traducción Paula Cobo-Guevara
El Colectivo Psicoanálisis en la Plaza Roosevelt surgió en 20171, en el centro de São Paulo, Brasil, a partir del encuentro de psicoanalistas interesades en construir una clínica que trascendiera los muros del consultorio y se constituyera en un espacio público de la ciudad. En 2016, el país sufrió un golpe parlamentario que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, y había un clima de creciente autoritarismo, intensificado por el ascenso de discursos fascistas y reaccionarios. Algunos años después, la escalada autoritaria, sumada a la pandemia de Covid-19, generó un vacío político y distanció la práctica clínica del colectivo de su esfera territorial. El cambio al formato en línea, junto con el aumento de la demanda de atención, generó malestares e inquietudes, desafiando el deseo de mantener el colectivo vivo.
En 2023, fuimos invitados a participar en una iniciativa llamada Clínicas de Borda, que buscó registrar la experiencia de algunos colectivos que actúan en territorios desde el psicoanálisis. Como parte de esta colección, publicamos un fanzine2 con la editorial n-13, en el que compartimos un breve historial del colectivo, los desafíos y dilemas que involucran nuestro trabajo y, especialmente, un cuestionamiento central que surgió en 2021: la ausencia de implicaciones antirracistas en la práctica clínica.
Fue en ese momento que el colectivo se reconoció como predominantemente blanco. Este reconocimiento fue un tropiezo frente al espejo: un choque de narcisismo y blanquitud que antes estaba reprimido en nosotres. Aunque algunos miembros habían reflexionado sobre cuestiones raciales en la teoría y en la clínica, la falta de una racialización colectiva contribuyó a una sensación, aún mayor, de vaciamiento político.
En los encuentros de supervisión (espacio donde discutimos los casos clínicos y los procesos grupales) y de supervisión (cuando esa discusión se amplía con la mediación de una psicoanalista externa al grupo), comenzamos a percibir que, movidos por la culpa, intentábamos resolver nuestras cuestiones raciales buscando un integrante negro para sumarse al colectivo, en lugar de sostener la tensión interna que estas cuestiones provocaban.
Intentábamos una solución externa mientras, internamente, lidiábamos con divergencias radicales —y a veces inconciliables— sobre los posicionamientos éticos, clínicos y políticos del grupo. Solo al reconocer y elaborar estas cuestiones internamente, algo comenzó a transformarse en el colectivo.
Además, vivimos en el territorio la degradación de la plaza pública, reflejo del escenario sociopolítico de un aumento de la pobreza. Nuestra propuesta clínica siempre estuvo visceralmente ligada a un hacer político. Sin embargo, con los cambios sociales sumados a las reflexiones raciales, de género y clase en/del colectivo, nos enfrentamos a la necesidad de repensar y actualizar nuestro marco político.

Una suma significativa de preguntas aún nos atraviesa:
¿Qué está en juego cuando nos lanzamos a un trabajo no remunerado?, ¿Esta experimentación colectiva es un intercambio o un acto de resistencia?, ¿Desafiamos al capitalismo o, de algún modo, nos alineamos con él?, En definitiva, «¿qué diablos estamos haciendo aquí?», ¿Cuál es, realmente, nuestra tarea?
Más que buscar respuestas, nuestra tarea es la clínica en sí, pero también el ejercicio de la atención y del hacer colectivo, que nos permite cuestionar las problemáticas estructurales de nuestra sociedad —como las intersecciones de raza, género y clase— que nos atraviesan como sujetos y también en nuestra práctica clínica. Al desplazarnos a la plaza pública, percibimos que nuestro trabajo es, en realidad, un dispositivo de formación continua para lxs analistas del colectivo, que amplía el triángulo tradicional (análisis, supervisión, estudios teóricos).
Nuestra presencia en el territorio, como colectivo de trabajadores, incide en el vínculo transferencial y genera resistencias mutuas. Al fin y al cabo, trabajar con el deseo también puede leerse como un privilegio. La idea de que todo trabajo debe vincularse al dinero es solo una entre muchas formulaciones posibles sobre el concepto de «trabajo», que ha evolucionado a lo largo del tiempo —incluso antes del capitalismo como sistema de producción y explotación—. El trabajo no tiene por qué ser sinónimo de explotación humana; puede entenderse desde otra perspectiva. Nuestro trabajo en la plaza no se ancla en el intercambio monetario ni en la explotación; se sostiene desde el deseo de construir una clínica en el territorio urbano.
