición entendida como exploración geográfica, tiene una larga historia anclada en el imaginario colectivo y, en el caso de América latina, históricamente ligada a la noción, particularmente problemática, de “descubrimiento” y al proceso, absolutamente contestable, de “colonización”. Toda perspectiva colonizadora, asentada, además sobre la idea de descubrimiento excluye indefectiblemente todo posible y cualquier forma de actualización del mismo. ¿Es pensable generar posibles a través de expediciones o exploraciones? ¿Cómo explorar sin descubrir ni colonizar? Una de las respuestas que aparece subyacente en Expediciones a Puerto Piojo reside sin duda en la apuesta a la multiplicación de estrategias, estructuras e instituciones para generar formas de reposición y de reflexión que se convertirán a su vez en disparadores de nuevas pistas de investigación. Por un lado la multiplicación de formatos, recursos y estrategias llama a proponer narraciones múltiples que desarticulan todo ideal de una historia o una mirada única; por el otro, las nuevas pistas desplazan una y otra vez la reflexión y sobre todo, cualquier posible definición perenne de Puerto Piojo. Es particularmente llamativo que Expediciones a Puerto Piojo apele a las instituciones de la modernidad -como es el caso del museo- y que ellas sirvan aquí como herramientas. Es que, Expediciones a Puerto Piojo parece entender menos las instituciones que manipula como los lugares de una narración unívoca y reificada que como herramientas de restitución de la investigación en curso. Es en su multiplicación y en los múltiples desplazamientos que las metodologías y las restituciones no se estabilizan, no se cierran sobre ellas mismas. De manera a que, antes que a institucionalizar se arriesga a instituir.
Entre enumeración y multiplicación, entre institución e instituyente, Expediciones a Puerto Piojo niega finalmente toda tentativa de “descubrir” Puerto Piojo para favorecer la manifestación de su existencia, siempre en construcción y siempre en presente. ¡Puerto Piojo existe!
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