Alianzas contra el abandono, revueltas de los desechos. Editorial

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Los ideales de progreso y consumo han viajado en el tiempo como una encandilante promesa de infinitas posibilidades, fingiendo que pueden hacer desaparecer los residuos que dejan tras sus pasos. A partir de la Revolución Industrial, pero incluso más atrás, desde los procesos de colonización que sentaron las bases del capitalismo, consumo y progreso han intentado forjar nuestras singularidades humanas y no-humanas, consolidando una suerte de fijación aséptica de “eterno presente”. Un presente continuo donde la transformación de la materia no es concebida como parte de nuestras condiciones vitales. El progreso y el consumo alimentan la matriz patriarcal, racista y extractivista, constituida sobre la idea de recursos infinitos y una negación u ocultamiento de los restos, de los desechos, lo envejecido, lo obsoleto. Hoy, estas estrategias de negación y ocultamiento salen a la superficie y ya no necesitan ser escondidas, se exponen incluso de manera hipervisible, como sucede por ejemplo, con la basura en el mar, las zonas de sacrificio o el descubrimiento de fosas comunes y la cobertura hipermediática de su hallazgo. Sabemos que el desarrollo capitalista necesita de una lógica del descarte, que alcanza a la producción material, pero también a ciertas poblaciones marcadas como prescindibles. Frente a estos intentos de ocultar o de sobreiluminar espectacularmente cuerpos abandonados, territorios envenenados, restos no metabolizados, nos gustaría abrir la pregunta sobre nuestras formas de responder y formar alianzas frente al abandono. 

De manera muy concreta, frente a los 2.120 millones de toneladas de desechos producidas anualmente en el planeta tierra, ni la gestión estatal ni la llamada a la responsabilidad individual del reciclaje –convertida en estética del capitalismo en ciertos contextos de “bienestar”– alcanzan para pensar políticas de la basura que estén en una conexión ecosistémica con la vida del planeta. Las políticas de la basura operan a un nivel multiescalar y nos piden pensarlas desde nuestros espacios más cotidianos hasta su dimensión geopolítica, en la que hoy se pone en juego que los países del sur, se conviertan en vertederos del norte global. Así sucede con las montañas de ropa sintética desplazadas desde Europa, que se acumulan en las arenas del desierto de Atacama, degradándose en el mismo suelo donde yacen también los restos de detenidos desaparecidos y de comunidades indígenas.

Detenernos en los procesos de descarte y eliminación que definen la vida en el planeta, nos permite hacer una primera distinción entre residuo y basura: mientras que los residuos pueden ser entendidos como el resultado de los procesos de eliminación que forman parte de la relación metabólica de la sociedad-naturaleza, la materia que no es reingresada en ese circuito transita de residuo a basura o desecho.

La basura suele ser presentada como ejemplo concreto de los aportes humanos a la crisis eco-sistémica que estamos viviendo. Sin embargo, proponemos abordarla desde una perspectiva poliédrica, transversal y contra-colonial. Nuestros desechos viajan semántica y materialmente hacia la tierra; en formas de decir cotidiano que nos recuerdan el acoplamiento entre la basura, la tierra y nuestra piel—mugre, barro, piñén—, en ese compost que nuestros propios cuerpos abonarán. Retomando el legado de la resignificación de la injuria queer y las formas de reparación indígena, es posible abordar los ensamblajes y des-ensamblajes en que la basura y los desechos dan lugar a otras composiciones materiales de vida. En este sentido retomamos los reclamos no hegemónicos, que han valorado la basura, lo supuestamente burdo o descartable, como lugar potente de producción de pensamiento y acción, como base para ritos de regeneración temporal y comunitaria

En diferentes cosmogonías, la basura está intrínsecamente ligada a nuestro ser y nuestras condiciones. Determinamos nuestros desechos y somos determinadxs por ellxs. Somos con nuestras basuras y desechos, no sin ellos. La violencia colonial que intenta eliminar poblaciones mediante desapariciones forzadas, el ocultamiento de cuerpos en fosas comunes o exterminios masivos, priva a las comunidades de su derecho a realizar rituales mortuorios y de duelo que en distintas culturas, etnias y religiones se conciben como una vía para la reintegración en el ciclo vital. Negar o interrumpir esa reintegración, exhibe otra de las caras de la violencia colonial. Proponemos pensar socialmente nuestra relación con la basura y lo descartado, incorporándolos al metabolismo de los procesos vitales, territoriales, sociales, en los que estamos insertos. La basura y los desechos son parte de la afectación mutua que hay entre sociedad y naturaleza, de su interdependencia.

Por otro lado, pensar la basura implica repensar un tipo de relación con el tiempo, el compost terrestre, las capas de tiempo que constituyen el suelo en el que sobre-vivimos, guarda trazos de las vidas pasadas contraponiendose al presente continuo capitalista, poniendo en evidencia colonialismos y extractivismos aún persistentes. Poner a la relación entre los suelos y la descomposición de la materia, implica atender, como sugiere Villalobos-Ruminot,  un circuito productivo energético que se mueve desde el cadáver a la fosilización,  marcando las continuidades entre la mina y la fosa. Fosa común y fósil reaparecen exponiendo estratos de tiempos, de modos de vida, de aquello que se pretende silenciar.

Los desechos, lo descartado, nos reclama pensar un presente en el que cada vez más vidas están expuestas a devenir desechables. Si palabras como basura y desecho, tan cargadas de un sentido negativo, aparecen ligadas a ciertos cuerpos en imágenes de desplazamientos forzados, de poblaciones descartables y de destrucciones o aniquilamiento de pueblos y comunidades, nos parece urgente interrogar esos significantes.

Así, este número de Des-bordes está atravesado por una serie de preguntas ¿Cómo se decide qué es desechable y qué merece ser preservado, regenerado? ¿Cómo se atribuye valor, en términos positivos o negativos, a lo que se llama o clasifica de basura? ¿Y cómo se desplaza esta política del valor de los objetos a los cuerpos, para definir qué formas de vida valen y cuáles deben ser  abandonadas?¿Qué ‘desechos’ son tolerables y qué ‘desechos’ producen daño?       ¿Cómo se convive con lo descartable, lo sucio, lo que daña, lo contaminante?¿Para quiénes son desechos, para quiénes, recursos y para quiénes mercancías?¿Cuál es la temporalidad de la basura y de sus ciclos de descomposición y de sus re-vueltas? Y finalmente, ¿cuáles son las alianzas humanas y no humanas, los modos de afectación mutua que podemos crear, ante las políticas de abandono que avanzan a lo largo del planeta?

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