Fotografías de Pablo Piovane

Lo humano es incidental
Notas sobre las fotografías de Pablo Piovano "El costo humano de los agrotóxicos"

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En la mesa hay dos libros abiertos. Uno, «El costo humano de los agrotóxicos». El otro –casi sin hojear desde que Pablo me lo prestó– reúne la obra fotográfica de Robert Capa. Recuerdo especialmente un desinteresado desdén hacia este libro cuando me lo dio. Recién ahora viéndolos juntos puedo arriesgar una interpretación de su gesto: las fotos de ese libro son de otro tiempo. Quizá sin necesidad de elaborarlo mucho más, siempre lo supo. Este desprendimiento permitió una insospechada sarta de consideraciones sobre su trabajo que resumiré aquí.

1.  Nuestro tiempo ha cambiado; nuestra mirada aún no. 

Vemos de lo que podemos ver, aquello que nos es posible comprender. 

Las imágenes colectivas, aquellas que nos referencian y sitúan en una época, persisten sobreviviendo íntegras sobre la dinámica de los procesos sociales. Cada alteridad cultural devenida es asimilada a los imaginarios, pues estos signan la mirada que las piensa. Desmarcarnos no es cuestión de voluntad. Ellos clausuran nuestra referencialidad en las luminarias y carteleras de cierto presente. Afortunadamente el errar propio del artista, del poeta, del “extranjero” suele andar la línea de sombra a los lados del presente, arriesgando a su vuelta visiones que perturban nuestros modos de mirar y comprenderlo. 

2. Técnica y velocidad, o la reproductibilidad técnica en la fotografía y la guerra.

En 1938, Picture post publicaba: “…presentamos estas fotografías simplemente como las mejores que jamás hayan sido tomadas en el frente. Son obra de Robert Capa… Le gusta trabajar en España más que en ningún otro lugar. Es un demócrata apasionado y vive para tomar fotografías”. Capa (nombre elegido porque sonaba “moderno y [norte]americano”) se convierte en el fotógrafo de guerra por excelencia a la vez que traza la idiosincrasia que aún talla a los futuros foto-periodistas como “individuos excepcionales elevados a la categoría de héroes”. Si sus imágenes inauguran un imaginario de la guerra es gracias a una conjunción de cosas: la tecnología de las cámaras de mano como la Leica de carrete de 36 tomas dio auge a las revistas de foto-reportaje impulsadas a su vez por la reciente tecnología de impresión Offset en los prolegómenos de una anunciada Segunda Guerra Mundial. El fenómeno Capa instaló en las luminarias la imagen de la guerra sobre la línea de fuego como el “instante preciso” entre la vida y la muerte en que un miliciano antifascista es alcanzado por una supuesta bala ante la mirada de Occidente. 

3. Lo que mata es la velocidad (con que normalizamos la guerra).

De la guerra civil en España a la guerra televisada, las imágenes reiteran artefactos visuales explosivos sobre la línea de fuego, exhibiendo las nuevas armas y sus modos de matar. Al decir de Capa “si tu foto no es lo bastante buena, es que no estabas lo bastante cerca”, ¿cerca del frente o de la muerte? (Nota: en la globalización, “cercanía” es “inmediatez”). 

La disrupción imaginal que el Holocausto, Hiroshima o Vietnam produjeron no logró desmantelar ni maltratar esa imagen, pues si así fuera: ¿por qué no someter al dominio de la mirada la ingeniería que planifica la muerte en lugar de volver a transmitir la muerte en directo? Si como dice Pierre Dubois: “con la fotografía ya no nos es posible pensar la imagen fuera del acto que la hace posible”, ¿podemos pensar el genocidio planificado como una escena-constructo para no ser vista?  

4. Lo humano resultó puramente incidental al progreso de la humanidad.  

Frente a los contemporáneos que atentos a las luminarias de su tiempo reniegan del “costo humano…” mientras sobre este cosechan sus riquezas, la respuesta de Pablo Piovano y tantos otros propone sublevarse al registro de visibilidad que impide advirtamos un dispositivo de guerra en los desplazamientos varios con que el modelo corporativo agroindustrial desembarcó en la región hace años. Destronar los imaginarios que tabican nuestra mirada no será posible sin recorrer los senderos a la sombra de este tiempo. Estas fotos nos detienen allí, inquietándonos en la intimidad sobre exigida donde el fotógrafo es fotografiado de tanto adentrarse en la escena; una promiscuidad que se agradece, pues sería insensato señalar corrección cuando la muerte hace al aire que rodea cada toma y lo ausente y necesario es el abrazo humano. Inquieta que el mal crezca en las entrañas de cada uno para heredarlo a los hijos y a sus hijos sin trincheras ni refugios ni exilio que nos libre porque el territorio en disputa es ahora molecular.

Cada foto reitera algo ausente, algo que no logramos, ni desearíamos, ver.

Quizá no queramos vernos mirando el genocidio avanzar mientras nuestros pasos resuenan la distancia entre foto y foto.

Buenos Aires, Agosto de 2018

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