Atender sin la mediación del pago es un privilegio que muchxs de nosotrxs solo pudimos ejercer porque transitamos previamente por otros espacios clínicos e institucionales, lo que nos brindó cierta estabilidad económica. Pero:¿Cómo evitar que este privilegio se convierta en un criterio excluyente?, ¿Cómo sostener un colectivo diverso y, al mismo tiempo, este modo de trabajo sin reproducir las barreras típicas del neoliberalismo?
Cuando llegaron nuevos miembres —muches iniciando su práctica clínica o buscando pertenencia y formación— surgieron preguntas sobre las condiciones de entrada y permanencia. Estar en la plaza los sábados implica costos de tiempo y dinero (transporte, alimentación). ¿Cómo sostener el trabajo si un/e analista ocupa una posición socioeconómica menos privilegiada? ¿O si vive en la periferia y debe desplazarse al centro?
El colectivo no escapa a las contradicciones del capitalismo. Está inserto en este contexto, y desde ahí surgen los desafíos que debemos enfrentar. Pero creemos que el trabajo colectivo apunta a deconstruir la lógica individualista y neoliberal. Esto nos lleva a una pregunta crucial:
¿Cómo garantizar acceso y permanencia sin reproducir mecanismos político-económicos de exclusión?
La clínica suele ser un espacio solitario —reflejo de los efectos del capitalismo—. El modelo actual, explotador e individualista, precariza especialmente al profesional liberal aislade. Frente a esto, construir una colectividad horizontal, sostenida por el deseo y lazos de amistad, es una forma de resistencia. Aquí, el trabajo se referencia en una economía pulsional, no financiera.
Pertenecer a este colectivo produce efectos tanto en sus integrantes como en sus prácticas de escucha. Es decir, además de ofrecer formación dentro de los axiomas tradicionales (como otras prácticas), esta configuración amplía la formación del analista para incluir la implicación política del trabajo, en un movimiento de crítica y resistencia al sistema vigente. Por eso, es crucial crear espacios constantes de discusión sobre el trabajo, añadiendo a la formación tradicional la capacidad de entender y practicar el psicoanálisis considerando los aspectos políticos y sociales de cada realidad.

Entendemos al colectivo como un espacio formativo (profesional, político y personal) que expande las bases del triángulo psicoanalítico y reverbera en las clínicas individuales. Es una apuesta por ampliar los conceptos del psicoanálisis, incorporando nuestra implicación en lo político.
Ya no podemos pensar una formación psicoanalítica ajena a las cuestiones sociopolíticas o que las trate solo de manera abstracta. El triángulo tradicional es insuficiente; necesitamos un cuadrípedo que incluya un ejercicio político crítico y activo como pilar fundamental. La ausencia de este «cuarto pie» en las formaciones tradicionales lleva a prácticas que reproducen acríticamente moldes neoliberales.
Nuestro colectivo no es solo un grupo de analistas que ejecutan atención clínica. Como dijimos, no se trata solo de una economía material, sino pulsional, del deseo y de una micropolítica de los afectos. Más que un espacio de intercambio, es un movimiento de sostén, apertura e invención colectiva.
Pero no siempre fuimos como somos hoy. Aunque surgió como una propuesta política, en varios momentos lo que nos constituyó dejó de ser suficiente. Con cada nuevo paso, con cada (re)elaboración de ideas, tuvimos que actualizarnos y repensar nuestro hacer. No hay estatismo posible cuando se asume un posicionamiento crítico: hay que reinventarse y re-implicarse constantemente.
Hoy estamos comprometides en convertir al colectivo en un espacio de resistencia contra la lógica de exclusión racial, preguntándonos:
¿Cuál es nuestro papel?¿Qué acciones pueden hacerlo accesible a una multiplicidad de analistas, más allá de nuestro corte racial y económico? Se trata de hacer posible que personas de diversas realidades pertenezcan y (re)construyan el colectivo. No tenemos fórmulas, pero sí un compromiso ético-político. Y en este camino, seguimos preguntándonos:¿Qué está en juego cuando decidimos lanzarnos a la plaza pública?
Notas
- Miembres: Adriana Marino, Ana Beatriz Vasconcelos, Ana Carolina Perrella, Anderson Santos, Aquinoã Abgail Pederzoli, Augusto Coaracy, Caetano Rudá dos Santos Morais, Camila Galvão Tourinho, Daniel da Silva Taranta, Denise Tamarozzi Mamede, Jessica Alves Lopes, Juliana Tambelli, Rodrigo Pucci, Thaina Oliveira. ↩︎
- Disponible en: https://issuu.com/n-1publications/docs/psican_lise_na_pra_a_roosevelt. ↩︎
- Disponible en: https://n-1edicoes.org/publicacoes/colecao-clinicas-de-borda/ ↩︎
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