Fotografias: Cristiano Sant´Anna e Paulo Renato Reis da Silva

En el barrio de Arquipélago, subsiste una comunidad de pescadores artesanales que moldean su vida cotidiana en función de la estacionalidad del desove de los peces y de las estaciones del año. En este contexto pasé 20 días en el barco Hollywood, propiedad de Merenga y su padre, Sarico. Esos días me enseñaron otro tipo de meteorología, en la que hay que reconocer el movimiento del viento en la laguna para elegir el mejor lugar donde colocar la red.

En agosto de 2014, mientras realizaba fotografías para un libro sobre las comunidades de pescadores artesanales del barrio Arquipélago, situado en la  ciudad de Porto Alegre, en el sur de Brasil, me embarqué con Paulo Renato Reis da Silva, conocido como el Merenga. El Arquipélago (Archipiélago) está formado por 16 islas conectadas por las corrientes de agua del delta del río Jacuí, que desemboca en el lago Guaíba que, a su vez, forma la laguna de los Patos cuando cruza la punta de Itapuã. Crece y se ensancha en su camino hacia el océano Atlántico.

El barrio, a pesar de formar parte de la ciudad de Porto Alegre, tiene una relación muy diferente con el río. Separados por un puente, los habitantes de este lado, en el centro, viven de espaldas al estuario del Guaíba, que baña la ciudad. Al otro lado, en el barrio de Arquipélago, subsiste una comunidad de pescadores artesanales que moldean su vida cotidiana en función de la estacionalidad del desove de los peces y de las estaciones del año.

En este contexto pasé 20 días en el barco Hollywood, propiedad de Merenga y su padre, Sarico. Esos días me enseñaron otro tipo de meteorología, en la que hay que reconocer el movimiento del viento en la laguna para elegir el mejor lugar donde colocar la red. Uno de esos días, fotografié a Merenga separando botellas de plástico, papeles y cajones de frigorífico de una red que debería haber estado llena de carpas y pintadas. Me di cuenta de que lo que la ciudad desecha puede ser el producto de todo un día de trabajo.

La imagen de la red llena de basura me impactó, al igual que la experiencia de ver cómo la comunidad hace frente a las inundaciones anuales de las islas. Formada por un terreno bajo, la zona se inunda entre junio y agosto. La comunidad siempre ha convivido con esta situación dentro de la lógica de su relación con el lugar, pero ésta se ve agravada por el desequilibrio climático. Mientras escribo esto, llueve hace ya siete días y el pronóstico es de diez días más de lluvia.

Algunas de las imágenes que tomé en esa época, del agua en las casas, se han actualizado desde otra perspectiva. Si entonces formaban parte de una relación dinámica con el río, hoy adquieren un aire de tragedia.

En 2024, cuando me invitaron a preparar un número de imágenes para esta revista, aquella secuencia de basura en la red volvió a mi memoria. También fue el detonante de esta invitación. Decidí ir al encuentro de Merenga para saber cómo le iba a mi compañero de navegación para que pudiéramos reflexionar juntos sobre las fotografías de hace diez años. Lo encontré trabajando en un puerto deportivo de motos acuáticas. El negocio, propiedad de su primo, sirve de garaje y centro de mantenimiento para los propietarios que quieren disfrutar de un fin de semana en el Guaíba. Gente que vive en el centro de la ciudad.

Imaginaba que, al haber renunciado a la pesca y a administrar un taller de motos acuáticas para los ricos de la ciudad, estaría triste. Al contrario, su trabajo fijo le permite no estar a merced de la estacionalidad y de las inspecciones de la marina, que le impiden trabajar durante cuatro meses al año, cuando los peces desovan. Si, por un lado, se está extinguiendo una actividad tradicional, por otro, al menos en el caso de Merenga, los intereses de los que tienen dinero –y poder– podrían presentarse como alternativa a un problema histórico: ¿cómo mantenerse durante el periodo del año en que está prohibida la pesca? Merenga no ve ningún problema en la nueva profesión.

En esta diferencia, con diez años de distancia entre una experiencia y otra, propuse que hiciéramos un montaje con fotografías de la época del libro y otras de la actualidad. Decidimos utilizar fotos tomadas por los dos. Este ensayo, además de contrastar el poder económico y la gentrificación, quizás se presenta como el contacto entre un fotógrafo-artista y un pescador –porque Merenga sigue siendo pescador, las primeras imágenes que intercambiamos y que venían de él eran peces en una cubeta listos para ser cocinados–. Colocar las imágenes una al lado de la otra y superponerlas puede hacer que toquen mundos separados por el tiempo y la cultura.

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